domingo, 30 de diciembre de 2012

2013… J. Cabeza.


                JUANMA RECLAMANDO EL HOSPITAL






¿Qué pedirían ustedes a nivel general? Yo empezando por nuestro pueblo pediría en este año que comienza y aunque tenga que seguir pidiéndolo en otros más: 

1-Un partido y un gobierno municipal para Morón que nos trate como pueblo inteligente no como a tontos. 

2-Un alcalde que le prometa lo que le prometa su partido, si gana las elecciones, firme que hasta que no acabe su mandato en la alcaldía, no aceptara otro más que para al que ha sido elegido por los ciudadanos. 

3-Una política de verdadera trasparencia… que para entonces hallamos limpiado y acabado con lo de ``colaboro con el tribunal y por otro pido el archivo´´, o que como responsable último firmo sin constatar ``cierto error´´ en documentación al tribunal de cuentas… o, si archivan la causa el tribunal, de cara a la galería pidan recurrir junto a la oposición personada, puesto que probablemente ésta, tienda a ello… 

4- Un gobierno del cual los ciudadanos no tengan la sensación de que se dediquen a ``lavar´´ las políticas y los intereses de otros, que ni siquiera están ya en la política; y que no tengamos que lamentar a su vez que cuando estos acaben su mandato, haya colada que lavar. 

5-Un gobierno que les haya dado solución a las miles de familias que esperan poner en legalidad sus propiedades, independientemente de lo que hagan o quieran hacer con el dichoso PGOU…y este definitivamente terminado. 

6-Un gobierno que le tenga preparado y escriturados los terrenos para el hospital de Morón y sea ``la mosca cojonera´´ hasta conseguir de la Junta de A. no la promesa, la partida destinada a ello y su comienzo. Al igual que la carretera del Arahal, que esperemos mientras tanto no lamentar más accidentes… 

7-La total devolución al Ayuntamiento y al pueblo, de los terrenos Mozampro, y que sea la justicia la encargada de juzgar a quienes se hayan ``supuestamente lucrado de ello´´. 

8-Un gobierno que haya cuadrado ``a efectos reales´´ la diferencia entre ingresos y gastos de 13.000 euros DIARIOS que admitió el actual alcalde en las cuentas Municipales, porque esto nos llevaría, de no corregirse, que al término de su mandato, según las matemáticas, a 19 millones de euros… 

9-Un gobierno que ponga a disposición de empresarios un parque de naves industriales para que se instalen en el pueblo, y nada de trucos o dejadez para que contrate gente de aquí. 

10- Unos presupuestos reales, de una puñetera vez, y que se aprueben dentro del ejercicio. 

PERO PARA TODO ESTO Y MÁS, HACE FALTA UNA OPOSICIÓN DEDICADA A QUE ESTO SE LLEVE A CABO, A EJERCER DE OPOSICIÓN: EN CONTROL AL EQUIPO DE GOBIERNO … NO UNOS DISCURSOS COMUNISTAS, de cara a los votantes y en los plenos se huele a tres legua la mano del sociocomunismo…de los jefes Griñán-Valderas... porque, vamos, leer en la prensa comunista que las obras de la Carrera ``llevan algo de retraso´´ y achacarles las causas a la lluvia …(Que cómo que no) y a la interrupción de los que querían trabajar… (Cómo que tampoco ya que lo máximo que se retrasara por este motivo en total no llega ni a 5 días) pero, espera…. me suena que no eran de CC. OO… ¿Eran de SAT… o ATA? Lo que está claro, es que todo Morón que pase por allí sabe que para el 6 de Enero no está, fecha límite que impone los fondos Europeos, con los cuales está financiada la mayor parte para la certificación. Con lo que se pone en riesgo la financiación, y que incluso le cueste al Ayuntamiento… 

Pero, si no le interesa ahora largar el discurso comunista con los socialistas, por lo menos, no le eché la culpa a quienes no la tienen… ver para creer… lo fácil que cambia el comunismo de postura según le convenga a los mandamás… como siempre… MEJOR AÚN… convoquen a los parados para justificar que son ellos los que la retrasan… 

¡¡¡Y esa oposición del PP….Dios!!! A qué empresario le va a interesar un PP fuerte si con el sociocomunismo les va de puñetera madre, por lo menos es lo que ocurre por el sol del gallo. 

¿Qué sería del equipo de gobierno con una oposición fuerte pepera al frente….? ¿Cuántos me han dicho ya, que es la oposición que le interesa al socialismo? 

Podíamos seguir y seguir, porque como dice el refrán soñar: soñar es gratis. Lo malo es que ya nos podemos permitirnos soñar, sino ser pragmáticos y actuar. 



Andalucia pedirá 7.000 millones de euros al fondo de rescate en el 2013, cuando el gobierno de Griñán-Valderas destina más de 35 millones de euros en subvenciones a ``entes ´´ inexistentes o afines… esconde aún, 700.000 facturas sanitarias. Cuando da la escalofriante cifra de 138 millones al ``CANAL SUYO´´. 

¿Será este el año que Rajoy de al pueblo lo que pide? Que no es más que: 

-acabar con el estado ruinoso de las Autonomías. 

-Reducción salvaje de las Administraciones. 

-Ley, cárcel para los políticos y corrupciones. 

-Anulación de subvenciones a partidos y sindicatos. Como ley de huelga. 

-Ley que ampare la igualad de los españoles ante lo políticos, un español un voto. 

-Eliminar Senado, y en cuanto a las Embajadas, sólo una pequeña muestra representativa, como también eliminar más de la mitad de coches oficiales. 

Los políticos saben pero no quieren. ¿Han visto alguna vez que PSOE-IU hayan pedido esto? No, ni lo verán… saben que es mucho más barato centralizar Sanidad, Educación, Justica, Economía, grandes infraestructuras… Sólo con eso, ya ahorraríamos 86.000 millones al año, si añadimos la fusión de pequeños ayuntamientos como la eliminación de entidades comarcales o mancomunidades, tendríamos sobradamente solucionado el problema de los 90.000 millones de déficit. Sin recortes sociales ni subidas de impuestos, por lo que pondríamos cimientos fuertes para salir de la crisis. Cientos de expertos y organismos internacionales llevan tiempo avisando… mientras no solucionemos el cáncer autonómico, sólo conseguiremos seguir empobreciéndonos. 

Los partidos discuten entre sí, si es mejor hacer recortes o ponernos la venda en los ojos y subir el déficit más aún, e hipotecarnos por varias generaciones, siempre pagando los ciudadanos… pero ninguno, ninguno, tiene interés en recortar lo que realmente sobra, repito, ¿habéis escuchado a socialistas y comunistas pidiendo estos recortes? 

El Master de Rajoy está en esto, si le mete mano la gente entenderá los recortes que padecemos… ¿habéis oído a CC.OO Y UGT pidiendo esto? Ni los oiréis, tampoco les interesa. Ninguno quiere oír hablar de recortes en Diputaciones, Administraciones Publicas, Fundaciones o Agencias… En una encuesta reciente 9 de cada 10 ciudadanos en más de 25.000 personas, estaban a favor de devolver competencia al Estado Central, lo que significa que los españoles lo tenemos claro, los políticos, no tanto y para esto solo hace falta que PP y PSOE quieran…SIGUE EN BLOG.



II-PARTE, 2013.


¿Dónde están  esos 900.000 empleados de más que tienen las autonomías si  no hay mas médicos ni profesores? 520.000 son enchufados,  primos, cuñados y  demás cohortes de la casta política  en las casi 3000 Empresas  Publicas,  Agencias o fundaciones para colocar a estos… en plena crisis y mientras  subía  impuestos y se  recortaban  Servicios, o se despedía  a personal  sanitario o profesorado.  El resto unos 400.000 es  el producto de multiplicar por 17 la estructura de gestión. ¿Tiene  sentido que estemos pagando mucho más por gestionar la sanidad,  en lugar de dedicarlo a tener más  Hospitales y más  personal  sanitario? Pues la misma pregunta es para Educación, Justicia,  políticas sociales etc...
¿Sabías,  que a pesar de que la Constitución  dice que la política Exterior  es competencia exclusiva del  Estado Central,  las Autonomías  se gastan 310 millones de euros  al año, en Embajadas Autonómicas u oficinas en el exterior?
¿Sabías  que 17 mini-estados  autonómicos  dificultan  la economía y hacen  ingobernable  el país?
¿Sabías,  que a pesar de esto,  algunos partidos como PSOE, IU, se afanan en pedir  una España federal? Es curioso que en todo los países  federales  sus estados  tienen menos competencias y  menor porcentaje sobre el  gasto público  total  que las autonomías españolas.  y que los mismo que piden esto,  sean  los que han consentido,  cosas como las narradas en los videos que os cuelgo, (como  el PP en la oposición).  Escucharlos de principio a fin, poner atención y luego opinar si podemos consentir que todo esto ocurra,  lo sigamos consintiendo y que queden  impunes… con esto y con los titulares de al lado   colgados esta semana,   se harán un resumen instructivo para entrar el año sin consentir  que nos sigan engañando… FELIZ AÑO A TODOS. Y espero  una Sociedad  Civil  viva,  que se atreva a dialogar, cambiar impresiones  y  opinar libremente… Os dejo debate abierto  sin censura a ninguna opinión  si es dentro del respeto  a todos  y a todas las opiniones. 




Comentarios sobre "El Cortijo Andaluz"






Dickens, el visionario

                                        



El pie de Jean-Baptiste





Expediente X





Ni un Euro más sin una Auditoría!!!




Invercaria, o el hedor insoportable




                                            


Invercaria, que estás en los cielos






Al Capone fue una monja de la Caridad









Estafas y mentiras de la leyenda comunista

El 27 de febrero de 1933 a primeras horas de la noche, un incendio se declara de manera imprevista en el Reichstag, las Cortes alemanas, en Berlín. Hacía exactamente un mes que Adolfo Hitler había sido nombrado Canciller, tras haber ganado unas elecciones amañadas. La sorpresa fue total, no estaba previsto por nadie, ni por los nazis, ni por sus adversarios. Hitler, que escuchaba a Wagner, en casa de los Goebbels, y tras una apacible cena, fue avisado por teléfono, y se puso a dar brincos de histérica alegría: ¡Ya está! ¡Ahora los aplastamos! Y de inmediato dio ordenes para que comenzara la represión a gran escala contra toda su oposición. La ley de excepción en este sentido fue proclamada el 1º de marzo. Delenda la República de Weimar.

En cuestión de horas, a lo sumo unos días, dos versiones oficiales sobre el incendio, se afrontan: la versión nazi, según la cual el incendio del Reichstag era obra de los comunistas y la señal del comienzo de una nueva insurrección armada. Recordemos, cosa totalmente olvidada, que apenas finalizada la Gran Guerra, varios conatos insurreccionales habían tenido lugar en Alemania, a lo que a veces se ha calificado de "movimiento espartaquista". Fueron sangrientamente sofocados por el ejercito. Por parte de la Internacional Comunista, la versión oficial denunciaba a los nazis como los incendiarios del Reichstag, una provocación que les servía de coartada para desencadenar la represión. La cual fue muy real y atacó a todos, a los comunistas, desde luego, pero también a los socialistas, demócratas, y, no faltaba más, a los judíos. 

La verdad es que si tanto los nazis como los comunistas lograron en gran medida utilizar en beneficio propio dicho incendio, su autor fue quien había sido detenido la misma noche en el lugar mismo del incendio, Marinus Van der Lubbe, un joven holandés desquiciado, patético psicópata, que había querido realizar un acto sublime, espectacular, histórico. Todo el mundo decía entonces que un hombre sólo jamás hubiera podido desencadenar un incendio tal. Pues por lo visto, sí. Ese casi minusválido tenía pocas dotes, pero era buen pirómano y el viejo edificio tenía suficiente madera y cortinas deshilachadas, para que una sola persona pudiera prender fuego a todo.

