sábado, 7 de julio de 2012

LISTER. DISCURSIONES EN MOSCÚ. 1939


Índice

 A modo de introducción

 I. DISCUSIONES EN MOSCÚ, 1939.

Discusiones en Moscú.

II. FEBRERO DE 1945. ENCUENTRO CON CARRILLO EN PARÍS

Sucesivas resoluciones de la ONU.

Pleno de Toulouse.

III. MOVIMIENTO GUERRILLERO EN ESPAÑA (1936­-1951)

Las guerrillas durante nuestra guerra (1936­-1939)

Las guerrillas a partir del final de la guerra (1939-1951).

Viaje a Belgrado.

La disolución de las guerrillas.

IV. PERSECUCIONES, REPRESIÓN, TERROR, CRÍMENES EN EL PARTIDO.

El golpe policíaco de 1950 en Francia.

Reunión de Moscú, octubre de 1951.

Algunos casos de persecuciones y crímenes en el Partido

El «caso» Comorera

El «caso» Monzón.

El «caso» Quiñones

El «caso» Trilla

Luis Montero

Jesús Hernández

Otros casos.

Y una pregunta a María Eugenia Yagüe.

Preparación del asesinato de Modesto y Líster

V. LA LUCHA ENTRE DOS CONCEPCIONES DEL PARTIDO.

V Congreso.

El XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (febrero de 1956) .

Entrada de España en la ONU. Discusiones en Moscú y Bucarest

Pleno del CC. Junio de 1956 (RDA).

VI Congreso (diciembre de 1959).

Comisión de historia

VI. VIAJE A CUBA y AGUDIZACIÓN DE LA LUCHA ENTRE CARRILLO Y SUS INCONDICIONALES Y YO.

 VII. NUEVA CRISIS EN LA DIRECCIÓN DEL PARTIDO

Comienza la lucha entre F. Claudín, Tomás García y J. Semprún por un lado y Carrillo y sus partidarios por otro.

Se agudiza la lucha entre Carrillo y Claudín­Semprún. Seminario de intelectuales y es­tudiantes .

Discusiones en París (1964)

Praga (marzo-abril de 1964) .

El VII Congreso

Reconciliación nacional

VIII. CHECOSLOVAQUIA (1968).

IX. LA RUPTURA ABIERTA CON EL CARRILLISMO (3 DE AGOSTO DE 1970)

X. EL MOVIMIENTO DE LA PAZ.

Lucha dentro y fuera del Consejo Mundial de la Paz

Sesiones de la presidencia del CMP

Helsinki (enero de 1972)

Santiago de Chile (octubre 1972)

Varsovia (mayo 1973)

Congreso Mundial de las Fuerzas de la Paz.

Sesión del Consejo Mundial de la Paz de So­fía (1974).

XI. Y LA LUCHA CONTINÚA.

A MODO DE INTRODUCCIÓN

 Estamos asistiendo a la última etapa de la existencia del PCE como Partido Comunista.

Para unos es una sorpresa; para otros, motivo de ale­gría; para muchos, entre los que nos contamos, motivo de pena.

En cuanto a la explicación de las causas de la descomposición del PCE, las hay para todos los gustos, pero la inmensa mayoría de las gentes las colocan en estos último siete años. En fracasos electorales, en lucha entre los del exilio y los del país, y entre generaciones y profesiones.

La verdad es que el origen de las causas viene de mucho más lejos. En las páginas que siguen yo voy a dar mis opiniones sobre aquellas causas que yo considero las prin­cipales. Y para hacerlo voy a recurrir a hechos vividos por mí desde nuestra guerra y a las opiniones dadas por otros y también por mí a partir de 1939.

Sólo aclarando diferentes épocas pasadas de la vida del PCE, de sus órganos dirigentes y de sus hombres se puede comprender lo que está sucediendo hoy dentro del PCE  y en el movimiento comunista español en su conjunto. Debo confesar, sin embargo, que habrá cosas que aún se quedarán en el tintero, o ya en el papel, pero que hacerlas pú­blicas y llegar hasta el fondo de su verdadero contenido no ayudaría al comunismo en la época en que vivimos y en la etapa inmediata, y yo soy, ante todo, comunista.

Una de las preguntas con que más me encuentro es cómo Carrillo pudo llegar a la Secretaría General del Partido. Sí, es difícil de comprender, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta la propia historia del PCE, cómo surgió, las diferentes etapas por que pasó, la composición de sus diferentes direcciones, las características de sus máximos dirigentes a lo largo de su existencia.

Se debe tener en cuenta, asimismo, que de 1920 a 1982, es decir de los sesenta y dos años de lo que fue PCE, casi cincuenta los ha pasado en la clandestinidad, terreno abo­nado para toda clase de vulneraciones en un partido revo­lucionario.

Por ejemplo, son muchos los que acusan a Carrillo de haber sido enviado al PCE por determinados servicios de espionaje. Conste que yo no quiero caer en la prácti­ca de la «espionitis» de la que desde hace tantos años vengo acusando a Carrillo; pero los hechos están ahí y cuanto más vueltas le doy más me encuentro con un Carrillo tre­mendamente sospechoso de ser autor de todo eso que él ha acusado falsamente a tantos comunistas honestos; es decir, haber sido enviado al PCE por servicios de espionaje.



Por poco que nos fijemos nos encontramos con un Ca­rrillo escurridizo y siempre con contradicciones al hablar de sí mismo. Yo leí algunas biografías encargadas por Ca­rrillo a ciertas gentes: Debray y Gallo, A. María Yagüe, donde Carrillo les cuenta lo que le parece y como le con­viene. Ahora tiene anunciada otra biografía de Carrillo su socio de fechorías, en otra época, Fernando Claudín. Ese si que podría decir cosas sobre determinadas épocas siniestras de Carrillo. Claudín, junto con Dolores, fueron guar­dianes en Moscú de las dos maletas de microfilmes con las historias de una parte de los crímenes de los años cuaren­ta y parte del cincuenta.

Pero Claudín no escribirá sobre eso. Claudín, como buen empollón, parirá un soporífero mamotreto para aumentar confusionismo que ya existe, y, a la vez, echarle un cable a su compadre Carrillo y cubrirse él mismo de sus propias responsabilidades.

Pero veamos algunos hechos en que se basan las sospe­chas de unos y las acusaciones de otros sobre Carrillo.

Al producirse la sublevación fascista, Carrillo estaba en Francia y no regresa a España hasta un mes después. Ahí tenemos  ya un mes del que no conocemos nada de lo que hizo Carrillo. Él cuenta uná historia, pero nadie puede confirmarla, nadie dice haberle visto durante ese mes.

Después de ese mes de misterio Carrillo aparece en Madrid ­donde, aprovechándose de que Trifón Medrano y otros comunistas dirigentes de las JSU están en el frente, se apo­dera, junto con Ignacio Gallego, Federico Melchor, Gonzá­lez Jerez, Manuel Azcárate, Fernando Claudín y otros del mismo corte, de la dirección de la organización juvenil.

Sobre su conducta en la guerra, luego en Francia y su estancia en Moscú hablo en otro lugar, por eso no lo haré aquí.

Una de las cuestiones que más llama la atención a los camaradas son las relaciones de Carrillo con los yanquis.

En el capítulo que aquí dedico a la lucha por la paz, trato de la oposición de Carrillo a que denunciáramos las bases militares norteamericanas en España, a que no prepará­semos nada contra ellas y a que se publicaran los dos fo­lletos preparados por mí. En esa época yo lo achacaba a las malas relaciones que había entre él y yo. Pero con el tiempo he ido ligando hechos. Todo ello lo uní con cosas más lejanas y más cercanas.

