sábado, 7 de julio de 2012

TESTAMENTO DEL CAPITAN LOZANO


ACLARACIONES AL TESTAMENTO DEL ABUELO DE ZAPATERO
“Para tranquilidad de mi familia declaro creer en la existencia de Dios”
José Luis Rodríguez Zapatero no sólo habla de un futuro ficticio sino también de un pasado ficticio. Ahí está, si no, su polémica Ley de Memoria Histórica. Y con la ayuda impagable de Baltasar Garzón, símbolos, falseamientos históricos subvencionados y otras indagaciones irresponsables en heridas ya cicatrizadas.
   .

Si la clase política es ya la tercera en la lista de las preocupaciones más acuciantes del pueblo, ¿no será porque siente que sus representantes están separados de sus demandas reales? La sociedad no demanda demagogia guerracivilista sino empleo, pero hay quien saca réditos y encuentra utilidad en atizar rencores olvidados y sustituir la realidad por ideología. ¿Por qué los gobiernos de Zapatero se han negado a avanzar por la senda del borrón y cuenta nueva, de la reconciliación democrática? ¿Por arañar algún voto radical o, más bien, por dar cauce al propio revanchismo, largamente larvado y nunca satisfecho? El resentimiento de quien se siente aún perdedor de la Guerra Civil y no ciudadano de una democracia que hizo la Transición hace 30 años.
Son varios los analistas que atribuyen este revisionismo sesgado y peligroso de Zapatero a la particular memoria personal que él guarda de su familia. En concreto, a la historia –por él mismo divulgada, con henchido orgullo– del capitán Lozano. Su abuelo Juan Rodríguez Lozano, en la versión del nieto siempre ha aparecido como un honrado defensor de la República brutalmente represaliado por el bando golpista. Zapatero, con su legislación sobre memoria histórica, estaría rindiendo un homenaje póstumo al heroico mártir de la legalidad.
Sin embargo, algunos trabajos históricos han desmentido esta visión mitificada aportando documentos que cuestionan la dudosa lealtad republicana del capitán. Así,    sostiene con pruebas documentales que Juan Rodríguez Lozano trabajó como agente doble para la República y contra la República, razón de que fuera expulsado del Ejército. También explica su participación en la brutal represión de los obreros asturianos que se sublevaron contra el legítimo gobierno constitucional en 1934. Episodios poco congruentes en un héroe de la lealtad y la concordia.
Pero el empeño de Zapatero por legitimar la figura de su abuelo adolece de algo peor que de falsear la realidad: adolece paradójicamente de cierta impiedad familiar, al no respetar la verdadera voluntad de Juan Rodríguez Lozano, consignada en su testamento. Espoleado por el afán de resarcir a posteriori al militar republicano, Zapatero abandera una ley que precisamente incumple el deseo de reconciliación que para España expresó al morir el capitán Lozano. El documento, archivado en una notaría de León y fechado a 29 de agosto de 1936, está redactado por el notario Arturo García del Río, quien acusa el recibo de tres documentos: “Primero: Testamento ológrafo de Juan Rodríguez Lozano. Segundo: Certificación de defunción del mismo, expedida en veintidós del actual por el juez municipal de esta ciudad. Tercero: Expediente judicial de protocolización de citado testamento”. Tras algunos párrafos en los que el notario da cuenta de los pertinentes trámites administrativos –incluyendo copia cursada para la esposa del capitán–, el texto da paso a la expresión propiamente dicha de la voluntad del difunto, registrada en estos términos: “Juan Rodríguez Lozano, natural de Alange, provincia de Badajoz, de cuarenta y tres años de edad, casado con Dª Josefina García y García, de cuyo matrimonio tiene dos hijos, Josefina y Juan [el padre del presidente], hallándose en pleno uso de mis facultades declara:
"Desea ser enterrado civilmente, sin pompa alguna, 
Para tranquilidad de su esposa y familia, declara creer en la existencia de Dios,   a él encomienda su alma de creyente.
Que cuando sea oportuno se vindique su nombre y se proclame que no fue traidor a su patria y que su credo consistió siempre en su ansia infinita de paz, el amor al bien y el mejoramiento social de los humildes.
Y para que surta efectos legales lo declara así en León, prisión de San Marcos a diez y siete de Agosto de mil novecientos treinta y seis”.
Hasta aquí, la voluntad del abuelo de Zapatero. El lector juzgará si la piedad expresa del abuelo se compadece con el laicismo militante del nieto, o si esas dos instancias a la reconciliación –“muere inocente y perdona”, “pide a su esposa e hijos que perdonen también”– han sido interiorizadas realmente por el artífice de la Ley de Memoria Histórica. Llama especialmente la atención el sintagma “ansia infinita de paz”, que Zapatero ha utilizado incluso en algún discurso parlamentario para apuntalar el pacifismo que en algún momento le convino defender. Ahora que ya es amigo de Estados Unidos, no le conviene atender la “inspiración constante” que dice representar para él su abuelo, porque hay que mandar a la guerra de Afganistán 511 soldados españoles más.
En cuanto al “mejoramiento social de los humildes”, habrá que preguntarle a los parados si en esto ha respetado también el presidente el credo legado del malogrado capitán Lozano.

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