Las dos potentes máquinas de propaganda y fraude, la nazi y la comunista, se ponen en marcha. En Berlín, fueron detenidos varios comunistas alemanes, el más conocido fue el diputado Ernst Tergler, y tres búlgaros, entre ellos, el ya muy conocido Jorge Dimitrov, responsable de la Internacional Comunista para Europa, luego secretario general, y tras la guerra, presidente de Bulgaria comunista. Y claro, el alelado de Van der Lubbe, el único que sería condenado a muerte y ejecutado. 

Si los nazis organizaron un espectacular proceso de Leipzig contra los detenidos comunistas que durará semanas, la Internacional Comunista organizó varios contraprocesos en París, Londres, y en donde pudo -y podía mucho- muchas campañas de prensa, conferencias, etc, en estos y otros países, como los USA. Los de siempre, convencidos o engañados, H.G. Wells, André Malraux, y un larguísimo etcétera, se lanzaron en una gran campaña antinazi que tuvo rápidamente resultados políticos prácticos: gran simpatía hacia la URSS, y creación de los Frentes Populares, en España y Francia, por ejemplo. Todo ello controlado y dirigido por Moscú, o sea por Stalin, y sus agentes. Esa misma operación, bajo diferentes pretextos, pero siempre a favor de la URSS, se ha repetido desde 1933 hasta la implosión de esa misma URSS. Después de la guerra, una de las estrellas más vistosas y más asquerosas de esa política fue Jean-Paul Sartre, que se "rehabilita" cíclicamente.

Por los años treinta, en medio de ese derroche de mentiras, había una trágica y nauseabunda realidad: el nazismo y su represión totalitaria. Claro que la ideología marxista al denunciar al nazismo cometió graves y voluntarios errores porque no podían ir al fondo de un análisis demoledor del totalitarismo nazi, ya que un tal análisis les hubiera conducido a condenarse ellos mismos y a condenar el totalitarismo comunista, tan semejantes eran los dos sistemas enfrentados. Bueno, aparentemente enfrentados, ya que el "proceso Dimitrov" fue una farsa. La ideología comunista, y mucho perdura hoy de ese sofisma, denunciaba al nazismo únicamente como una forma extrema de capitalismo, y por lo tanto, el enemigo central, histórico, seguía siendo el capitalismo; el nazismo no era más que uno de sus avatares. 

El "proceso Dimitrov" fue una farsa porque entre bambalinas y a través de sus agentes de la Gestapo y el GPU, siglas entonces del KGB, Stalin y Hitler se habían puesto de acuerdo para que Dimitrov y sus dos lugartenientes búlgaros no fueran condenados. Que se condenara a los comunistas alemanes, no le importaba un bledo a Stalin. Fueron deportados. Es cierto que, preventivamente, cuando Dimitrov fue detenido, Stalin ordenó el arresto de 20 ingenieros y peritos alemanes que trabajaban en la URSS acusándoles de ser espías como baza para un posible canje, pero no fue necesario, el acuerdo fue mucho más profundo y político. 

Efectivamente, después de un proceso a bombo y platillo, en el que se permitió a Dimitrov pronunciar un vehemente discurso de fe comunista -que se dio a conocer al mundo entero- y de algunos meses de cárcel, Dimitrov y sus lugartenientes son liberados y se marchan a Moscú donde se les recibe como héroes. Stephen Koch, en su libro El fin de la inocencia, del que me he servido para escribir estas líneas (junto con las autobiografías de Arthur Koestler y otros), comenta un aspecto interesante de estos episodios: toda la propaganda comunista y "antifascista" realizada en torno al incendio y al proceso atacaba esencialmente a Ernst Ron, mucho más que a Hitler y a sus Secciones de Asalto (SA), la organización nazi más extremista y proletaria que Hitler liquidaría pocos meses después asesinando masivamente a sus dirigentes y al propio Rohn durante "la noche de los cuchillos largos". ¿Se trata de una coincidencia o de una colaboración secreta? El caso es que a partir de esa matanza, Stalin consideró a Hitler como un jefe de Estado serio y responsable que había que tener en consideración. Este fue el inicio del camino secreto que condujo al pacto nazi-comunista de 1939.

En mi breve periodo de militante comunista me extrañaba de que esos bárbaros nazis, cuyas atrocidades se conocían después de la guerra, no hubieran ni fusilado ni deportado a un líder como Dimitrov. Se me respondía que la estatura moral, el valor y la inteligencia de Dimitrov aplastaron a sus mequetrefes jueces. No me lo creía. También que la URSS imponía respeto y temor. Tal vez, pero en 1941 los nazis la atacaron, sin temor ni respeto. Llegué a la conclusión de que en 1933 el nazismo incipiente aún no había montado su máquina perfecta de represión y exterminio y cometió ese fallo. Jamás hubiera pensado que todo era mentira y comedia. Como mentira y fraude fueron: el proceso del POUM, el de Kravechenko, la masacre de Katyn, el caso de los esposos Rosenberg y tantos otros que iré comentando al compás de mis relecturas. Porque la mentira y la leyenda perduran.


El asunto Kravchenko 

Los años inmediatamente posteriores a la liberación en París fueron años curiosos junto a una gran alegría y a un ambiente de fiesta permanente, como hubiera querido ser la movida madrileña salvo en cuestión de drogas, ya que la movida fue esencialmente eso, ambiente festivo que se justificaba por el fin de la guerra, de la ocupación nazi, de la penuria, pero que duró más años de los previstos y que, en mi caso, coincidían con una adolescencia muy libre aunque económicamente pobre. En medio, pues, de esa euforia casi general, estalla el escándalo Kravchenko. Para entender las repercusiones de dicho escándalo hay que precisar que el "espíritu de la Resistencia", el marxismo-leninismo, el PCF y el prestigio de la URSS, dominaban las mentes y los medios informativos. 

La URSS, por ejemplo, no era una de las potencias que habían vencido sino la única potencia vencedora. La gigantesca aportación a la guerra y a todos los niveles de los USA, o la heroica soledad de Gran Bretaña frente al nazismo durante años, estaban ocultados o negados. Y la traducción al francés en 1947 del libro Yo elegí la libertad, ya célebre y muy vendido en otros países denunciando el totalitarismo soviético y su Gulag, chocaba frontalmente con el conformismo progre dominante. 

Confieso que yo sin ser aún militante me creía casi todo de la mentira comunista, no entendía muy bien el porqué de tan desmesurado escándalo. Ya se habían publicado otros libros antisoviéticos, desde luego insultados y sus autores difamados, como, para dar el ejemplo más conocido, El cero y el infinito de Arthur Koestler, que no habían despertado una tal furia, un tal odio. Hoy, ese escándalo se explica fácilmente, creo: si el de Koestler era un libro apasionante y muy crítico, en novela se quedaba, mientras que el de Kravchenko era el testimonio de un funcionario soviético que se había aprovechado de un viaje oficial a EEUU en 1943 para "elegir la libertad" y denunciar el totalitarismo. Lo hace en los USA, o sea, en un país aún en guerra contra el nazismo. 

Además pocos años más trade en 1947-48, algunos como David Rousset, ex trotskista y ex deportado en los campos nazis, después de haber denunciado en dos libros la actividad de los "kapos" comunistas en dichos campos, había iniciado una campaña internacional de denuncia de los campos soviéticos. Había que censurar definitivamente y como fuera la voz de la verdad. Si toda la prensa comunista, que era impresionante por aquel entonces, atacó a Kravchenko, fue curiosamente Les Lettres Françaises, semanario cultural del PCF, el encargado de librar la principal batalla contra Kravchenko y su testimonio. En 1947 este semanario no estaba dirigido por Aragón y su lugarteniente Pierre Daix, quienes dirigían Ce soir, el vespertino del PCF (fundado en 1937 con dinero robado a la República española, dicho sea de paso). 

Se hicieron con la dirección de Les Lettres Françaises cuando Ce soir tuvo que cerrar por falta de lectores. Ahora pienso que si el PCF eligió a ese semanario literario, fundado clandestinamente bajo la ocupación nazi por Jacques Decour (fusilado por los nazis) y Jean Paulhan (ese magnífico resistente quién protestó, valiente y solitario, contra una depuración de los medios intelectuales absurda e injusta, conducida por los comunistas después de la guerra) era porque siendo precisamente cultural y no portavoz oficial del PCF podía pedir a ilustres intelectuales, comunistas o no, sus testimonios y sus apoyos incondicionales a la URSS contra Kravchenko. Y así fue. Porque ¿quién en 1947, 48, 49 en las seudo elites políticas e intelectuales francesas iba a reconocer que la URSS era una país totalitario con millones de inocentes en su Gulag? Nadie se atrevía. Ni Mauriac, ni Merleau Ponty, ni Sartre, ni Camus, etc. Nadie. 

Fueron evolucionando poco a poco y para algunos es posible que el libro y el proceso influyeron en su evolución. Si Camus claramente y Merleau-Ponty confusa y tímidamente evolucionaron hacia el antitotalitarismo, Sastre, a partir de la Guerra de Corea (1950), se convirtió en el más asqueroso de los propagandistas sin carné del comunismo totalitario. El más lúcido de todos fue, ya entonces, Raymond Aron.

¿Cuál era la base de la conspiración comunista contra Kravchenko? Lo primero, evidentemente, que todo lo que contaba en su libro era falso; en la heroica URSS, única vencedora del nazismo, no había Gulag, no había censura, no había cárceles, no había Inquisición, no había injusticias, ni explotación, ni miseria, si aún no era el paraíso terrenal por culpa del cerco imperialista, a eso iban con paso decidido victoria tras victoria. Pero no se limitaban a su propaganda habitual, declararon que Kravchenko no existía, que era un invento de la CIA, que no sabía ruso y que por lo tanto no había podido escribir Yo elegí la libertad en ruso, que ese "engendro" lo había redactado una comisión montada por la CIA con mencheviques. 

Como si tal cosa, los mencheviques, o sea los socialdemócratas rusos no bolcheviques, se convertían en agentes de la Gestapo primero, de la CIA después. Como los trotskistas, vaya.

Kravchenko plantó querella al semanario para defender la verdad y su honor y el juicio comenzó el 24 de enero de 1949. Fue un proceso muy mediático, se diría ahora, el Tout-París político y cultural asistió como testigo o entre el público. Pero yo sólo veo a una señora aún relativamente joven, de apariencia humilde, corresponsal de un semanario del exilio ruso: El Pensamiento ruso, un semanario que existía en París antes de la guerra pero que los nazis prohibieron por ser liberal y luego siguió prohibido mientras hubo ministros comunistas en el Gobierno de Gaulle, con André Malraux, ministro de Información. 

Los socialistas que habían echado a los comunistas del Gobierno de 1947 (era otro partido socialista) habían autorizado la salida del Pensamiento Ruso. Algún erudito debería proponer a algún editor como Circe editar un libro sobre este semanario, en donde no sólo publicó Nina Berberova, de la que aquí se trata, sino también V. Nabokov, M. Heller y tantos otros, flor y nata del pensamiento ruso precisamente. Durante los dos meses que duró el proceso, Nina Berberova asistió con desgarramiento al derroche de mentiras prosoviéticas, proferidas por católicos como Martín-Chauffier, por premios Nobel, como Joliot-Curie (este comunista y físico nuclear también ayudó a la URSS para su bomba atómica) por generales, ministros, escritores, etc. Al lado de tantos famosos, Calude Morgan, director entonces del semanario y su editorialista André Wurmser parecían patéticos escribidores quienes repetían como contestadores automáticos: "Kravchenko es un fascista, todo anticomunista y antisoviético es un fascista", y lindezas por el estilo que aún se pueden leer en la prensa española a veces con adaptaciones geográficas. 

Claro, también hubo testimonios a favor de Kravchenko y sólo citaré uno, el de Alejandra Buber-Neumann (deportada en los campos soviéticos y que Stalin regalará a Hitler con otros alemanes antinazis, en el momento del Pacto nazi-soviético y que conocerá los campos nazis). Ha publicado sus memorias de deportada en los dos sistemas concentracionarios totalitarios.