Las facilidades que encontró Carrillo en Estados Uni­dos en 1940, a su llegada allí procedente de la Unión So­viética; la facilidad con que pudo moverse por América latina hasta 1944, año en el que regresó a Europa. Las fa­cilidades con que Carrillo contó para ese regreso. En plena guerra llegó a Lisboa, procedente de Montevideo, con toda tranquilidad, atravesando un mar dominado por yanquis e ingleses; vivió la gran vida durante varias semanas en un Estoril plagado de agentes de servicios secretos; pasó tranquilamente a Africa por un área también plagada de ingleses y yanquis, área en la que incluso los jefes de la resistencia francesa no penetraban sin el visto bueno de la CSS (la predecesora de la CIA) y del Intelligence Servi­ce, para desembarcar, no menos tranquilamente, en Arge­lia, ciudad en la que permaneció unas semanas para selec­cionar unas cuantas personas y ponerlas a disposición de los servicios secretos yanquis, que después de instruirlas las enviaron a España para hacer espionaje por su cuenta.

Completó Carrillo su obra en Africa echando del Parti­do a los que no se le sometían, y terminada su misión allí entró en Francia, cruzando otra vez un mar estrictamente dominado por ingleses y norteamericanos. ¿Quién tenía in­terés en que Carrillo llegara a Francia antes que ningún otro dirigente del PCE? El Partido, no. Carrillo vino a Europa por cuenta de otros, pero no por una decisión de la dirección del Partido. Carrillo, en América, estuvo siempre independiente del Partido.



Viendo las relaciones cada vez más estrechas de Carri­llo con los yanquis hoy, su conducta pasada aparece con toda claridad. Su actividad de ayer era la preparación de su política, de sus actividades y de sus relaciones de hoy.

En cuanto a la tan frecuente interrogante de cómo es posible que Dolores lbárruri le permitiera a Carrillo la des­trucción del Partido, también en las páginas que siguen encontrará el lector una parte de la explicación. Dolores lbárruri ha odiado siempre a Carrillo; ha dicho sobre él las cosas más despreciativas que yo haya podido escuchar. Pero Dolores lbárruri le tiene miedo. Carrillo ha logrado irla comprometiendo en sus crímenes y cada vez que en los años sesenta y setenta yo la invité a que dijera la ver­dad al Partido, me respondía que prefería tirarse por una ventana. La última vez que intenté convencerla fue en fe­brero de 1970, en su casa de Moscú. Casi todo el secreto está en los hechos sangrientos en que Carrillo ha logrado comprometerla. Y digo casi todo, y no todo, porque queda algo más que prefiero no incluir aquí.



Capítulo I



DISCUSIONES EN MOSCÚ, 1939



Yo llegué a Moscú el 14 de abril de 1939. En la estación me esperaba el camarada Manuilski, miembro del Secre­tariado de la Internacional Comunista. Nos llevó a Carmen, a la niña y a mí a su dacha en Kúntsevo, cerca de Moscú, donde habíamos de residir hasta septiembre, en que yo ingresé en la Academia Militar.

El camarada Manuilski esperaba mi llegada para ir los dos al sanatorio de Barbija, donde estaban en tratamiento Jorge Dimitrov y José Díaz, y para donde salimos después de dejar a Carmen y a la niña en la dacha. Llegamos al sanatorio a las once de la mañana y partimos a las ocho de la noche porque los médicos ya nos echaron. Durante nueve horas estuve bajo el fuego de las preguntas de los tres.

Me impresionó el amplio y profundo conocimiento que los camaradas Dimitrov y Manuilski tenían de todo el pro­blema español y el humanismo que se desprendía de todas sus preocupaciones en cuanto a la trágica situación en que se encontraba el pueblo español después de la derrota y de los españoles recluidos en los campos de concentración en Francia y África.

De vez en cuando, según yo iba hablando, Dimitrov o Manuilski tomaban el teléfono para dar las instrucciones que debían ser comunicadas a París, en relación con la situación de diferentes camaradas, pero el tema central de las preguntas era el político. ¿Qué había pasado en el últi­mo período de la guerra, y sobre todo en la zona centro­sur? ¿Cuál había sido la actitud de los órganos dirigentes del Partido y de sus diferentes miembros? ¿Cuál había sido la conducta de Togliatti y de los demás delegados de la IC?

Fui reservado en mis respuestas y me callé cosas y opi­niones que más tarde dije en las reuniones de la dirección del Partido presididas por José Díaz. Me parecía que eso era lo correcto, y José Díaz fue el primero en apreciar­lo así.

En el resto de abril y primeros días de mayo fueron llegando diferentes miembros de la dirección del Partido: Dolores lbárruri, Jesús Hernández y su mujer, Juan Cama­rera y la suya, Pedro Checa y la suya, Togliatti y la suya, Vicente Uribe y Modesto. Todos ellos se fueron alojando en la dacha de Manuilski. José Díaz salió de la clínica y también vino a alojarse allí con su mujer y su hija. Llegó asimismo a Moscú Santiago Carrillo, con su mujer y su hija, mas con gran sorpresa para mí no lo trajeron a la dacha ni lo llevaron al hotel Lux, donde estaban Enrique Castro y otros miembros del CC, sino que lo metieron en el hotel Nacional, y ello a pesar de ser miembro suplente del Buró Político, mientras que Camarera, Modesto y yo sólo lo éramos del CC. Pero ésta no sería mi única sorpre­sa en relación con Carrillo.



       Discusiones en Moscú

 Hacia últimos de mayo dimos comienzo en la dacha a un examen de nuestra guerra y sobre todo del final de la mis­ma. Participábamos en ese examen, bajo la presidencia de José Díaz, secretario general del Partido, los miembros del BP Dolores lbárruri, Vicente Uribe, Jesús Hernández y Pe­dro Checa, y los miembros del CC Juan Camarera, Juan Modesto y yo. Participaba asimismo Palmiro Togliatti, que había sido hasta el último momento delegado principal de la IC ante nuestro Partido. Segunda sorpresa para mí: la no participación de Carrillo, siendo miembro del BP y es­tando en Moscú desde mediados de mayo.

En el libro Mañana España (pp. 73-79) recurre Carrillo a inventar fechas para querer demostrar que él no estaba en Moscú cuando esas discusiones tuvieron lugar.

Carrillo llegó a Moscú, junto con su mujer e hija, en mayo de 1939, y no el 26 de diciembre como él afirma. De Moscú sale para América junto con su mujer e hija y Juan Camarera. El viaje lo hicieron a través del Japón. Toda esa estancia en Francia y Bélgica es falsa. Carrillo mezcla unas fechas e inventa otras según le convienen. Falso también su residencia en el hotel Lux. Vivió en el hotel Nacional. Falso lo de su trabajo como secretario de la Internacional Juvenil Comunista y lo de sus reuniones con el secretaria­do del Komintern. Y falso, asimismo, que la misión que él llevaba para América tuviese nada que ver con la organi­zación de la juventud. La misión era otra.

  Con todas esas falsedades Carrillo quiere ocultar la verdad de que vivió en Moscú como apestado, sin participar en las discusiones políticas que allí hubo ni en ninguna ac­tividad dirigente.

Debo decir que yo casi no conocía personalmente a Ca­rrillo. Le había visto dos o tres veces durante la guerra, ninguna de ellas en el frente; y un día en el parque Máximo Gorki de Moscú nos encontramos por casualidad al estar yo paseando con mi mujer y nuestra hija y él también con su mujer y su hija.