Si la gran señora y buena escritora que fue Nina Berberova se estremece durante el juicio, ante tanta mentira pro soviética, ante tanto odio, más tarde escribiendo sus memorias Quien subraya soy yo, se indigna al constatar cómo, años después, con la publicación de los primeros textos de Soljenitsyn y de otros disidentes que confirman y amplían el testimonio de Kravchenko y su denuncia del totalitarismo, ninguno de los que le calumniaron, insultaron, desearon su muerte a voz en grito, ninguno tuvo el valor de declarar siquiera: "Me he equivocado. Kravchenko tenía razón". 

Peor aún, en este país en donde tantos exigen memoria y conciencia histórica, abundan los que como Haro Tecglen y sus contertulios de El País siguen afirmando que Kravchenko fue un estafador, agente de la CIA. Hasta Rafael Conte en una tercera de ABC lo calificaba así recientemente. El tribunal dio la razón a Kravchenko y condenó a las Lettres Françaises. En cambio se declaró incompetente para juzgar la naturaleza del régimen soviético. Varios años después del proceso el cadáver de Kravchenko fue hallado en un hotelito de Nueva York. La tesis oficial fue suicidio...

Artur London

El caso de Arturo London es uno de los más conocidos, pero su destino es parecido al de miles y miles de responsables comunistas, a la vez víctimas y verdugos, abnegados militantes y repugnantes policías, destinos trágicos, si se quiere, pero ante todo, ejemplos siniestros de la inhumanidad del sistema totalitario. Pero los "robinsones crusoes" del naufragio del totalitarismo que se dedican, desde sus fértiles islas, a blanquear la historia negra del totalitarios con pingües beneficios han querido hacer de London el ejemplo luminoso del buen comunista, ala vez abnegado luchador antifascista y víctima del estalinismo. Pero esto no es sino una estafa más. 

Primero porque no se puede separar tajantemente el "estalinismo" del "leninismo" o del "maoísmo" ni de toda la experiencia totalitaria en el mundo entero. Y segundo porque London, como tantos, fue un disciplinado militante de la Internacional Comunista que hacía lo que le decían sus jefes. Su biografía también es clásica, por así decir: nace en 1915 en Ostrava (Checoslovaquia), en una familia de artesanos. A los 14 años se adhiere a las Juventudes Comunistas y pronto tiene responsabilidades locales. En 1934 está en Moscú recibiendo sus cursillos de adiestramiento. En 1936 le envían a España. Aquí, su biografía oficial destaca una primera mentira: se alistó en las brigadas Internacionales y combatió hasta la caída de Cataluña. 

London no combatió durante nuestra guerra civil, fue uno de los policías de la Internacional encargado de la selección y depuración de cuadros (no se trata de pinturas, sino de militantes responsables). Esto lo escribió él mismo más tarde en uno de sus innumerables informes que, desde la cárcel, enviaba a las autoridades comunistas checas para demostrar su comportamiento de militante estalinista disciplinado en todo momento. Lo cual no le evitó la tortura, como bien es sabido. Su viuda, Lise London, nos explica que hay que situar el término "depuración" en su contexto: "He aquí, sin lugar a dudas, un término que fuera de su contexto y sin tener en cuenta el vocabulario comunista, ha podido y podrá suscitar comentarios. Si debiera significar algo diferente al control de los cuadros en una situación de excepción se hubieran encontrado ya pruebas precisas". (Lise London. Nota a pie de página 25 del libro Aux sources de L´Aveu -Las fuentes de La Confesión-. Ed. Gallimard, 1997). 

Esta señora, que después de haber exigido a las autoridades comunistas checas el fusilamiento de su marido, detenido y torturado, se hizo su agente literario, finge ignorar que las pruebas precisas sobre crímenes comunistas en España abundan. Otra mentira de su biografía oficial es cuando se apunta que London entra en la resistencia antinazi en Francia en agosto de 1940. Por esas fechas corría aún el pacto nazi-soviético (1939/1941) y no sólo no había resistencia comunista en Francia sino que el PCF intentó colaborar con los nazis sin éxito y los comunistas franceses, como los demás comunistas en el mundo, sólo se lanzaron a la lucha antinazi a partir de la invasión, por sorpresa, de la URSS por el ejército nazi en junio de 1941.

Antes, en 1939, London había denunciado a Vladimiro Clementis, su compatriota y camarada, que se había mostrado muy crítico en relación con dicho pacto nazi-soviético precisamente. Clementis fue expulsado de PC checo y durante la guerra se refugió en Londres. Tras la victoria aliada se reconcilió con su partido y volvió a Praga en donde, después del golpe comunista que se hizo con todo el poder en 1948, fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores y London, ¡las vueltas que da la vida!, viceministro, o sea, el adjunto del camarada que había denunciado. Pero ambos, durante la tremenda ola de represión que sacudió a todas las seudo "democracias populares" a principios de los años cincuenta se vieron juzgados, acusados de ser agentes del imperialismo yanqui y trotsquistas y fusilado Clementis ( y varios más) y London condenado a cadena perpetua, luego amnistiado. 

Si el terror comunista se ejerció tanto contra sus enemigos como contra sus propios militantes (y masivamente contra la población civil) demuestra claramente la voluntad despótica del poder absoluto por parte de los tiranos. Cada proceso tiene sus peculiaridades, que pese a ser secundarias, son reales. Así, en el caso de London, como en el de otros muchos otros, se nota el odio de Stalin por los cosmopolitas, los judíos (el libro negro del antisemitismo comunista en Europa está por escribir) y todos aquellos que poco antes y durante la gran guerra habían actuado en la resistencia antinazi como durante nuestra guerra civil (prácticamente todos los responsables soviéticos que estuvieron en España en 36-38 fueron fusilados o murieron por el Gulag a su regreso a la URSS). La represión comunista después de 1945 no se ejerció únicamente contra estos "cosmopolitas", como London, pero muchos de ellos fueron sus víctimas y pocos lograron sobrevivir.

Si en agosto de 1940 no podía ser resistente antinazi en Francia, es cierto que lo fue después de junio de 1941 en los medios exiliados controlados por la Internacional Comunista mientras existió, luego en el PCF. Pero en 1942, Gerard era su seudónimo, fue detenido y deportado en Mauthausen, uno delos campos de concentración nazis. Creo que en ese campo, como en Buchenwald, los comunistas lograron hacerse los "kapos", pero no puedo afirmarlo aunque sea fácil verificarlo. Esta precisión sobre la biografía de London queda registrada, la verdad es la verdad. Volvamos al principio, o sea a la fabricación de la figura del "buen comunista" London que sirve para reforzar a la socialburocracia postcomunista en su gigantesca manipulación histórica que consiste en conceder tales o cuales errores y, a regañadientes, ciertos crímenes, con tal de salvar lo esencial: una doctrina, esencialmente Marx, una historia-leyenda, el movimiento obrero revolucionario, esencialmente marxista, para lo cual es necesario mentir mucho y seleccionar arbitrariamente lo "bueno", utilizable hoy, de lo "malo", negado o tirado por la borda, según los casos. ¿Para qué tantos esfuerzos? Para mantenerse a flote, o sea, en el poder o sus aledaños. 

Pues bien, en 1996, Karel Bartosek, un ex comunista checo, disidente y afincado en París, publicaLes aveux des Archives (Las confesiones de los Archivos, Ed. Le Seuil) en donde, basándose precisamente en los archivos semiabiertos del totalitarismo, en este caso los de Praga, y en una encuesta personal, denuncia todo el enrevesado intríngulis mafioso, político, comercial, de espionaje, etc, entre los partidos comunistas occidentales y Praga, que fue durante más de veinte años la sede del movimiento comunista para Europa. Entre otras cosas interesantes, este libro muestra las contradicciones, pero también sufrimientos, del disciplinado aparatchik London. 

Inmediatamente todos los que quisieron salvar del naufragio a los PC occidentales como si nada hubieran tenido que ver con el totalitarismo, (el libro de Bartosek demuestra exactamente lo contrario) y que intentan santificar la figura de London se indignan y, con procedimientos que recuerdan los buenos tiempos del totalitarismo triunfante, ponen en tela de juicio la persona y actividad del autor y si no, afirman categóricamente que es agente de la CIA, casi, casi. 

Entre otras manifestaciones de esta indignación está el librito al que ya he aludido, Las fuentes de La Confesión que para toda persona que sepa leer demuestra exactamente lo contrario de lo que pretende demostrar: que London fue un militante servil, que depuraba en España, que acató el pacto nazi-soviético denunciando a los inconformes y todo lo demás. Y por añadidura recordaré que A. London, después de salir de la cárcel donde sufrió largas semanas de tortura, escribió, aún en Checoslovaquia, un libro sobre nuestra guerra civil, "¡España, España!", en el que recoge todas las mentiras comunistas sobre ese tremendo episodio nacional. Hasta aquí hemos llegado en la inmundicia.


La verdad sobre la KGB

KGB. Los Archivos Mitrokhin. Acabo de comprar dos libros. Esto no es ningún scoop, desde luego, y además he comprado otros, pero voy a comentar estos dos: el primero es el de los archivos del tránsfuga del KGB, Mitrokhin, que Christopher Andrew ha utilizado para redactar este libro. El segundo, comprado ayer, pero que se publicó en Francia el pasado mes de julio, viene rodeado de un tufo luciferino y condenado -sin leerse- a las llamas eternas por la nueva Inquisición socialburócrata. Se trata de La guerra civil europea. 1917-1945, de Ernst Nolte. Me parece un libro fundamental, pero lo comentaré en otra ocasión.

Cuando se publicó el libro de Andrew/Mitrokhin en Gran Bretaña con cierto eco mediático yo noté que la prensa, no sólo la "progresista" en Francia y España, se mostró muy cauta, incluso molesta. Creo que en el único país, aparte de Gran Bretaña, en donde la publicación de fragmentos del libro en la prensa británica desencadenó una polémica, fue en Italia. Sin embargo, no hay más informaciones sobre el KGB en Italia que en Francia, Gran Bretaña o USA, por ejemplo. ¿Será que hay más interés por liquidar la leyenda comunista en ese país? Debo reconocer que el libro me ha defraudado, esperaba más informaciones inéditas. Sin duda soy un lector algo particular, ya que había leído mucho sobre el tema: Agente de Stalin de W. Krivitsky, las espeluznantes memorias de un jefe del KGB sin el menor remordimiento; al revés, Misiones especiales de Pavel Sudoplatov, libro esencial sobre la actividad del KGB; El fin de la inocencia de S. Koch, Soljanitsyn, claro, y muchos más. Christopher Andrew ha decidido escribir un libro de análisis político a partir de los archivos del KGB que logró sacar de la URSS Mitrokhin, o sea, que evidentemente no está todo, sino que el propio Andrew nos advierte que no cita ciertos nombres y elude ciertos casos para evitar pleitos y procesos. Libro de análisis político, por lo tanto, interesante y antitotalitario, pero mucho menos agudo que el de François Furet, por ejemplo. 

Pese a sus diferentes siglas utilizaré sólo las de KGB, que comienza sus actividades terroristas a partir del golpe bolchevique de 1917. Son actividades de represión sangrienta, algo así como los "paseos" durante nuestra guerra civil pero a mayor escala, siempre a las órdenes del partido, pero sin que se haya constituido un cuerpo especial, centralizado, jerarquizado, con características inéditas: se trata, en efecto, de una policía política y a la vez de un servicio de espionaje, con su sección especial, que en la jerga del KGB se llamaba "operaciones húmedas", y sabido es que la sangre... Si los bolcheviques se inspiraron, en parte, en la policía secreta zarista, la OJRANA, elevaron su importancia y eficacia a niveles jamás conocidos en la Historia. Los nazis, con su Gestapo, se inspiraron directamente, y con ayuda del KGB, pero pese a su eficacia criminal, nunca lograron alcanzar del todo la importancia del KGB, que tuvo agentes, colaboradores, informadores y asesinos en todos los países del mundo. En todo caso, en todos donde existía un partido o peña comunista y una embajada y consulado soviéticos. 

El libro de Andrew/Mitrokhin confirma las diferentes etapas y prioridades del KGB a las órdenes del partido. Después de la represión feroz para afianzar al poder bolchevique, sobre todo dentro, pero también fuera de las fronteras de la URSS, llega con Stalin el periodo de la caza y captura de los trotskistas. Puede parecer increíble la saña con la que el KGB, y los comunistas en general, persiguieron y asesinaron a los trotskistas, verdaderos o así tildados para mejor exterminarlos, cuando se sabe que en realidad eran grupos ultra minoritarios que jamás representaron un peligro real para la URSS. Tampoco nos dicen nada nuevo sobre el asesinato de Trotski, y antes de su hijo Lev Sedov, trotskista convencido y activo, pero totalmente ingenuo. 

Ya sabíamos que el tan apreciado pintor mexicano Siqueiros, estalinista fanático, encabezó un comando que entró en la casa de Trotski en la afueras de México D.F. disparando a bocajarro, pero sin alcanzar ni a Trotski ni a su mujer ni a su nieto. Fue Ramón Mercader quien logró asesinarle. Ya lo sabíamos. Para la historia del realismo socialista mexicano recordaré que en aquel momento Diego Ribera era trotskista, se hizo estalinista más adelante. A mi modo de ver, esta prodigiosa actividad antitrotskista no puede explicarse del todo sin tener en cuenta la paranoia de Stalin sobre el complot permanente contra él, paranoia responsable de millones de muertos.

Durante la II Guerra Mundial, y después del ataque nazi por sorpresa en junio de 1941, el KGB defendió a la URSS, lo cual no quiere decir que todas sus acciones fueran dirigidas contra la Alemania nazi, ni hablar: la masacre de 5.000 (!) oficiales polacos, patriotas antinazis en Katyn, o la captura y ejecución de Raúl Wallenberg, el diplomático sueco "culpable" de haber salvado a casi 100.000 judíos húngaros desde la embajada de su país, en Budapest, y muchas otras "operaciones húmedas" no pueden francamente calificarse de acciones antinazis. 

Tras la guerra llega la época que calificaré de "la bomba atómica". Todos los esfuerzos del KGB (dirigidos precisamente por Sudoplatev) y sus colaboradores comunistas se volcaron en la búsqueda de los secretos de fabricación de la bomba A, luego H, y lo lograron. No contaron sólo con el KGB, también obtuvieron la colaboración de científicos occidentales como el italiano Pontecorvo -hermano del cineasta-, de Joliot Curie, y si no en este libro, en otros se admite que algo hizo el propio Oppenheimer, "padre" de la primera bomba A. Era durante la guerra y los soviéticos eran sus aliados. Asimismo colaboraron otros científicos menos conocidos en Gran bretaña, y claro, también en los USA. Todo ello permite a la URSS dotarse primero de la de bomba A, la H después. 

El libro de Andrew/Mitrokhin confirma, con muchos detalles, que Juluis y Ethel Rosenberg dirigieron una red de espionaje a cuenta del KGB en los USA pese a la propaganda filosoviética tan abundante, aunque los que robaron los planos de la primera bomba A en Los Álamos fueron Hall y Fuchs. El cuñado de Ethel, marido de su hermana Greenglass, también en Los Álamos, fue muchos más torpe. Toda esa batalla por la bomba A comenzó, claro, durante la Guerra Mundial. Paralelamente a esa batalla, y justo después de la guerra, el KGB prepara la III Guerra Mundial -antes de que comience la "guerra fría"- instalando focos terroristas y de sabotaje, radios clandestinas, depósitos de armas y explosivos, en la futuras retaguardias del enemigo, o sea Europa occidental, Canadá, Estados Unidos, etc.

Muere Stalin (marzo de 1953) y claro, las cosas cambian aunque la actividad del KGB no cesa, en absoluto. Jruschov, por ejemplo, abandona el proyecto de asesinar a Tito, proyecto muy avanzado. Pero lo que vale la pena resaltar es que este libro confirma rotundamente, después de tantos otros, la actividad monstruosamente criminal de Beria a la cabeza del KGB así como su "estakanovismo" en la violación de niñas, en contradicción absoluta con el libro de Beria junior y los comentarios perversos de algunos periodistas que han intentado presentarle como un hombre bondadoso y un comunista moderado.

Muy deprisa -qué remedio, tratándose de un libro de 982 páginas- señalaré que el último periodo del KGB, hasta la implosión bienvenida de la URSS, fue la etapa del terrorismo internacional y de la ayuda a los "movimientos de liberación nacional" del llamado Tercer Mundo, o sea, otra forma de terrorismo financiado y armado por el KGB. Pero veo que mi espacio internauta se termina y lo dejo para un comentario futuro. Vale la pena. Concluiré este señalando que sobre España, el libro de Andrew/Mitrokhin no dice gran cosa que no sepamos. Desde luego hace referencia, aunque más superficialmente que otros libros, a la actividad del KGB durante nuestra guerra civil, la represión contra los inconformes y el POUM, el asesinato de Andrés Nin, etc. 

Cuentan asimismo cómo, muerto Franco y comenzando la transición democrática, Moscú se enfadó mucho con Santiago Carrillo, quien ya no obedecía como antes y se dedicaba a salir en la tele y a entrar en la Zarzuela, se puso a destruir sistemáticamente al PCE (¿quién lo lamenta?). Entonces, Moscú montó una operación con Ignacio Gallego, Agustín Gómez y Eduardo García, subvencionándoles en dólares siempre a través del KGB, no faltaba más, y añadiendo consejos y directivas para salvaguardar un partido comunista en España. Fue un fracaso. Ya antes de la muerte de Franco, el KGB montó una operación equivalente con Lister, no citada en este libro, y también fracasó. A los españoles, está visto, no nos gusta el comunismo. 


80 años de mentiras y crímenes

Este último fin de semana, el PCF celebraba su 80 aniversario en su sede, el bunker concebido por Oscar Niemeyer, con horrenda música "tecno", champán, bailes y las intervenciones de ilustres carcamales descafeinados. La prensa destaca la de Federico Jorge Sánchez Semprún, quien, como está visto, no se ha despedido de nada. Para refrescarles la memoria, recordaré algunos datos que fingen haber olvidado.

Nadie dice que el tan celebrado Congreso de Tours, que vio la escisión del PS y la creación del PC, se basó en la aceptación o el rechazo de las 21 condiciones que Lenin impuso para sumarse a la Internacional Comunista, cuyo objetivo esencial y declarado era la sumisión total a la URSS recién nacida (parto particularmente sangriento). Estas 21 condiciones convertían a todos los PC en un ejercito internacional ultrajerarquizado, con sus dobles organizaciones, una legal y otra armada y clandestina (como ETA y HB), para preparar con ambas la insurrección contra la democracia burguesa. 

En 1920, los golpes comunistas en Europa, fuera de la URSS (Alemania, Hungría, etc) aún no habían fracasado. De libertad de discusión y democracia, nada. De autonomía, nada. Era el delegado de la Internacional quien dirigía las secciones nacionales, etc. Hoy, claro, nadie habla más de esas 21 condiciones. Mucho se ha comentado de que en dicho congreso la mayoría de los delegados aprobó el ingreso en la IC, pero lo que nadie ha dicho, es que, después del congreso, el PCF, fue durante años ultraminoritario. Los militantes, electores y, por ende, diputados del PS fueron mucho más numerosos, lo cual significa sencillamente que los leninistas supieron, como de costumbre, amañar dicho congreso. Las intervenciones de León Blum, también olvidadas, contra la escisión y el bochevismo, fueron premonitorias.

Después de haberse empantanado durante años en luchas por el poder en el seno del PCF, reflejo de las luchas semejantes que ocurrieron en Moscú, llega el viraje del Frente Popular, donde el PCF finge aceptar la democracia representativa y se sirve de su relativa aceptación para intentar imponer a la izquierda la defensa incondicional de la URSS. Pero llega nuestra guerra civil, el mismo año 1936, y por su situación geopolítica, digamos, el PCF se vuelca en la contienda a las ordenes de Moscú, y contribuye eficazmente a la represión bestial de la Internacional en la zona "republicana". André Marty (el carnicero de Albacete), Auguste Lecoeur, Rol Tanguy, figuran entre los comisarios políticos más activos en dicha represión (como el propio A. London). 

Pero lo que, una vez más, nadie dice es que el PCF robó millones de francos al gobierno republicano. Juan Negrín hizo entregar al PCF estas sumas para comprar y enviar armas, pero cuando Stalin decidió abandonar a los "rojos" españoles para aliarse con Hitler, y ordenó el cese inmediato de toda ayuda al gobierno republicano (o, mejor dicho, al PCE), los comunistas franceses se quedaron con el dinero. Con él fundaron su diario Ce soir, la compañía marítima "France Navigation", compraron el edificio de la antigua sede del PCF, calle La Fayette, coches para sus dirigentes, ¡no faltaba más! Y varias cosas más.

Llega, en 1939, el pacto nazi-soviético, que aparentemente constituye un viraje absoluto, pero que los dirigentes de la IC ya conocían, puesto que las conversaciones secretas comenzaron en 1936. Pasar de representar el nazifascismo como el enemigo principal a convertirle en el mejor aliado no representó la menor crisis para el PCF, tal era su sumisión absoluta a Stalin. El único intelectual -y por lo tanto el único conocido, nadie sabe si fueron tres o cuatro, los carpinteros que hicieron lo mismo-, que se rebeló y criticó, parcialmente, dicho pacto fue Paul Nizan. Se le expulsó del PCF, con la clásica acusación de chivato de la policía, y los primeros días de la guerra 39/45 murió misteriosamente, en un frente sin combates.

Otro periodo reivindicado por los actuales catecúmenos en minifaldas del PCF es la Resistencia. Pues bien, en 1940, con la derrota de Francia y la ocupación nazi, los comunistas galos, súbditos de la URSS y por lo tanto del pacto nazisoviético (como a Lenin, los alemanes llevaron al secretario general Thorez, clandestinamente, a Moscú), intentaron colaborar con los nazis, y concretamente volver a sacar su diario L´Humanité, que había sido prohibido por la censura militar, por colaboración con el enemigo. No lo lograron, pero llegaron a un compromiso: publicaronLa France au travail (Francia trabaja), órgano semi-oficial de un PCF tolerado por los nazis. Llega el ataque sorpresa (para Stalin) nazi contra la URSS, en junio de 1941, y los comunistas se lanzan, no a la lucha contra los nazis, sino en defensa de la URSS. Si en la práctica fue más o menos lo mismo, desde el punto de vista de la ética política, nada tiene que ver. 

Pero es cierto que los comunistas "resistieron" y su organización clandestina, "durmiente", les sirvió para crear sus redes de resistencia. Pero como ocurrió en España, durante la dictadura fanquista (sin comparar las dos situaciones), la mayoría de los que actuaron en la resistencia antinazi, con el PCF, se fueron tras la Liberación, por diversos, y hasta contradictorios motivos. Los primeros "disidentes" del PCF fueron los clandestinos de la Resistencia.

Desde 1944 hasta, más o menos, 1958 (llegada de De Gaulle), el PCF fue el primer partido de Francia, y se mantuvo como partido relativamente importante hasta la implosión de la URSS. Tiene su lógica. Todo ese periodo de los años 40 y 50, que sería interesante analizar más en detalle, vio el dominio absoluto del pensamiento único pro-soviético, pro-marxista, con sus dogmas, sus censuras, sus mayordomos -siendo el más abyecto de ellos, pero no el único Jean-Paul Sartre- su influencia en los sindicatos, en la Universidad (Marleau-Ponty, por ejemplo, dudó muchísimo antes de emitir ciertas reservas sobre la superioridad moral y material de la URSS), en todas partes dominaba la mentira. Francia aún no se ha curado del todo. En esta foto faltan cantidad de personajes, no es censura, sino exigencias de espacio. 