En mis conversaciones con Uribe en 1961, a las que me referiré más adelante, éste me dijo que Togliatti y José Díaz se habían opuesto a que Carrillo fuese a vivir a casa de Manuilski, donde vivíamos los demás, y que participase en nuestras reuniones.

Esta oposición se debía a que, lo mismo en el Secreta­riado de la Internacional Comunista que en el Buró Políti­co de nuestro Partido, existía un estado de ánimo de re­pulsión hacia él, no sólo por su pasado trotskisante, sino porque había cosas sucias en su conducta. Había no sólo la indecente carta a su padre, sino también el haber sacado de la cárcel de Madrid, cuando era jefe de policía, a un tío suyo falangista y haberle hecho pasar al campo enemigo.

Había la traición a Largo Caballero, gracias al cual Ca­rrillo había llegado a la Secretaría General de las Juventudes Socialistas, y había las persecuciones contra sus pro­pios compañeros de dirección de la juventud socialista que no se sometieron a él incondicionalmente al realizarse la unificación de las Juventudes Comunistas y Socialistas, creándose las Juventudes Socialistas Unificadas.

Otra cosa sobre la que había -y sigue habiendo y un día se llegará a aclarar- graves sospechas es su papel en la muerte de Trifón Medrano, desaparecido el cual Carrillo quedaba como dirigente absoluto de las Juventudes Socia­listas Unificadas. De esto algo dijo Indalecio Prieto y, una vez que surgió en una conversación del CE del Partido, Ca­rrillo se puso furioso y paró toda posible discusión.

Al revés de lo que hacían Carrillo y otros miembros de la dirección de las JSU en aquella época y actualmente miembros del CE del Partido de Carrillo, de emboscarse en la retaguardia, Medrano empuñó el fusil desde el pri­mer día de la sublevación, conquistando en los combates de Madrid, de la Sierra y de Talavera sus galones de co­mandante y aumentando su prestigio de auténtico dirigen­te de la juventud española.

En tal caso, José Díaz no sólo se negó a que Carrillo participase en las discusiones a las que vengo refiriéndo­me, sino que ni siquiera quiso hablar con él.

  Cuando llevábamos unas tres semanas discutiendo entre nosotros, dio comienzo una discusión paralela con el Secretariado de la IC en la que participaba todo nuestro grupo. Esas discusiones que duraron unos dos meses no fueron nada fáciles con el Secretariado de la Internacional Comunista, pero sobre todo entre nosotros. En las discusiones con el Secretariado de la IC estábamos todo el grupo, pero los que tomaron una mayor participación fueron José Díaz, Vicente Uribe y Jesús Hernández.



Enrique Líster rodeado de cuatro combatientes gallegos del Ejército

 soviético; de izquierda a derecha: M. Fernández Soto, S. Aparicio,
 V. Fernández y D. Sanchez
Las discusiones entre nosotros, repito, no sólo no fueron nada fáciles, sino que en diferentes momentos adqui­rieron una gran violencia, sobre todo al tratarse el último período de la guerra en Cataluña y en la zona centro-sur. José Díaz exigió una y otra vez una explicación de por qué no se habían cumplido las decisiones tomadas antes de su salida para la Unión Soviética -a donde se marchó muy enfermo- de que el BP del Partido y la dirección de las  JSU se trasladaran a Madrid y a Valencia, quedándose en Cataluña Uribe con su doble carácter de miembro del BP y de ministro del Gobierno. Insistía José Díaz, y con ra­zón, en que durante la batalla del Ebro había quedado cla­ra la conducta capituladora de toda una serie de altos mandos y de dirigentes políticos en la zona centro-sur. Sos­tenía José Díaz, y también con toda razón, que una de las enseñanzas de la batalla del Ebro era que el ejército de la zona catalana no podría resistir solo todo el peso del ejército enemigo; por eso era necesario mover a los ejércitos de la zona centro-sur para obligar al enemigo a dividir sus propias fuerzas.

En el libro Alerta a los pueblos el general Rojo escri­be: «La batalla de Cataluña comenzamos a perderla al sus­penderse la operación sobre Motril. Hubiera bastado ese ataque, en relación con las subsiguientes maniobras de Ex­tremadura y Madrid, para desarticular el plan adversario o, cuando menos, si Franco sacaba tropas de Cataluña, para ganar algún tiempo más del que nos concedió el tem­poral de lluvias y lograr que el ansiado armamento hubiera llegado oportunamente para ser útil en Cataluña y en la región central.»

¿Dónde estaban, mientras esto sucedía, los miembros más destacados de la dirección del Partido y de las JSU? En su casi totalidad, en Cataluña y con los coches enfila­dos hacia la frontera.

Pero, además, ¿qué influencia beneficiosa tuvo para la defensa de Cataluña y de Barcelona concretamente la pre­sencia allí de esos dirigentes del Partido y de las JSU? ¡Ninguna! Ni se les vio ni se les sintió. Yo vi a alguno de ellos, entre los cuales a Carrillo y Antón, una semana an­tes de la pérdida de Cataluña, pero no en mi puesto de mando sino cerca de Figueras cuando la línea de fuego pasaba por delante de Gerona, es decir, a cerca de cuaren­ta kilómetros.

Fue, asimismo, duramente criticada por José Díaz la ac­titud y conducta de los miembros del BP Dolores y Deli­cado, que estaban en la zona centro-sur.

En esas reuniones expuse mis opiniones en forma crítica y autocrítica sobre diferentes cuestiones y aspectos del desarrollo de nuestra guerra y de nuestra actitud en ella.

En mis diferentes intervenciones abundé en las mismas cuestiones que tanto preocupaban al secretario general y me referí a otras que él no había tocado. Sostuve que si los miembros del BP -Carrillo, Mije, Giorla y Antón- se habían quedado en Francia después de la pérdida de Cataluña, se debía a que ellos daban la guerra por terminada al perderse esa región. Dije que esto mismo de dar la guerra por terminada después de la pérdida de Cataluña tam­bién les había pasado a Dolores y Delicado, y que sólo así se podía explicar el que se encerraran en Elda -cerca de Alicante- y que nos dieran la orden al grupo de militares que habíamos llegado de Francia de que nos encerráramos también allí, lejos de los frentes donde estaban las fuerzas militares y de los grandes centros industriales donde esta­ban las masas obreras y, sobre todo, lejos de Madrid, que había sido la gran fortaleza del Partido y que en esos mo­mentos era el centro de la conspiración contra el Gobierno, contra el Frente Popular y la República. Dije que jamás podría olvidar la penosa impresión que recibí la mañana del 6 de marzo cuando al llegar a Elda, procedente de Cartagena -donde la sublevación fascista había sido aplastada-, y unas horas después de haberse sublevado ya Casado, me encontré con Dolores, Delicado y otros dirigentes del. Partido, no estudiando la respuesta que se podía dar a los traidores de la junta casadista, sino preparando la toma del avión para el extranjero.

Hizo José Díaz una crítica en la que trató de cobardes a los miembros del BP y de la dirección de las JSU que después de la pérdida de Cataluña se quedaron en Francia en vez de ir a la zona centro-sur donde estaba la parte fundamental de nuestros militantes. Entre esos dirigentes estaban, precisamente, Santiago Carrillo, secretario general de las JSU, la inmensa mayoría de cuyos militantes se en­contraban en la zona centro-sur; Mije, dirigente andaluz; Antón y Giorla, miembros del Comité Provincial de Ma­drid; los cuatro, miembros del BP en esa época y todos dirigentes del Partido de Carrillo hasta hoy unos y hasta su muerte otros. En el avión en que salí de Toulouse para la zona centro-sur la noche del 13 al 14 de febrero de 1939, es decir, tres días después de haber salido de Cataluña, íbamos trece pasajeros a pesar de que el avión tenía 33 plazas. Es decir que veinte iban vacías.