Volvamos al guateque "tecno". ¿Todo ha cambiado? Sí y no. Por ejemplo, Robert Hue (textualmente ¡Arre!), el secretario general, alcalde de un burgo en las inmediaciones de París, mantiene en su municipio un implacable "apartheid" antimoros, montando, por ejemplo, falsas acusaciones de tráfico de drogas para expulsar a marroquíes. Lo que sí ha cambiado es, pongamos, que el título de su diario L´ Humanité, subvencionado por el gobierno, ya que sin lectores, para anunciar la fiesta de aniversario, era: ¡Discotequeros de todos los países, uníos! No es broma. O sea que si ayer ser comunista representaba ser criminal o cómplice de la barbarie, cínico o ingenuo, hoy sólo significa ser idiota. Idiota de armas tomar.

EL MODELO DE GOBIERNO DE IU Y EL COMUNISMO

A principios de la década de los noventa viajé a Moscú en varias oportunidades. El mundo había sido testigo de dos sucesos asombrosos: la pacífica desintegración de la URSS y la disolución por decreto del partido comunista más grande y fuerte del planeta. Ya gobernaba Boris Yeltsin, con quien, a su paso por Estados Unidos, había compartido una interesante mañana, en la que pude darme cuenta del increíble nivel de confusión e improvisación que existía en los altos mandos del Kremlin y el intenso miedo que este político, nacido en los Urales, en los confines de Europa, sentía a ser ejecutado por el KGB.

Curiosamente, el entierro de la URSS podía verse como una victoria del nacionalismo ruso, que juzgaba ese desmembramiento como una suerte de deseada liberación que libraba a Moscú de un rosario de incosteables sanguijuelas. Sólo Cuba, en el remoto Caribe, había costado a los rusos más de cien mil millones de dólares en inútiles subsidios a lo largo de varias décadas. ¿Qué sentido tenía continuar sosteniendo a la Nicaragua sandinista, agregar a la lista de satélites la Etiopía de Mengistu y la Angola revoloucionaria, o insistir en la guerra colonial de Afganistán?

Entonces se repetía una audaz frase que sintetizaba esta pragmática posición política: “Hay que liberar a Rusia de la URSS”. Al fin y al cabo, aún podándole las adherencias imperiales, Rusia seguía duplicando en tamaño a cualquiera de las otras grandes naciones de la tierra: Estados Unidos, China, Canadá, Brasil o la India. El mundo veía a los soviéticos como verdugos, mientras los rusos, en cambio, se percibían como víctimas de una ideología que había hipertrofiado el perímetro de sus responsabilidades económicas y militares en perjuicio del bienestar de la propia población eslava.

Pero tal vez más sorprendente aún que la incruenta cancelación del imperio soviético fue el dócil comportamiento del PCUS: sus veinte millones de miembros acataron la orden de disolverse sin protestar, y el país de Lenin, el país de la “gloriosa Revolución de Octubre”, meca y mito de todas los revolucionarios radicales del siglo XX, a una sorprendente velocidad enterró los dogmas y doctrinas marxistas-leninistas con un universal gesto de fatiga.

En ese viaje a Moscú, tras entrevistarme con el canciller Andrei Kozirev y el vicecenciller Georgi Mamedov para hablar de los inevitables asuntos cubanos, por medio del escritor Yuri Kariakin, un gran especialista en Dostoievski y en Goya, concerté un encuentro con Alexander Yakovlev, un personaje que ya estaba fuera del gobierno, ex embajador de la URSS en Canadá y tal vez el principal consejero e ideólogo de Mijail Gorbachov. Quería escuchar en su propia voz una explicación coherente sobre el proceso que había liquidado el sistema comunista en la nación que por primera vez lo puso en práctica.

En ese momento Yakovlev era el funcionario clave de una fundación creada por Gorbachov, e irónicamente nos recibió en el enorme despacho que había ocupado Mijail Suslov hasta su muerte, ocurrida en 1982. Suslov había sido el implacable defensor de la ortodoxia comunista, el Torquemada de mano dura contra cualquier desviación de la obediencia al Kremlin, ya fuera el trotskismo, el titoísmo o la revuelta húngara de 1956. Si existía un símbolo del drástico cambio ocurrido en la URSS era que Yakolev estuviera sentado exactamente en el lugar que, en su momento, ocupara el temido Suslov.

I. Un sistema contrario a la naturaleza humana

La historia que me contó Yakovlev merece ser repetida. Este héroe de la Segunda Guerra Mundial, miembro prominente del Partido, a principios de la década de los setenta se atrevió a escribir que el comunismo soviético arrastraba un perverso componente de la historia zarista que lo llevaba a ejercer la violencia indiscriminada contra la sociedad, lo que, a su vez, impedía el desarrollo de la URSS en todo su enorme potencial.

Tal vez para impedir que ese peligroso juicio se contagiara a otros camaradas, el entoncespremier Leonid Breznev, quien poco antes, tras la invasión a Checoslovaquia de 1968, había formulado la doctrina imperial que le concedía al PCUS el derecho a decidir dónde y cuándo desplegar los tanques para preservar el comunismo en el planeta, que era tanto como asignarle a la URSS el derecho al uso indiscriminado de la violencia a escala internacional, procuró a Yakovlev un exilio dorado, nombrándolo embajador en Canadá, lejos de las intrigantes camarillas del Kremlin.

Pero el destino, como en el reino de Serendip, a veces desemboca en el lugar exactamente contrario al procurado. Sucedió que un día llegó a Canadá en viaje oficial un joven técnico en desarrollo agrario, prometedora estrella del Partido Comunista, el señor Mijail Gorbachov, y se reunió con su embajador Alexander Yakovlev, y estuvieron conversando durante varios días, tal vez porque la misión de Gorchachov se prolongó más de lo previsto o tal vez porque el avión deAeroflot, la línea aérea soviética, se averió más de lo acostumbrado.

Es muy aleccionador pensar que aquellas pláticas amables pero apasionadas entre dos personas inteligentes, que podemos imaginar humedecidas por un buen vodka ruso, sin que nadie lo supiera, y sin que los interlocutores lo sospecharan, cambiaron el rumbo de la humanidad. Anécdota que nos recuerda la fragilidad de esa futurología mecanicista basada en el acopio de información económica o en las predicciones de los expertos.

Fue allí y entonces, aparentemente, donde Gorbachov se convenció de que el comunismo era reformable si se eliminaba ese doloroso componente de violencia que impedía el libre examen de los problemas. Fue allí y entonces donde dos comunistas patriotas se persuadieron de que sabían exactamente qué hacer para que el país más grande del mundo se convirtiera, además, en el más rico, feliz y desarrollado.

Era necesaria la reforma, la luego tan mentada perestroika. Pero para que la reforma diera sus frutos había que quitar las cadenas al juicio crítico: eso era la glasnost, la transparencia sin consecuencias ni represalias, la recuperación de la verdad como instrumento de análisis y corrección de los males. Si a la planificación colectivista y a la búsqueda de la justicia distributiva inherentes al marxismo se agregaba la libertad, el comunismo –concluyeron Yakovlev y Gorbachov– se convertiría en un modelo imbatible para lograr la felicidad de los pueblos.

Andando el tiempo, de un modo casi mágico las cartas fueron cayendo ordenadamente sobre la mesa: tras la muerte de Breznev el poder quedó en manos de Yuri Andropov, un reformista moderado y prudente, ex jefe del KGB y amigo de Gorbachov, quien de la mano de su poderoso protector ascendió unos peldaños dentro de la burocracia soviética. Pero en 1984 murió Andropov y, en lo que parecía ser un retroceso, fue elegido Konstantin Chernenko, un “duro” de la época de Breznev –fue su jefe de gabinete–, mas llegó al poder a los 74 años, ya enfermo de muerte.

Apenas un año más tarde, en efecto, Chernenko murió, y es muy probable que ese hecho haya convencido a la nomenklatura soviética de la necesidad de estabilizar la autoridad eligiendo a un líder razonablemente joven y saludable capaz de dirigir el país durante un largo periodo. Fue en ese punto en el que Mijail Gorbachov entró en la historia por la puerta grande. Sólo tenía 53 años y proyectaba una imagen vigorosa. Con él traería de la mano a Yakovlev, y lo colocaría al frente del aparato de propaganda para defender el novomyshlenie, o nuevo pensamiento.

Los hechos que siguieron son más o menos conocidos. Gorbachov comenzó por continuar las reformas emprendidas por Andropov, entre ellas la de racionar el alcohol o aumentarlo significativamente de precio, dado que este vicio supuestamente debilitaba la capacidad productiva del país –una campaña en la que ya había fracasado el bueno de Nicolás II, último zar de Rusia–, pero lo verdaderamente decisivo fue la tolerancia con espacios de libertad crítica, que fueron aumentando de manera imparable en círculos cada vez más amplios.

Poco a poco, los comentarios negativos dejaron de limitarse a los problemas concretos de la economía y se empezó a cuestionar la esencia del sistema soviético y los dogmas marxistas-leninistas. Todo ello llegaba acompañado de una aguda crisis de producción y abastecimiento, pero Gorbachov, lejos de amilanarse, extendió su voluntad de reformas al campo de los satélites europeos. Finalmente, en octubre de 1989 cayó el Muro de Berlín, y una tras otra casi todas las naciones de Europa Central fueron abandonando el comunismo y el campo soviético.

¿Por qué Gorbachov –pregunté a Yakovlev y a Kariakin, ambos conocedores íntimos del personaje–, pese a su temperamento enérgico, no intentó frenar la descomposición de la URSS y del llamado “campo socialista”? La respuesta que entonces me dieron me sigue pareciendo convincente: porque en la psicología profunda de Gorbachov, o en eso a lo que llamamos “carácter”, había un elemento genuino de aborrecimiento de la violencia.

Gorbachov no ignoraba que se estaba desintegrando el mundo parido por Lenin a partir de 1917, pero sabía que para mantenerlo sujeto era indispensable sacar el Ejército Rojo a las calles y matar varios millones de personas. Seguramente es lo que hubieran hecho Stalin, Kruschov o Breznev, pero él era demasiado compasivo para ordenar una carnicería de esa magnitud.

Tras la descripción histórica de los hechos, que consumió casi toda la entrevista, le hice a Yakovlev una pregunta final: ¿en definitiva, por qué fracasó el comunismo? Se quedó pensando unos segundos y me dio una respuesta probablemente correcta, pero que hay que abordar con cuidado y en extenso: “Porque –me dijo– no se adaptaba a la naturaleza humana”. Las reflexiones que siguen van encaminadas a explorar esa premisa, aunque se hace necesario cierto rodeo previo.

II. El marxismo y sus fracasos

En realidad, hay un primer elemento de bulto, extraído del método científico, que indica que, en efecto, hay algo en el sistema comunista que invariablemente conduce al fracaso. Cuando llevamos a cabo un experimento en un laboratorio, y luego podemos repetirlo en las mismas condiciones y los resultados son similares, de esta experiencia extraemos reglas y conclusiones. Por la otra punta, cuando intentamos obtener unos resultados previstos y realizamos el mismo experimento, pero variando las circunstancias, y en ningún caso logramos esos resultados la conclusión obvia debería ser que la premisa científica estaba equivocada.

Test, por cierto que el propio Marx recomendaba vivamente, como se puede leer en su conocido ensayo Tesis sobre Feuerbach, firmado junto a Engels, en el que el pensador alemán afirmaba: “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico”.

Apliquemos, pues, ese criterio de Marx a la experiencia comunista. La premisa marxista establecía que al eliminar la propiedad privada y planificar la producción se produciría una mejoría intensa del modo de vida físico y espiritual de las personas, hasta alcanzar una sociedad justa, equitativa, feliz, en la que no estuviera presente la violencia coactiva del Estado porque éste habría desaparecido. Se llegaría a una sociedad en la que ni siquiera serían necesarios los jueces y las leyes, porque la convivencia entre los seres humanos estaría basada en una forma de espontáneo altruismo capaz de armonizar fraternalmente las necesidades e intereses de todas las personas.

Esta premisa se sustentaba en los supuestamente providenciales hallazgos de Karl Marx en el terreno histórico, filosófico y económico, que Engels sintetizó hábilmente en la oración fúnebre que le dedicara en 1883, en el momento de su muerte, y que cito textualmente:

“Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales y, por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.

Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas”.

Engels pudo agregar que Marx también trató de explicar la crisis final del capitalismo como resultado de una superproducción creciente, producto de la falta de planificación, dado que cada codicioso empresario ocultaba sus planes particulares a la competencia, acumulando stocks invendibles que generarían grandes masas de desempleados o de asalariados remunerados con sueldos decrecientes, provocando con ello una catástrofe económica que sumiría a los trabajadores en una espiral de progresiva miseria que no podía tener otro fin ni otro destino que la revolución mundial para terminar con ese criminal modo de explotación.

Llegado ese punto, los obreros y campesinos –pero especialmente los obreros, que eran los sujetos históricos que habrían adquirido “conciencia de clase”- destruirían los Estados burgueses y los sustituirían por “dictaduras del proletariado” provisionales, hasta alcanzar el fabuloso mundo prometido por los marxistas.

Provistos de estas fantásticas ideas, que a ellos les parecían “científicas”, aunque sólo eran hipótesis dudosas que casi inmediatamente comenzaron a ser desmontadas por otros pensadores –como Eugen von Böhm-Bawerk, quien ya en 1896 pulverizó la teoría del valor de Marx y sus postulados sobre la plusvalía–, en diversas partes del planeta numerosos reformadores sociales, llenos de buenas intenciones, sin esperar a la crisis final del capitalismo, encontraron una justificación para recurrir a la violencia, dada la santidad de los fines que se perseguían.

Así las cosas, desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX surgieron figuras como Lenin, Trotski, Stalin, Kruschev, Tito, Enver Hoxha, Todor Zhivkov, Fidel Castro, Che Guevara, Georgi Dimitrov, Nicolás Ceaucesu, Mao, Tito, Walter Ulbricht, Kim Il Sung, Pol Pot y otras varias docenas de líderes que compartían un prominente rasgo biográfico: todos ellos se entregaron abnegadamente a una causa política por la que padecieron persecuciones y sufrimientos, y por la que arriesgaron la vida en numerosas oportunidades.

Sin embargo, ese no era el único elemento que los unificaba: todos ellos, cuando ejercieron el poder dentro del sistema comunista, lo hicieron cruelmente, asesinando y encarcelando a millones de personas, acusándolas de traición, de rebelión o de simple desobediencia, cuando en la infinita mayoría de los casos se trataba de personas simplemente desafectas que sostenían puntos de vista diferentes o eran ex camaradas desengañados con las ideas marxistas.

La represión brutal, pues, no parecía una aberración del sistema, sino la consecuencia natural de tratar de implantar un tipo de sociedad extraña a los valores y expectativas de las personas. Los revolucionarios rusos llegaron al poder en 1917, y un año más tarde Lenin ya daba la orden de crear “colonias penales” y de utilizar una feroz represión contra mencheviques, kadetes o cualquier fuerza acusada de simpatizar con los reformistas de Kerenski, tarea en la que Trotski colaboró con criminal energía, como recuerdan los historiadores que se han ocupado de la matanza de los marinos de Kronstadt.

Pero las instrucciones de Lenin iban más allá todavía: era importante castigar indiscriminadamente, incluso a inocentes, para que nadie se sintiera seguro y todos obedecieran. Era el principio del Gulag, que luego Stalin continuaría con entusiasmo vesánico hasta dejar varios millones de muertos en las cunetas y calabozos, baño de sangre al que añadiría los juicios públicos a comunistas acusados de colaborar con el enemigo, farsas que solían culminar con la autoconfesión de crímenes nunca cometidos, gritos de militancia revolucionaria y la posterior descarga de los fusiles y el tiro en la nuca.

Naturalmente, no hay nada desconocido en esta rápida descripción del terror comunista en las primeras tres décadas de su implantación en la URSS, pero a donde quiero llegar es a la siguiente observación: exactamente eso, o algo muy parecido, ocurrió luego en Bulgaria y en Rumanía, en Checoslovaquia y en Hungría, en China y en Corea del Norte, en Cuba y en Etiopía. Donde quiera que se implantaba el totalitarismo comunista aparecían el paredón de fusilamientos, las innumerables cárceles, las torturas, los juicios públicos, los siempre vigilantes cuerpos de delatores, la paranoica policía política, permanentemente dedicada a la búsqueda de traidores contactos con el exterior, los pogromos, los atropellos sin límite, las persecuciones a las minorías ideológicas, sexuales y, a veces, étnicas, y el control total de la vida de las personas, que ya ni siquiera podían emigrar, porque el deseo de marcharse resultaba ser una prueba clara de deslealtad a la patria.

Daba exactamente igual que el proceso lo dirigiera un abogado cubano como Fidel Castro, educado por los jesuitas, un ex seminarista cristiano como Stalin, un maestro como Mao, un militar como Tito o un afrancesado y tímido burgués como Pol Pot. No era una cuestión de personas, sino de ideas y de métodos: todos no podían ser psicópatas malignos. No había diferencia en que se tratara de regímenes impuestos por el ejército soviético, como ocurrió en varios países de Europa Central, o que fueran el resultado de revoluciones, guerras civiles o golpes autóctonos, como en Albania, Cuba, China o Etiopía: el resultado -admitidas algunas diferencias de grado más que de fondo- acababa por ser muy parecido, como si la implantación del comunismo inevitablemente trajera aparejada una sanguinaria manera de maltratar a los seres humanos.

¿Por qué esa cruel fatalidad? ¿Cómo personas bien intencionadas, altruistas, que creen dedicar sus vidas a la redención de sus conciudadanos, incurren en esas monstruosidades? Seguramente, porque sacrificaban cualquier juicio moral con relación a los medios que utilizaban con tal de alcanzar los fines que se habían propuesto.

Eso se ve con toda claridad en un párrafo clave del Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental –un cónclave planetario de guerrilleros, terroristas y radicales comunistas de medio mundo congregado en La Habana en 1966– enviado por el Che Guevara, quien entonces preparaba su aventura boliviana, en el que el médico argentino reivindicaba “el odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta y selectiva máquina de matar”. Odiar y matar a los enemigos era exactamente lo que debía hacer el revolucionario en nombre del amor a la humanidad, y por ello no debía sentir la menor vacilación o pena.

Esta fanática certeza en las creencias comunistas, que ha convertido a Stalin, al Che, a Pol Pot y a tantos revolucionarios en criminales políticos, tiene, además, dos consecuencias nefastas. Por una parte, los lleva a crear un lenguaje compatible con el odio, inevitablemente precursor de la agresión. Los adversarios ideológicos son siempre “gusanos”, “apátridas”, “vendepatrias”, “lamebotas del imperialismo”, es decir, una gentuza infrahumana que se puede suprimir sin contemplaciones con un balazo en la cabeza o se puede internar para siempre entre rejas, como se hace en los zoológicos con los animales peligrosos.

La segunda consecuencia de esta actitud dogmática es el autismo moral. En general, quienes permanecen fieles a las creencias comunistas se cierran totalmente a otros estímulos intelectuales críticos o a proposiciones más razonables, enterrando la cabeza en la arena, como afirman que hacen los avestruces cuando se sienten en peligro.

¿Cómo seguir creyendo en el análisis económico marxista tras la refutación impecable de Bohm-Bawerk y otros miembros destacados de la Escuela austriaca? ¿Cómo insistir en las bondades de la planificación centralizada cuando Ludwig von Mises, ya en 1922, en su obra Socialismo demostró la imposibilidad del cálculo económico en sociedades complejas, el valor de los precios como un sistema de señales y el mercado como la manera menos ineficiente de asignar recursos, prediciendo, de paso, el inevitable fracaso del entonces incipiente experimento soviético? ¿Cómo sostener el materialismo dialéctico y la superstición de que la historia se comporta de acuerdo con las leyes supuestamente descubiertas por Marx tras ponderar las reflexiones de Karl Popper sobre el historicismo? ¿Cómo insistir en la culpabilización de Occidente si se ha leído con detenimiento El opio de los intelectuales de Raymond Aron o los seminales ensayos de Isaiah Berlin? ¿Cómo no coincidir con Hayek cuando advierte que el camino socialista conduce a la servidumbre, o con Hanna Arendt cuando explica los tortuosos mecanismos que destruyen el equilibrio emocional en los regímenes totalitarios y generan ese odioso sentimiento de indefensión con que ese tipo de omnipresente dictadura castra y marca a los ciudadanos?

Los marxistas, prisioneros de una injustificada arrogancia intelectual, para poder insistir cómodamente en sus errores descalificaban las observaciones de sus adversarios sin necesidad de conocerlas, o recurrían a una obscena aspereza en el lenguaje, siempre encaminada a tratar de destruir a los autores, no a sus ideas, y muy especialmente cuando se referían a personas de izquierda o ex comunistas que habían escapado de la secta y contaban sus valiosas experiencias, como Arthur Koestler, André Malraux, Albert Camus, George Orwell, John Dos Passos, Octavio Paz, Joaquín Maurín, Eudocio Ravines, Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza, Jorge Semprún y otras varias docenas o quizás centenas de valiosos intelectuales y pensadores desencantados con la praxis marxista-leninista, invariablemente calificados de agentes de la CIA, de asalariados de Wall Street o, más genéricamente, de “lacayos al servicio del imperialismo”.

Otras circunstancias, los mismos resultados

¿Sería acaso un problema cultural? ¿Habría tal vez culturas más proclives a ejercer la violencia o a aceptar la tiranía y otras en las que el comunismo podía arraigar de manera más suave y natural? No parece. El comunismo se intentó en el enorme imperio ruso, en el que coincidían cien pueblos distintos; en la Alemania del Este, corazón de Europa, desarrollada y culta; en Checoslovaquia y Hungría, dos fragmentos gloriosos del viejo Imperio Austrohúngaro; en el mosaico yugoslavo; en la Albania culturalmente desovada por Turquía; en China, en Vietnam, en Camboya, en Corea del Norte; en Cuba y Nicaragua; en el África negra de Angola y Etiopía. Y en todos fue un desastre.

Se intentó en pueblos de raíz greco-cristiana, como Rusia, Bulgaria y Rumanía; en pueblos católicos, como Hungría, Cuba o Nicaragua; en pueblos cristiano-protestantes, como Alemania o Checoslovaquia; en pueblos islamizados, como Albania, ciertas porciones de Yugoslavia y algunas repúblicas del Turquestán soviético; en otros de tradición confuciana, budista y taoísta, como China, Camboya, Vietnam y Corea del Norte. Y en todos fracasó.

Lo ensayaron sociedades de origen eslavo, germánico, chino, subsahariano, latino, hispanoamericano, escandinavo y turcomano, y todas concluyeron en el desastre, el abuso, la pobreza y la mediocridad. Un fracaso del que sólo conseguían salvarse abandonando el sistema, o del que todavía hoy intentan huir mixtificándolo con medidas carácterísticas de las sociedades occidentales tomadas de la economía de mercado.

Pero, ¿cómo y por qué podemos afirmar que se trata de experimentos fracasados? ¿No habla la propaganda comunista de sociedades dotadas de extendidos sistemas de salud y educación, en las que no existe el desempleo y todas las personas disfrutan de unos bienes mínimos, suficientes para sostener una vida feliz? Naturalmente, éxito y fracaso son siempre juicios relativos, pero, como en los laboratorios, contamos con experimentos de control y contraste que nos permiten calificar de total desastre la experiencia comunista: tras la Segunda Guerra Mundial varios países y sociedades homogéneas se dividieron en los dos sistemas antagónicos que durante medio siglo disputaron la Guerra Fría. Hubo dos Alemanias, dos Coreas, y dos o varias Chinas: la continental, Taiwán, Hong Kong, incluso Singapur. Hubo una Austria neutral en la que se instauró la democracia y se insistió en la economía de mercado, mientras Hungría y Checoslovaquia –los otros dos grandes fragmentos del viejo Imperio Austrohúngaro– quedaban tras el Telón de Acero.