En el libro Mañana España (p. 70) Carrillo dice: «Yo había salido de España con el Ejército Republicano de Ca­taluña. Yo quise regresar a la zona centro-sur para participar en el combate al lado de mis camaradas del Partido y de la Juventud. Pero el Partido retrasó mi marcha y, desgraciadamente, la lucha se terminó.»

Pero tres páginas más adelante afirma: «Salgo de España con el ejército después de un mes duro. Estoy ataca­do por la sarna que estaba muy extendida en esta época, en la que no había posibilidad de mudarse de ropa durante meses enteros. Yo me fui a París.»

Ya en 1959, en el folleto ¿Adónde va el Partido Socialista?, página 19, escribía Carrillo: «Vino marzo de 1939 y el golpe de Casado en Madrid. Los comunistas y los jóvenes socialistas unificados de Madrid lucharon con armas en las manos contra la Junta de Casado, en defensa del gobierno legítimo de la República que presidía un socialista, Negrín.

Yo no pude participar personalmente en esa lucha, como otros de mis camaradas, porque el último período de la guerra me cogió en Cataluña, siéndome materialmente im­posible regresar a la zona centro-sur.»

Como puede verse, Carrillo da diferentes versiones y busca diferentes causas a su no ida a la zona centro-sur: la falta de medios, el Partido, la sarna; todo ello para ocul­tar la verdadera causa: su cobardía.

La Junta de Casado dio el golpe el 5 de marzo, Carrillo pasó de Cataluña a Francia el 8 de febrero; es decir, que tuvo casi un mes para decidirse a volver, pero al final pre­firió París a Madrid.

La cuestión es que esos miembros del Buró Político y de la Comisión Ejecutiva de las JSU hacían lo mismo que otros políticos y ciertos jefes militares: daban la guerra por terminada y perdida al encontrarse en Francia después de la pérdida de Cataluña.

¿Después de la pérdida de Cataluña era posible conti­nuar la guerra en la zona centro-sur? Sin duda de ninguna clase era posible, y así lo sostuve en las discusiones de Moscú en 1939. Esta misma opinión, defendida por mí vein­te años más tarde en la Comisión de Historia de la Guerra, fue uno de los motivos de discrepancia entre Carrillo y yo, y de mi salida de la comisión.

Mientras Carrillo sostenía que con la pérdida de Cataluña la guerra estaba perdida y que se debía dar por ter­minada y, por tanto, ya nada se podía hacer en la zona centro-sur, yo sostenía, y sostengo, lo contrario.

Dolores Ibárruri dijo ante el VI Congreso del Partido: «Unos meses más de resistencia y la guerra hubiera podi­do ser ganada, porque las fuerzas interesadas en comenzar la segunda guerra mundial no podían mantener la tensión a que tenían sometidos a sus pueblos. Cinco meses después de aplastada la resistencia republicana, Hitler comenzaba la segunda guerra mundial.»

Yo, por mi parte, no quiero entrar en especulaciones acerca de si Hitler habría comenzado o no la guerra en la fecha que empezó si la guerra de España no se hubiese terminado. Lo que he sostenido, y sostengo -aunque Ca­rrillo me lo hizo quitar de un artículo sobre la batalla del Ebro y luego hizo todo lo que pudo para que no se tratase de ello en mi libro Nuestra guerra-, es que con los me­dios y el territorio que nos quedaba en la zona centro-sur había la posibilidad -aun en el peor de los casos y acep­tando la idea de que la guerra la perdíamos, idea con la que no estoy de acuerdo- de resistir siete u ocho meses.

Dos meses necesitó el enemigo para conquistar las cua­tro provincias catalanas, volcando todas sus fuerzas disponibles (más de 600.000 hombres) contra un ejército de 200.000 combatientes agotados por la larga batalla del Ebro, mal armados y sin reserva alguna. Mientras tanto, en la zona centro-sur contábamos con un ejército de cerca de un millón de hombres, la mayor parte encuadrados ya en unidades militares y con experiencia combativa. Cuatro ejérci­tos: centro, Extremadura, Andalucía y Levante; 16 cuerpos de ejército, 52 divisiones con 141 brigadas. Dos brigadas de Caballería; 27 batallones de Ingenieros; unos 280 tanques y blindados; 400 piezas de artillería. Había, además, 21 grupos de Guardias de Asalto. La aviación contaba con unos 100 aparatos de diferentes tipos. La escuadra era mu­cho más numerosa que la del enemigo y estaba formada por 3 cruceros, 13 destructores, 7 submarinos, 5 torpede­ros, 2 cañoneros y toda una serie de barcos auxiliares.

Se podía contar, además, con 200.000 a 300.000 hombres más, parte de los cuales estaban ya en campamentos de entrenamiento. Y creo, por último, que no es exagerado pensar que una parte, por lo menos, de los combatientes y de los mandos que habían pasado a Francia regresara a la zona centro-sur.

Se puede argumentar, y se argumenta, que la correlación de fuerzas y de medios en su conjunto nos era desfavora­ble, lo que es cierto. Pero si la comparamos con Cataluña, esa correlación de fuerzas y de medios nos era mucho más favorable en la zona centro-sur que en la zona catalana, como hemos podido ver más arriba.

En cuanto a territorio, la zona centro-sur comprendía unas diez provincias, la mayor parte completas y algunas otras divididas por las líneas del frente, con un total de 120.000 km2 y nueve millones de habitantes. Con ciudades como  Madrid, Valencia, Alicante, Albacete, Murcia, Almería, Jaén, Cuenca, Guadalajara y Ciudad Real. Tenía la zona más de 700 km de costa con un respetable número de puertos, entre ellos los importantes de Valencia, Alicante, Al­mería y el de Cartagena con su base naval.

En relación con el abastecimiento, aparte del aprovi­sionamiento que se podía seguir recibiendo por mar –no se debe olvidar que contábamos con una Marina de guerra muy superior a la del enemigo para defender nuestras co­municaciones marítimas, sobre todo si se estaba dispuesto a jugarse el todo por el todo y obligar a la flota a que die­ra la cara-, estaban en nuestro poder zonas de gran ri­queza agrícola como las de Valencia, Alicante, Murcia, Ciu­dad Real y Jaén.

Había, pues, territorios y medios para, en el peor de los casos, continuar la guerra seis u ocho meses más. La se­gunda guerra mundial comenzó tan sólo cinco meses des­pués de terminada la contienda de España. Claro que se puede pensar, como digo anteriormente, que de no haber terminado la guerra de España, Hitler no se hubiera lanza­do a un conflicto armado global y hubiese esperado un poco. Es posible que sí, pero tampoco está descontado lo contrario.

Pero vamos a aceptar lo peor para nosotros, es decir, que la guerra hubiese terminado con nuestra derrota total seis u ocho meses más. tarde. De haberla terminado dig­namente, en la unidad, como en Cataluña, los resultados hubiesen sido muy diferentes para toda nuestra lucha pos­terior, pues las consecuencias de la ruptura del Frente Popular, a tiros, están ahí: todavía la unidad entre las fuer­zas de izquierda no ha sido rehecha.