La comparación de los resultados no ha podido ser más humillante para el sistema comunista. Alemania Occidental, Austria, Corea del Sur, las Chinas capitalistas se desarrollaron mucho más eficaz y humanamente, desplazándose hacia formas de convivencia cada vez más democráticas y respetuosas de los derechos civiles, como sucediera en Taiwán y en Corea del Sur, convirtiéndose en un poderoso polo de atracción para quienes tuvieron la desgracia de quedar al otro lado de los barrotes.

Las sociedades capitalistas no eran perfectas, por supuesto, y no estaban exentas de graves problemas, pero el flujo migratorio indicaba la clara preferencia de los pueblos. Nadie saltaba el muro en dirección al Este. Los chinos que lograban huir pedían asilo en Taiwán o en Hong Kong, nunca en el paraíso de Mao. La mayor parte de los prisioneros norcoreanos cautivos en Corea del Sur, terminada la guerra en 1953, imploraron no ser devueltos al país del que provenían. Cuba, tras ser un importante refugio de inmigrantes a lo largo del siglo XX, a partir de la revolución se convirtió en un pertinaz exportador de balseros y emigrantes.

Los Estados comunistas, como observara la profesora y diplomática norteamericana Jeanne Kirkpatrick, eran las primeras entidades políticas de la historia que construían murallas no para evitar las invasiones, sino para impedir las evasiones de sus desesperados súbditos, y no hay un juicio más certero para medir la calidad de una sociedad que la dirección en que se desplazan los migrantes.

¿Sería, acaso, un problema de recursos materiales? Tampoco: resultaba evidente que el comunismo fracasaba en todas las circunstancias materiales posibles, aun cuando tuviera enormes posibilidades de triunfar. La URSS contaba con inmensos recursos naturales, mayores que los de cualquier otro país. Ucrania había sido el granero de Europa hasta la Primera Guerra Mundial. Bulgaria y Rumanía tenían una buena experiencia en el terreno agrícola. Alemania del Este, Checoslovaquia y Hungría poseían una antigua tradición industrial y científica, y podían exhibir un copioso capital humano formado en notables universidades. Todos esos países crearon un mercado común articulado en torno al Comecon –la respuesta soviética al Plan Marshall y a la Comunidad Económica Europea– y coordinaban sus esfuerzos económicos, financieros e investigativos.

Sin embargo, todos esos factores positivos no eran suficientes para generar riqueza, tecnología o avances científicos en la cuantía en que Occidente lo lograba, y, visto ya con cierta perspectiva, resulta casi inexplicable que, con ese inmenso potencial a su servicio, el bloque comunista no haya sido capaz de originar siquiera una sola de las grandes revoluciones tecnológicas del siglo XX: la televisión, la energía nuclear, los antibióticos, la biotecnología, los vuelos supersónicos, los transistores o la computación. Sólo en un aspecto, el de carrera espacial, los soviéticos tomaron la delantera, por un corto periodo, tras el sputnik lanzado en 1957, pero ese episodio más bien parecía un subproducto de la cohetería militar, una industria favorecida por el Kremlin, donde también habría que inscribir la impresionante actividad espacial posteriormente desplegada por Moscú.

No obstante, todavía existía una coartada final para no admitir que el marxismo partía de una serie de errores intelectuales originales que conducían al fracaso a todos los líderes, en todas las culturas y hasta en las más prometedoras circunstancias materiales. Ese pretexto era la idea de que existía un “socialismo real” que fracasaba por errores humanos en su torpe implementación y no por el carácter equivocado de los planteamientos originales. Se negaban a aceptar, entre otras evidencias, la melancólica observación de Yakovlev: el comunismo, sencillamente, no se adapta a la naturaleza humana. Exploremos ahora las razones de esta esencial incompatibilidad.

III. La naturaleza humana

Durante buena parte de los siglos XIX y XX psicólogos, sociólogos, filósofos y biólogos discutieron apasionadamente sobre la esencia de la naturaleza humana. El núcleo del debate era muy escueto: unos opinaban que, fundamentalmente, el hombre era el resultado de la influencia externa, mientras los otros se decantaban por explicarlo como consecuencia de factores genéticos. Por un tiempo, un sector tal vez mayoritario del mundo académico, seguramente horrorizado por la experiencia del nazismo, negó con vehemencia que los seres humanos tuvieran instintos o tendencias innatas, y hasta se consideró “reaccionario” y “racista” suponer que la herencia y la biología jugaban un papel preponderante en la conducta de las personas.

No obstante, en la segunda mitad del siglo XX, con la concesión del Premio Nobel en 1973 al etólogo austro-alemán Konrad Lorenz por las investigaciones y reflexiones volcadas en su libro On Agression, en medio de un agrio debate académico que dura hasta nuestros días, se fortaleció una especie de neodarwinismo que tuvo otro hito fundamental en los postulados de los sociobiólogos, capitaneados por Edward O. Wilson desde la publicación de sus libros Sociobiology(1975) y On human nature (1978).

A partir de ese momento fue creciendo exponencialmente el número y la importancia de quienes pensaban que los seres humanos, como todas las criaturas, estaban sujetos a las fuerzas de la evolución, lo que permitía explicar la conducta, los sentimientos y las actitudes como formas de adaptación a esa misteriosa urgencia de perpetuación de las especies que gobierna a todos los seres vivos. A esa visión neodarwiniana, en general contrapuesta a la postura de los científicos sociales más cercanos al marxismo, también se le llamó “funcionalismo”: la existencia de instituciones como el matrimonio y la familia, de creencias religiosas o de comportamientos agresivos frente a los extraños podían explicarse como estrategias innatas de supervivencia de nuestra especie, involuntariamente aprendidas y aprehendidas durante cientos de miles de años de constante evolución.

Si aceptamos esta premisa teórica, y si convenimos en que la clave del éxito en cualquier sociedad es el capital humano de que se dispone, sus virtudes cívicas, la disposición que se muestre para el trabajo y la coherencia y adecuación entre el sistema de convivencia y los rasgos psicológicos de quienes deben habitarlo, ¿qué elementos de los planteamientos marxistas y del modelo de organización comunista del Estado contradecían la naturaleza humana y afectaban negativamente a la sociedad y, por ende, al proceso de creación de riquezas? A mi juicio, varios, todos ellos vinculados a la psicología profunda de la especie, y para facilitar su comprensión creo que vale la pena consignar diez de los más importantes, aunque sea de manera esquemática:

1. El colectivismo y la represión al ego

El más evidente de esos elementos contrarios a la naturaleza humana era la imposición violenta de diversas expresiones del colectivismo que negaban o reprimían la pulsión egoísta radicada en la psiquis de las personas sanas. El totalitarismo convertía el reclamo de prestigio y distinción personal -uno de los grandes motores de la acción humana- en una suerte de conducta antisocial castigada por las leyes y estigmatizada por la moral oficial, olvidando que las personas necesitan fortalecer su autoestima mediante el reconocimiento social basado en la singularidad de sus logros.

Naturalmente, esa represión al egoísmo y a la búsqueda de reconocimientos iba acompañada por grotescas formas sustitutas del éxito, como las distinciones oficiales a los “héroes del trabajo” dentro de la tradición stajanovista, pero la artificialidad de este sistema de premios, generalmente entregados en ceremonias ridículas, inevitablemente vinculados a la docilidad bovina de los elegidos, acababa por perder cualquier tipo de prestigio social, vaciándolo totalmente de contenido emocional.

2. El altruismo universal abstracto contra el altruismo selectivo espontáneo

El colectivismo exhibía, además, otra faceta inmensamente negativa: decretaba la obligatoriedad de una especie de altruismo universal abstracto -los obreros, la humanidad, el campo socialista- mientras combatía el altruismo selectivo espontáneo, dirigido al círculo de las relaciones más íntimas, que es, realmente, el que moviliza los esfuerzos de los seres humanos: al desaparecer la propiedad privada ya no era posible dotar a los hijos de elementos materiales que garantizaran su bienestar. Ese fuerte instinto de protección que lleva a padres y madres -especialmente a las madres- a sacrificarse por sus descendientes y a posponer las gratificaciones personales en aras de sus seres queridos quedaba prácticamente anulado por la imposibilidad material de transmitirles bienes.

Era, pues, un sistema que inhibía y penalizaba dos de las actitudes y comportamientos que más influyen en la voluntad de trabajar y en la consecuente creación de riquezas: la búsqueda del triunfo personal y la protección y el mejoramiento de la familia. ¿Cómo asombrarse, pues, de los raquíticos resultados materiales del totalitarismo comunista, cuando el sistema, generalmente impuesto por la violencia, suprimía las motivaciones más enérgicas que tienen las personas para trabajar con ahínco?

3. La desaparición de los estímulos materiales como recompensa a los esfuerzos

Pero ni siquiera ahí terminaban los refuerzos negativos que debilitaban la voluntad de trabajar en las personas comunes y corrientes: el marxismo proponía como meta la lejana obtención de un paraíso siempre situado en la inalcanzable línea del horizonte. El sistema exigía el sacrificio constante en beneficio de generaciones futuras, privando a los trabajadores de una recompensa efectiva e inmediata conseguida como resultado de sus desvelos, ignorando que, si algo se sabe con toda certeza en el terreno de las motivaciones, es que existe una relación directa entre el nivel de esfuerzo y la inmediatez de la recompensa obtenida: mientras mayor sea y más próxima se encuentre la recompensa, más intenso será el esfuerzo por obtenerla.

¿Cuánto tiempo y cuántas generaciones de trabajadores podían realmente defender con entusiasmo un sistema que les negaba o aplazaba sine die una legítima compensación por sus desvelos?

4. La falsa solidaridad colectiva y el debilitamiento del “bien común”

Como consecuencia del colectivismo y de la desaparición de estímulos materiales asociados al esfuerzo personal, en todos los Estados comunistas se producía, además, un paradójico fenómeno que Marx no supo prever: la solidaridad colectiva, lejos de fortalecerse con el comunismo, fue desvaneciéndose hasta hacerse imperceptible. Nadie cuidaba los bienes públicos. La verdad oficial era que todo era de todos. La verdad real era que nada era de nadie, y, en consecuencia, a nadie le importaba robar al Estado, dilapidar las instalaciones colectivas o abusar sin contemplaciones de los servicios ofrecidos, actitud que generaba una letal combinación entre el despilfarro y la escasez propia del sistema.

En los Estados comunistas la obsolescencia de los equipos era asombrosa: los tractores, los vehículos de transporte o cualquier maquinaria que se entregaba a los trabajadores tenía una vida útil asombrosamente breve, acortada aún más por la permanente falta de piezas de repuesto, típica de las economías centralmente planificadas. Nadie cuidaba nada porque las personas no conseguían asumir mentalmente la idea del “bien común”. Lo que era del Estado -un ente opresor remoto e incómodo- no les pertenecía a ellas, y no había razón para protegerlo.

Esto se veía con claridad en el entorno urbano característico de las ciudades regidas por el socialismo, siempre sucio, despintado, mal iluminado, con edificios en ruinas. A un país como Alemania del Este, la más próspera de las naciones comunistas, las cuatro décadas que duró el comunismo no le alcanzaron siquiera para recoger todos los escombros de la Segunda Guerra mundial. En La Habana, destruida por la incuria sin límite del castrismo, mientras los automóviles oficiales al servicio de la nomenklatura apenas duraban dos o tres años, los viejos coches de los años cuarenta y cincuenta, todavía en manos de particulares, se mantenían circulando heroicamente. La diferencia entre el destino de unos y otros era una forma silenciosa, pero efectiva, de demostrar la ineficiencia sin paliativos del socialismo y el inmenso costo material que esa característica le imponía a la sociedad.