El argumento principal de los sublevados casadistas era que querían conseguir una paz honrosa y evitar víctimas inútiles a las fuerzas republicanas; los resultados también están ahí, a la vista de todos: cientos de miles de fusila­dos. Creo que no puede haber duda de que, de haber com­batido, las bajas republicanas hubiesen sido mucho meno­res que las que hubo sin combate y que, por el contrario, el enemigo hubiese terminado la guerra mucho más debili­tado. Pero incluso para conseguir un acuerdo de paz con los franquistas, sólo mediante la firmeza y la disposición de continuar la lucha se podía abrir tal posibilidad.

Si los franquistas hubiesen visto que estábamos dis­puestos a repetir lo de Cataluña -combatir hasta el últi­mo palmo de tierra y destruir todo lo que pudiese hacer más lento su avance, y otras muchas cosas-, no hay duda que hubiesen mostrado una actitud menos intransigente.

Esas y muchas otras cosas nos deben hacer pensar en lo que se podía hacer en esos siete u ocho meses, incluso en el caso de dar la guerra por perdida, sobre todo tenien­do en cuenta la experiencia negativa de Cataluña, donde nada había quedado organizado detrás de nosotros, y el trágico ejemplo del paso a Francia, de lo que nos esperaba si éramos derrotados: campos de concentración, miseria, trato infame, cárceles y fusilamientos. Esos siete u ocho meses habrían servido para hacerles pagar aún más cara la victoria a los franquistas -en caso de que la obtuvie­ran- y, sobre todo, para tomar toda una serie de medidas con el fin de organizar la continuación de la lucha por otros medios y otras formas.

Nos habrían permitido crear organizaciones de Partido con medios de propaganda y de todo tipo para actuar en la clandestinidad en las ciudades y en los pueblos, así como establecer miles de depósitos de armas, municiones, víve­res y otros medios de subsistencia y de combate.

Miles de mandos, de combatientes, de responsables po­líticos, sindicales y estatales de los más comprometidos podrían haberse salvado de la muerte si en los primeros días de la derrota hubieran tenido donde esconderse, hu­biesen tenido en ciudades y montañas un refugio y una base organizada de antemano para continuar la lucha.

Lo anterior no quiere decir que esto no se pudo o no se debió hacer, pese a cuándo y cómo se terminó la guerra, si la dirección del Partido hubiera cumplido con su deber.

Dolores Ibárruri escribe en su libro El único camino: «De ahí que no preparásemos a nuestros camaradas para hacer frente a cualquier contingencia en nuestra retaguar­dia, de ahí la ausencia de previsión ante la posibilidad de la derrota. Ni imprentas, ni papel, ni radio, ni dinero, ni casas, ni organización ilegal. Nada habíamos preparado.»

Bien caro habían de pagar nuestro partido y nuestro pueblo esta falta de previsión.

Sí, parte de los dirigentes máximos del Partido y de las JSU de aquella época, muchos de los cuales lo siguen sien­do en la actualidad del Partido carrillista, son culpables de muchas de las tragedias de aquel período, que ellos quisieran ocultar hoy con nuevas marrullerías. Son culpa­bles, sobre todo, de la falta de previsión y medidas para la continuación y actividad del Partido en las condiciones de la derrota.

Es claro que la aceptación de una u otra tesis lleva con­sigo el estudio y análisis de los hechos y del papel de unas u otras fuerzas de forma diferente. Pero incluso aunque aceptáramos la tesis de que era imposible continuar la gue­rra después de la pérdida de Cataluña, no podemos aceptar que todo lo que hizo la dirección del Partido en relación con esa cuestión fuese correcto y, por el contrario, lo es mucho menos si admitimos que -aun en el peor de los casos, es decir, el de perder la guerra- había todas las posibilidades y medios para continuar la lucha como mínimo siete u ocho meses e incluso más, y que ello hubiera sido menos doloroso y menos costoso para nuestros combatientes y para todos los antifranquistas de lo que fue al terminar la guerra como se terminó.

¿A qué se debe esta conducta de tales dirigentes?

Según mi opinión a dos causas: una, que a estos dirigentes, como a todos los que desempeñábamos otras mi­siones, sus cargos les venían demasiado anchos. El cambio fue demasiado brusco y demasiado grande para todos nosotros. Pasar de la oposición a participar en la dirección de toda la vida del país y, además, en una situación de guerra, era terriblemente complicado y difícil para todos nosotros. Pero, reconociendo este aspecto de la cuestión, queda otro: el de la actitud y conducta de cada uno para superar, vencer sus propias dificultades y deficiencias. Y es aquí donde todo no marchó como es debido. La conducta moral y la actitud de una serie de dirigentes políticos ante la lucha, las dificultades y los sacrificios del pueblo dejaron, bastante que desear. Y si hoy recuerdo todo esto no es sólo por el papel negativo que la conducta de esos diri­gentes desempeñó en la actividad de los órganos dirigentes del Partido y  de las JSU en aquella época, sino porque algunos de esos dirigentes siguen hoy en cargos de dirección del PCE como Carrillo, con una conducta tan negativa y tan señoritil como la de hace cuarenta y tantos año.

En una parte de los dirigentes del Partido hubo, desde los primeros días, una tendencia a la buena vida y, en la práctica, desconfianza en la victoria del pueblo, desconfianza que esos dirigentes encubrían con una actitud de fanfarronería diciendo que preocuparse de tomar medidas de organización ante la posibilidad de una derrota sería no creer en la victoria. Con otra actitud, una de las cosas que hubiera pasado es que la dirección del Partido se habría preocupado de adoptar las medidas para proseguir la lucha en la clandestinidad; hubiese pasado que la dirección del Partido se habría preocupado de ayudar a nuestras organizaciones y militantes en las zonas ocupadas por los franquistas desde los primeros días de la sublevación y, en primer lugar, de ayudar a las guerrillas que habían sur­gido espontáneamente en muchas de esas zonas.

En los últimos días de la guerra las directivas dadas por la dirección del Partido a los camaradas fueron de trasladarse a Valencia y Alicante por todos los medios a su alcance. Por su parte, y siguiendo la orientación y las órdenes dadas por la dirección del Partido, los miembros del Comité Central que quedaron en la zona centro-sur al acabarse la guerra, dedicaron todas sus energías y los me­dios del Partido a salir al extranjero. Algunos de ellos regre­saron luego al país desde América, pero el regreso de unas docenas de camaradas al país y la muerte heroica de la mayor parte de ellos no puede servir para encubrir la falsa orientación dada al Partido por su dirección. En tal caso es una nueva acusación, pues si esos camaradas, en vez de salir al extranjero para luego volver a entrar, se hubieran quedado en el país con determinadas condiciones de vida y de trabajo, lo más seguro es que se habrían, salvado. No debe olvidarse que la casi totalidad de los camaradas detenidos después de regresar del extranjero lo fueron nada más llegar. Y hay pruebas de que a más de uno la policía ya lo estaba esperando antes de llegar.

La voluntad de vencer desempeña un papel de enorme importancia para obtener la victoria en toda lucha, ya sea armada, política o de otro tipo. Esa voluntad de vencer la había en la inmensa mayoría de los que durante la guerra defendimos la República, lo mismo en los frentes que en  la retaguardia. Pero esa voluntad le faltaba a la mayoría de los que dirigían esa lucha en los más altos escalones, incluida una parte de los miembro de la dirección del PCE y de las JSU. Voluntad de vencer la tenía José Díaz, pero estuvo enfermo la mayor parte de la guerra y por eso im­posibilitado de dirigir. La tenían Pedro Checa y Vicente Uribe; la tenían Daniel Ortega, Domingo Girón, Guillermo Ascanio, Cayetano Bolívar, Manuel Recatero, Cristóbal Va­lenzuela, Trifón Medrano, Andrés Martín; José Cazorla, Eu­genio Mesón, Lina Odena y otros muchos dirigentes del PCE y de las JSU que lo supieron demostrar en los cam­pos de batalla y frente a los piquetes de ejecucion casadis­tas y franquistas. Pero qué poquitos hay hoy en el Comité Ejecutivo y Comité Central carrillistas que en aquella épo­ca dieran pruebas de voluntad de vencer, a pesar de que por los cargos que desempeñaban en la dirección del Partido y de las JSU tenían la posibilidad de hacerlo.

Los militantes del PCE y de las JSU cumplieron magní­ficamente con su deber. Derrocharon heroísmo, valor físi­co, capacidad organizativa y dignidad. Pero no hay derecho a parapetarse tras la obra de los militantes para seguir presentándose como unos dirigentes que todo lo han hecho magníficamente y que a ellos se deben los éxitos del PCE. Esos éxitos han existido a pesar de que una buena parte de esos dirigentes que hoy siguen a la cabeza del Partido carrillista no cumplieron con su deber.

De las debilidades de esos dirigentes en la guerra y en su conducta posterior había de aprovecharse Carrillo por los años cuarenta y cincuenta para someterlos a su completo dominio, como iremos viendo a lo largo de los años.

En las discusiones de Moscú mostré mi acuerdo con las opiniones de José Díaz de que había sido un grave error que después de la batalla del Ebro -y más aún a partir de los primeros días de enero, cuando la pérdida de Cata­luña se veía venir, sobre todo si tenía que seguir defen­diéndose exclusivamente con sus propios medios, como su­cedió- lo fundamental del BP y de la dirección de las JSU no se trasladara a la zona centro-sur, que era donde se po­día ayudar a Cataluña. Pero al mismo tiempo que daba mi acuerdo a esa opinión, sostuve que consideraba que el error venía de más atrás, al trasladar a Barcelona, ya antes del corte de la zona republicana en dos, pero sobre todo des­pués del corte, a la totalidad de los miembros del BP Y una parte fundamental del CC, así como de la dirección de las JSU y otros cuadros.

Opiné también que querer explicar el golpe de Casado exclusivamente por la traición de una serie de gentes y de las presiones y manejos del Gobierno inglés, podía parecer cómodo, pero no era ni convincente ni real. Afirmé que, según mi opinión, sería necesario examinar cómo se había llegado a esa situación, el papel de las diferentes fuerzas y responsabilidades entre nosotros mismos, comenzando por el BP y cada uno de sus miembros. Estas y otras opi­niones que allí expuse se habrían de ir confirmando en mí a lo largo de los años al ir conociendo hechos, conductas y actitudes que en esos momentos ignoraba.

La discusión, repito, no era nada fácil, y según iban pasando los días y las semanas se iba complicando y agriando cada vez más, lo mismo entre nosotros, los españoles, que con el Secretariado de la IC. Cada día que pasaba se afir­maba en mí la idea de que se quería llegar a unas conclu­siones pero sin ir realmente al fondo de los problemas y así, a mediados de agosto, se dieron por terminadas las discusiones, tanto entre nosotros como con el Secretariado de la lC. En una reunión -la última-, José Díaz hizo toda una serie de proposiciones y todas ellas fueron aprobadas. Entre éstas estaban: que Uribe, Hernández, Comorera y Checa salieran para diferentes países de América. Lo que hicieron en las semanas siguientes. Hernández, con su mujer, tuvo que volverse desde Suecia y ya se quedó en la Unión Soviética hasta últimos de 1943, en que salió para México. Los demás llegaron normalmente a sus destinos.

Se aprobó asimismo que los miembros del BP en Fran­cia, Giorla, Delicado y Antón, y los del CC, Santiago Alva­rez y otros, continuaran en ese país, encargándose de organizar el Partido allí. Dolores y Castro pasarían a trabajar en la IC y el propio José Díaz entraría a formar parte del Secretariado de la misma. Modesto y yo ingresábamos en la Academia Militar Frunze para hacer un curso de tres años. En cuanto a Carrillo nada se dijo ni acordó.

Por su parte, el Secretariado de la IC decidió el regre­so de Togliatti a Francia, donde fue detenido unos meses más tarde, pero logró salir de la cárcel y regresar a Moscú gracias a la ayuda del Gobierno soviético.

Durante esas discusiones en Moscú hubo para mí mu­chas cosas incomprensibles, que sólo con el correr de los años y al ir conociendo hechos, opiniones y personas se fueron aclarando. Lo cual no quiere decir que no queden puntos oscuros para mí. Una de las cuestiones incompren­sibles para mí en el momento de producirse fue la li­quidación brutal de las discusiones entre nosotros y de nosotros con el Secretariado de la IC. Esa forma de poner fin a una discusión donde se habían tratado problemas muy serios sin llegar a ninguna conclusión ni acuerdo sobre los temas examinados, me parecía un escamoteo puro y simple. Sólo más tarde había de ir conociendo toda una serie de hechos relacionados con nuestra guerra que habían sucedido durante ésta o que seguían sucediendo. Entre ellos uno, y no pequeño, es lo que estaba sucediendo con muchos de los mandos militares y políticos soviéticos que ha­bían participado directa o indirectamente en la guerra de España.

Los dirigentes soviéticos no tenían interés en que la profundización en el examen de los acontecimientos en Es­paña y de las actividades de los consejeros, delegados de la IC, miembros de las Brigadas Internacionales, etc., nos llevara demasiado lejos.

Otro problema muy serio era la propia situación del PCE, debido a la actitud y conducta de parte de sus miem­bros de dirección que, aprovechándose de las dificultades que nos creaba la derrota y la división geográfica del Par­tido y de sus órganos dirigentes, actuaban según les parecía a ellos. La derrota en la que tales dirigentes tenían una seria responsabilidad les venía bien para sacudirse la disciplina del Partido. ¡Caro pagaríamos ese escamoteo!

Las discusiones fueron para mí el descubrimiento de un mundo nuevo. En el período anterior a la guerra yo había dirigido la rama político-militar del Partido y en marzo de 1937 fui elegido miembro del CC, mas toda mi actividad se desarrolló en los frentes de batalla. Asistí a dos plenos del CC, pero mis deberes en el frente no me permitían ausentarme muchas horas ni tener una relación muy frecuente con el Buró Político. Por eso, lo que yo iba conociendo del funcionamiento de éste y de sus diferentes miembros era por conversaciones con camaradas y no por una participación directa en la dirección.

En las discusiones de Moscú, ante mí se iba abriendo un panorama que me llevaba de sorpresa en sorpresa. Co­bardías y corrupciones aparecían en la vida y conducta de algunos de los presentes y de otros que no estaban pero que eran miembros de la dirección.

Estoy plenamente convencido de que si en 1939 se hu­biese hecho un verdadero análisis de la derrota que aca­bábamos de sufrir, sus causas y las responsabilidades que nos incumbían individual y colectivamente, muchos erro­res posteriores hubiesen podido ser evitados. Y, sobre todo,

Carrillo no hubiese podido someter a su total dominio a esos dirigentes. Ésa es una de las explicaciones, no la úni­ca, de cómo Carrillo pudo llegar a ser el amo del PCE y llevarlo a su destrucción.

No estarán de más unas palabras en relación con la cuestión de las academias militares.