5. La ruptura de los lazos familiares

Por otra parte, el colectivismo y la imposibilidad de colaborar con el bienestar de la familia no parecían ser un producto fortuito de la desaparición de la propiedad privada, sino una consecuencia conscientemente buscada por la dictadura totalitaria en su afán por romper los lazos familiares, con el objetivo de forjar hombres y mujeres que no estuvieran sujetos a la moral tradicional. De ahí las comunas chinas, las escuelas en el campo cubanas o el rechazo brutal camboyano a la vida urbana durante la tiranía de Pol Pot: se trataba de romper bruscamente los vínculos de sangre para crear una hermandad fundada en la ideología, donde la fuente única para la transmisión de los valores fuera el omnisapiente Partido. Por eso en todos los gobiernos comunistas se cantaban las glorias de los niños que vencían los prejuicios de la lealtad burguesa y eran capaces de delatar a la policía política a sus padres o hermanos cuando éstos violaban las normas de la doctrina.

Ni siquiera se podía amar a quien no exhibiera las señas de identidad comunistas o, más genéricamente, “revolucionarias”. En Cuba, por ejemplo, desde los años sesenta el castrismo decretó el fin de cualquier contacto con familiares “desafectos” o exiliados, y centenares de miles de familias interrumpieron sus vínculos tajantemente. Hijos, padres y hermanos, divididos por la militancia política por órdenes implacables del Estado, dejaron de hablarse o escribirse. En los expedientes policíacos, en las planillas de admisión a los centros de estudio y en las empresas se inscribía el dato peligroso: “El acusado mantiene relaciones con familiares que viven en el exterior”. Otras veces la advertencia giraba en torno al círculo de amigos: “El acusado mantiene relaciones con contrarrevolucionarios conocidos”.

Mas esa brutal manipulación de las zonas afectivas de las personas tenía un alto costo emocional: las personas, obligadas por el miedo, obedecían al Estado y renunciaban a los lazos familiares o amistosos comprometedores, pero secretamente se distanciaban aún más del Estado que las obligaba a esa abyecta mutilación de sus querencias.

6. Las instituciones estabularias

Consecuentemente, el totalitarismo negaba y reprimía cualquier forma de organización que no estuviera sujeta al control y escrutinio de la cúpula gobernante. La sociedad no podía espontáneamente generar instituciones para defender ideales o intereses legítimos. La participación estaba limitada a los pocos cauces creados por la cúpula: el Partido, las organizaciones de masas, los parlamentos unánimes, los sindicatos amaestrados, y en ninguna de esas instituciones oficiales las personas se veían realmente representadas.

De forma contraria a la tradición histórica, el comunismo era un sistema conscientemente dedicado a desatar lazos y a disgregar las estructuras espontáneas y naturales de vinculación generadas por la sociedad, sustituyéndolas por correas de transmisión de una autoridad arbitraria y represiva disfrazadas de cauces artificiales de participación, aun cuando eran, en realidad, verdaderos establos en los que “encerraban” a los ciudadanos para lograr su obediencia.

¿Resultado de esa cruel estabulación de las personas? Un creciente sentimiento de enajenación en el conjunto de la población, incapaz de sentirse representada y mucho menos defendida por un sector público percibido como extraño y ajeno.

7. Del ciudadano indefenso al ciudadano parásito

Sin embargo, el pecado comunista de someter a la obediencia a los ciudadanos mediante la coacción, y de cortarles las alas para que no pudieran pensar, organizarse ni crear riquezas por cuenta propia, traía implícita su propia penitencia: convertía a las personas en unos improductivos parásitos que esperaban del Estado los bienes y servicios que éste no podía proporcionarles, precisamente por las limitaciones que había impuesto a la sociedad.

Ese ciudadano indefenso se convertía entonces en un consumidor permanentemente insatisfecho, constantemente obligado a violar las injustas reglas a que era sometido mediante el robo y el mercado negro, debilitando con ello las normas éticas que deben presidir cualquier organización social justa y razonable.

8. El miedo como elemento de coacción y la mentira como su consecuencia

En todo caso, ¿cómo lograban los comunistas ese grado de control social? Lo conseguían por medio de una desagradable sensación física omnipresente en las sociedades dominadas por el totalitarismo: mediante el miedo. Miedo a la represión. Miedo a los castigos físicos y morales. Miedo a ser expulsado de la universidad o del centro de trabajo. Miedo a ser despojado de la vivienda. Miedo a la cárcel. Miedo a los aterrorizantes pogromos. Miedo a las golpizas. Miedo a los paredones de fusilamiento. Sólo que el miedo, como todo refuerzo negativo -afirmación en la que no se equivocan los psicólogos conductistas-, es un estímulo precario que genera reacciones contraproducentes.

Entre ellas, tal vez las más graves son el fingimiento, la simulación y la ocultación. Mentir es la especialidad de las sociedades regidas por el comunismo. Miente el Partido cuando defiende planteamientos que sabe falsos o inalcanzables. Mienten los funcionarios cuando informan sobre los resultados de la gestión a ellos encomendada, generalmente mal ejecutada por falta de medios. Mienten los jerarcas cuando presentan resultados deliberadamente distorsionados. Mienten los militantes o los indiferentes cuando deben opinar sobre los logros supuestamente obtenidos.

Pero, lo que es aún más grave, todos, tirios y troyanos, enseñan a sus hijos a mentir, porque en el sistema comunista, al revés de lo que asegura la Biblia, la verdad no nos hace libres, sino nos lleva directamente a la cárcel. Sólo que esa atmósfera de falsedades -que en Cuba llaman de “doble moral”, o de “moral de la yagruma”, una hoja que tiene dos caras de distintos colores- se transforma en una fuente del cinismo más descarnado y destructor, terrible medio para la creación de riquezas, como revela una frase que se oía en todas las sociedades regidas por el comunismo: “Ellos (el Estado) simulan pagarnos; nosotros, a cambio, simulamos trabajar”.

9. La desaparición de la tensión competitiva

De forma tal vez previsible, un modelo de organización como el comunismo, que introduce en la sociedad unas artificiales tensiones psicológicas basadas en el miedo y en la permanente incoherencia entre lo que se cree, lo que se dice y lo que se hace, simultáneamente destruye una tensión natural que contribuye a la mejora de la especie: la urgencia por competir.

En efecto, los seres humanos tienden a competir en prácticamente todos los ámbitos de la convivencia. Desde el simple intercambio de criterios entre varias personas, muy estudiado por la dinámica de grupos, en donde inconscientemente todos procuran establecer y colocarse dentro de una cierta jerarquía, hasta las competiciones deportivas, en las que resulta obvia la búsqueda del triunfo, las mujeres y los hombres luchan por destacarse y escalar posiciones de avanzada.

Desgraciadamente, dentro del sistema comunista, donde las únicas instituciones que existen son las diseñadas artificialmente por el Partido y donde las iniciativas que se permiten son sólo las que emanan de la cúpula dirigente, los individuos creativos son casi siempre marginados y no encuentran campo para desarrollar sus sueños y proyectos. Los “héroes” y “capitanes de industria”, como les llamaba Thomas Carlyle, impelidos por la naturaleza para llevar a cabo impetuosas hazañas sociales, están prohibidos, son perseguidos o se les extirpa cruelmente de la vida pública si consiguen hacerse peligrosamente visibles.

Es muy probable que en países como la URSS o Checoslovaquia, donde había un alto nivel educativo, existieran personas como William Schockley, uno de los creadores del transistor, o jóvenes inquietos como Steven Jobs, padre del computador personal Apple, pero ¿cómo las buenas ideas se transforman en acciones concretas en sistemas sociales cerrados, guiados por dogmas infalibles y administrados por burocracias políticas, ciegas y sordas ante cualquier iniciativa novedosa?

El éxito aplastante de sociedades como la norteamericana, comparadas con las comunistas, se debe, en gran medida, a las inmensas posibilidades de actuación que tienen los individuos creativos donde existen libertades individuales e instituciones que favorecen el talento excepcional. Es muy notable que un genio como Thomas Alva Edison haya patentado más de mil inventos, entre ellos la bombilla de luz eléctrica, o que un estudiante llamado Bill Gates haya creado un software ingenioso para ser utilizado como sistema operativo en las computadoras, pero tan admirable como la obra de estas personas es que vivían en sociedades que potenciaban el paso vertiginoso de la idea al artefacto y del artefacto a la empresa.

Edison no sólo inventó la bombilla: además creó la empresa para distribuir la electricidad y cobrar por el servicio. Gates no sólo perfeccionó el lenguaje Basic y le dio un destino concreto como pieza clave de las computadoras personales: también, en un humilde garaje y ayudado por cuatro amigos, creó una empresa, Microsoft, que en veinte años estaría entre las mayores del planeta. De haber nacido ambos en el mundo comunista, lo probable es que la creatividad y energía que los impulsaba a trabajar, competir y triunfar se hubiera disuelto lentamente bajo el peso letal de un sistema concebido para destruir casi cualquier iniciativa espontáneamente surgida en su seno.

10. La necesidad de libertad

A esta represión del espíritu de competencia hay que agregar la fatal supresión de las libertades implícita en toda forma de organización social montada sobre la existencia de dogmas inapelables, como sucede con la escolástica marxista.

¿Por qué recurrir a la expresión “escolástica marxista”? Porque en el marxismo, como en el método escolástico medieval, las verdades ya son conocidas, y aparecen consignadas en los libros sagrados de la secta escritos por las autoridades. En el marxismo lo único que les es dable a las personas, especialmente si ocupan puestos destacados, es confirmar la sagacidad de las autoridades con ridículos ditirambos como “Gran timonel”, “Máximo líder”, “Querido líder”, “Padre de la patria”, muestras todas de las formas más degradadas de culto a la personalidad.

Pero sucede que la libertad para informarse, examinar la realidad y proponer cursos de acción no es un lujo espiritual prescindible, sino una de las causas de la prosperidad en las sociedades modernas. Si hay una definición bastante exacta del hombre es la de “ser que se informa constantemente”. No es una casualidad que el saludo más extendido en la especie humana sea: “¿Qué hay de nuevo?”. ¿Por qué? Porque el rasgo característico de la especie es la permanente transformación del medio en el que vive, y eso significa un cambio constante en los peligros que acechan y en las oportunidades que surgen.

Tenían razón, pues, Yakovlev y Gorbachov cuando pensaban que la libertad para intercambiar información sin miedo -la glasnost- era el camino para aliviar los enormes problemas de la URSS, pero se equivocaron al creer que el sistema comunista era reformable. No lo era, como finalmente me admitió Yakovlev, porque contrariaba la naturaleza humana. Eso lo condenaba al fracaso.

IV. Epílogo

Sólo que la evidencia no es suficiente para convencer a cierta gente de la inviabilidad del comunismo. Un profesor y amigo me contaba que había acudido a un país latinoamericano para dictar una conferencia sobre el fin del marxismo; a las puertas de la universidad lo esperaba una elocuente pancarta: “Marx ha muerto: ¡viva Trotski!”.

Y así es: decenas de fracasos en otros tantos países y en diversas circunstancias, contemplados a lo largo de muchas décadas, no han bastado para convencer a algunas personas indiferentes a la realidad. ¿Por qué? Tal vez porque el marxismo, aunque falso, aporta un diagnóstico sencillo, elemental y comprensible de los males sociales; un diagnóstico al alcance de cualquier persona, por limitada que sea su educación o por escasa que resulte su capacidad de análisis. Tal vez, porque la disparatada terapia que propone posee esas mismas características. También, porque las utopías, causantes de las mayores catástrofes de la historia, son siempre seductoras para un porcentaje de la sociedad que prefiere delirar a observar y reflexionar.

Sin embargo, el hecho de que algunas personas insistan en un error no es una forma indirecta de validarlo. Es, simplemente, una muestra de terquedad irracional, de la que hay otros miles de ejemplos en la historia.

En todo caso, no olvido una triste observación que me hizo Yuri Kariakin, marxista en sus años mozos y demócrata en su vejez, mientras esperábamos a Yakovlev: “¡Qué raro y desproporcionado es el marxismo! Durante nuestra juventud -me dijo-, en pocos días nos llenamos la cabeza de porquerías e insensateces ideológicas, pero luego nos toma muchos años sacarlas del cerebro”.


Hay gente que no lo consigue nunca.