A mediados de junio, Manuilski nos comunicó que se nos ofrecían entre veinticinco y treinta plazas en la Acade­mia Militar Frunze y seis en la de Estado Mayor. Se nom­bró una comisión formada por Checa, Castro y yo para preparar la lista de candidatos, que al final quedó com­puesta de la siguiente forma: Modesto, jefe de ejército; Tagüeña y yo, jefes de cuerpo; Merino, Rodríguez, Beltrán, Soliva, Marín, Ortiz, Feijoo, Usatorre, jefes de división; Artemio, Garijo, Aguado, García Victorero, Alvarez, Justi­llo, Casado, Muñoz, Carrasca, Sánchez, jefes de brigada; Boixó y Carrión, jefes de batallón; de Artillería, Sánchez Thomas; de Ingenieros, Bobadilla; de Aviación, Vela; de Marina, Menchaca. A esta lista de veintisiete fue agregado luego, por indicación de los soviéticos, el Campesino, que a los pocos meses de comenzado el curso fue dado de baja.

Para la Academia de Estado Mayor fueron destinados: A. Cordón, J. M. Galán, Ciutat, Prados, Márquez y Sierra.

En septiembre de 1939 comenzamos los estudios en las dos academias. El curso era de tres años, pero al produ­cirse la agresión hitleriana contra la URSS el 22 de junio de 1941, la Frunze pasó a ser una academia de seis meses para oficiales hasta el grado de capitán. Los alumnos y la mayor parte de los profesores marcharon al frente, y no­sotros, de alumnos pasamos a profesores. Posteriormente, nuestro colectivo se fue disgregando. Una parte se fue a formar parte del movimiento guerrillero en la retaguardia enemiga; Modesto, Cordón y yo fuimos ascendidos a gene­rales y enviados al Ejército polaco, organizado en la Unión Soviética. En él, Cordón pasó a formar parte del Estado Mayor; Modesto al mando de la primera división, y yo de la segunda. El resto continuaron de profesores.

Por nuestra participación en la preparación y mando del nuevo Ejército polaco, Modesto y yo habíamos de re­cibir en 1946, de manos del presidente Beirut, la más alta condecoración polaca, la Cruz de Grünwald.

¿Qué es hoy de todos esos militares? Boixó y Feijoo mu­rieron durante la guerra contra los hitlerianos, Aguado y Modesto murieron en Praga, Soliva, García Victorero, Mu­ñoz y Vela murieron en España. Bobadilla, Usatorre, Ca­rrasco y Alvarez murieron en la Unión Soviética. Casado murió en Cuba. Tagüeña y Beltrán murieron en México.

Cordón murió en Italia. El resto andamos por el mundo.

Capítulo II

  FEBRERO DE 1945 ENCUENTRO CON CARRILLO EN PARIS



A mediados de octubre de 1944, estando en el frente ucra­niano al mando de la 2ª División del Ejército polaco, me llamó Dimitrov a Moscú. En una larga conversación me explicó las opiniones y planes de Stalin en relación con el problema español. Resumidas, esas opiniones y planes consistían en lo siguiente:

a) Stalin quería desbaratar los planes de los imperia­listas, sobre todo de los ingleses, orientados a dejar a Fran­co en el poder después de la derrota del fascismo en los campos de batalla. b) Según Stalin, era necesario obligar a los dirigentes socialistas, anarquistas y republicanos a abandonar su po­lítica de pasividad y de espera a que el problema español lo resolviesen desde fuera los imperialistas.

e) Era necesario formar un Gobierno, o algo parecido, que pudiese hablar y tratar en nombre del pueblo español; sería deseable que ese Gobierno, Comité de Liberación, o como se le quisiera llamar, estuviese presidido por Negrín.

d) Y por último, esa representación de la democracia española debería estar respaldada por un movimiento po­pular, una de cuyas expresiones podría ser, en la situación de España, la lucha guerrillera.



En relación con esas cuestiones, y concretamente con las guerrillas, Stalin consideraba que Modesto, Cordón y yo debíamos trasladamos a Francia, a donde también de­bía trasladarse Dolores, sobre todo para ponerse ella en relación con Negrín y otros dirigentes republicanos.

Respondí que las opiniones y planes me parecían exce­lentes y que se trataba de ponerlos en práctica lo más rápidamente posible.

Dimitrov me comunicó entonces que los especialistas habían estudiado ya las posibles rutas para llegar a Fran­cia; que para nosotros se había previsto el viaje a través de Yugoslavia, y para Dolores a través de El Cairo.

El 7 de noviembre de 1944 Modesto, Cordón y yo sali­mos de Moscú en un avión especial. Después de hacer no­che en el camino, el 8 llegamos a Bucarest, donde perma­necimos hasta el día 11, en que salimos para Belgrado, llegando allí el mismo día.

En Belgrado surgieron dificultades para continuar el viaje, lo que nos obligó a quedamos allí más tiempo del que pensábamos. Aprovechamos ese tiempo para estudiar las experiencias de la lucha de las guerrillas y del Ejército Popular yugoslavo, al que estuvimos incorporados con nuestros grados de generales y de cuyo mando recibimos toda clase de atenciones y facilidades, pasando a formar parte del Estado Mayor personal de Tito y viviendo en su propia residencia.

Por fin llegó para Modesto y para mí la posibilidad de proseguir el viaje a través de Roma, donde estuvimos dos días, teniendo que quedarse Cordón en Belgrado algún tiempo.

Al llegar a París, en febrero de 1945, informé a Carrillo de las opiniones y planes expuestos por Dimitrov. Me con­testó que con esos planes lo que haríamos sería sacarles las castañas del fuego a socialistas y anarquistas, que es­taban en mejores condiciones que nosotros para tomar en sus manos la dirección de una salida democrática y que, además, contarían con la ayuda real y directa de ingleses, americanos y franceses, mientras que nosotros no recibi­ríamos de los soviéticos más que consejos, que de nada nos servirían.

Yo casi no conocía personalmente a Carrillo. Lo había visto dos o tres veces durante la guerra, ninguna de ellas en el frente, y más tarde una vez en Moscú, en 1939.

A principios de 1945, Carrillo lo tenía todo en sus ma­nos. Él había llegado a Francia en noviembre y se había apoderado no sólo de la dirección política, sino de todos los medios materiales del Partido.

Por fin llegó Dolores. Una espléndida villa, criados, es­colta, y todo lo demás seleccionado por Carrillo, la espe­ran. Y Carrillo la convence de que las opiniones y planes para el desarrollo en gran escala de la lucha guerrillera y la creación de un órgano de dirección política a tono con ese tipo de lucha, no tienen aplicación posible en España.

A pesar de esa actitud negativa de Carrillo, aceptada por Dolores y luego por otros miembros de la dirección del Partido según fueron llegando a Francia, Stalin conti­nuó llevando consecuentemente la lucha por barrer el fran­quismo del poder y devolver al pueblo español un régimen democrático.

         Del 17 de julio al 2 de agosto (1945), tuvo lugar la Con­ferencia de Potsdam. En ella el caso español fue discutido repetidas veces en sesiones plenarias y en reuniones de comisiones. Stalin y Churchill llegaron a discusiones muy agrias sobre esa cuestión.

En la sesión plenaria del 19 de julio, es decir, a los dos días de abrirse la Conferencia, la delegación soviética presentó un memorándum en el que, entre otras cosas, se decía textualmente:



      El Gobierno de Franco constituye un grave peligro para  las naciones amantes de la libertad en Europa y América, por lo que proponemos a los aliados:
      Primero: romper toda clase de relaciones con el Gobierno español, y
Segundo: ayudar a las fuerzas democráticas españolas para hacer posible que el pueblo español establezca un ré­gimen político acorde con sus deseos.


         En el acuerdo firmado al final de la Conferencia en lo que a España se refería, se decía textualmente:

      Los tres Gobiernos se sienten obligados a indicar claramen­te que por su parte no favorecerán ninguna solicitud de ingreso del presente Gobierno español, el que habiendo sido fundado con el apoyo de las potencias del Eje, no posee en atención a sus orígenes, sus antecedentes y su íntima rela­ción con los ejércitos agresores las cualidades necesarias para justificar su ingreso" en el seno de las Naciones Unidas.


Antes de la reunión de Potsdam existían ya dos impor­tantes documentos internacionales en los que el problema español estaba claramente incluido. Me refiero a las Decla­raciones de Teherán y de Yalta, firmadas por Stalin, Roose­lt y Churchill. En la primera y al tratar de Europa, se decía: «Eliminar la tiranía y la esclavitud, la opresión y la intolerancia.» En cuanto a la Declaración de Yalta, firmada por las tres mismas personas el 12 de febrero de 1945, decía:

      El primer ministro de la Unión de Repúblicas Socialis­tas Soviéticas, el primer ministro del Reino Unido y el presidente de los Estados Unidos de América se consultaron entre sí, en provecho común de sus pueblos respectivos y de los pueblos de Europa liberada. Manifiestan su acuerdo de concentrar, durante el período transitorio de inesta­bilidad en Europa liberada, los procedimientos de sus tres Gobiernos para ayudar a los pueblos liberados del dominio de Alemania nazi y a los antiguos satélites del Eje en Europa, a fin de que resuelvan por medios democráticos sus urgentes problemas políticos y económicos.
El establecimiento del orden en Europa y la reconstruc­ción de la vida nacional económica deben lograrse por procedimientos que permitan a los pueblos liberados destruir hasta los últimos vestigios del nazismo y el fascismo y crear instituciones democráticas de su propia elección. Este es un principio de la Carta del Atlántico: el derecho de «todos los pueblos» a escoger la forma de gobierno bajo la cual desean vivir y la restitución de los derechos soberanos y el gobierno propio a los pueblos que han sido pri­vados de ellos por la «fuerza» de las naciones agresoras.
Para fomentar las condiciones en que los pueblos libe­rados puedan ejercitar estos derechos, los tres Gobiernos ayudarán conjuntamente al pueblo de cualquier Estado li­berado de Europa o de cualquier antiguo satélite del Eje en ese continente, en donde lo exijan las condiciones, a su juicio:
a) a establecer condiciones de paz interna;
b) a llevar a la práctica medidas de emergencia para la ayuda a los necesitados'
c) a formar un Gobie;no provisional ampliamente re­presentativo de todos los grupos democráticos de la población, comprometido a establecer, a la mayor brevedad po­sible y por medio de elecciones libres, el gobierno respon­sable de la voluntad del pueblo;
d) a facilitar, en los casos necesarios, tales elecciones 1ibres.

Los tres Gobiernos consultarán con las demás Naciones Unidas y con las autoridades provisionales y los demás Gobiernos de Europa cuando estén en estudio asuntos de interés directo para ellos.
Cuando, en opinión de los tres Gobiernos, las condiciones en cualquier Estado europeo liberado o en un antiguo satélite del Eje en Europa lo hagan necesario, se consultarán inmediatamente entre sí respecto a las medidas necesarias para cumplir con las responsabilidades mancomunadas expuestas en esta declaración.  
      Por ella reafirmamos nuestra fe en los principios de la Carta del Atlántico, nuestra adhesión al Acuerdo de las Naciones Unidas y nuestra decisión de formar, con Cooperación de los demás países amantes de la paz, un orden  mundial bajo la ley, dedicado a la paz, a la seguridad, a la libertad y al bienestar de la especie humana.

J. Modesto, F. Cordón y E. Líster fueron ascendidos simultáneamente a

generales del Ejército soviético durante la  II Guerra Mundial



         El 1 de marzo de 1946 el Gobierno francés cerró la frontera ni con España, lo que representaba un duro golpe para los franquistas. Mientras tanto, a nosotros no se nos ponían obstáculos por parte de las autoridades francesas para pa­sar de Francia a España y de España a Francia a través del Pirineo o por mar.

El 4 de marzo, tres días después de cerrada la fronte­ra, se hacía pública la nota «tripartita» de los Gobiernos de Francia, Inglaterra y Estados Unidos en la que, entre otras cosas, se decía:

Los Gobiernos de Francia, el Reino Unido y Estados Unidos de América han cambiado impresiones respecto al actual régimen español y sus relaciones con dicho régimen.
Se ha convenido que, en tanto que el general Francisco Franco siga rigiendo a España, el pueblo español no debe esperar una asociación completa y cordial con aquellas nao ciones del mundo que, mediante un esfuerzo común, pro­dujeron la derrota del nazismo germano y del fascismo italiano, que ayudaron al presente régimen a elevarse al poder y que le sirvieron de modelo.
La amnistía política, el retorno de los españoles deste­rrados, las libertades de asamblea y asociación política y los arreglos para elecciones públicas libres son esenciales.
Un gobierno interno que se dedicase a estos fines de­bería recibir el reconocimiento y el apoyo de todos los pue­blos amantes de la libertad.
 

Sucesivas resoluciones de la ONU

         Fueron muchas las sesiones dedicadas al examen de nuestro problema en el subcomité especial, el Comité de Asuntos Políticos y de Seguridad, en el Consejo de Seguridad y en el pleno de la Asamblea General, que en la resolución final, aprobada en la sesión plenaria del 12 de diciembre de 1946, con los votos a favor de la URSS, Estados Unidos, Francia e Inglaterra, decía lo siguiente:        



      Las Naciones Unidas, en San Francisco, en Potsdam y en Londres, condenaron el régimen de Franco en España y decidieron que, durante todo el tiempo que este régimen subsista, España no podrá ser admitida como miembro de las Naciones Unidas.
      La Asamblea General, en su resolución del 9 de febrero de 1946, ha recomendado a los miembros de las Nacio­nes Unidas que se atengan a la letra y el Espíritu de las declaraciones de San Francisco y de Potsdam.
      Los pueblos de las Naciones Unidas aseguran al pueblo español su constante simpatía y su cordial bienvenida cuando las circunstancias permitan que sea admitido en el seno de las Naciones Unidas.


La Asamblea General recordaba que en mayo y junio de 1946 el Consejo de Seguridad realizó un estudio de las medidas que las Naciones Unidas podrían tomar en el fu­turo con relación al caso. La subcomisión encargada de este estudio estableció por unanimidad que:



a) Por su origen, naturaleza, estructura y comporta­miento, el Gobierno de Franco es un régimen fascista, cal­cado de la Alemania nazi de Hifler y de la Italia fascista de Mussolini, y en gran parte está establecido gracias a su ayuda.
b) Durante la prolongada lucha de las Naciones Uni­das contra Hitler y Mussolini, Franco, a despecho de las reiteradas protestas de los aliados, dio una ayuda de lo más sustancial a las potencias enemigas desde el principio; por ejemplo, de 1941 a 1945, la División Azul de Infantería, la Legión Española de Voluntarios y el Escuadrón (Aéreo) Salvador combatieron contra la Unión Soviética en el fren­te de Europa oriental. En segundo lugar, en el verano de 1940 España ocupó Tánger, violando el Estatuto interna­cional de esta ciudad, y, por el hecho de mantener un ejér­cito en el Marruecos español, inmovilizó efectivos conside­rables en el norte de Africa.
c) Documentos incontrovertibles prueban que Franco fue culpable, en unión de Hitler y Mussolini, de haber fo­mentado la guerra contra los países que, en el transcurso de la guerra mundial, han llegado a asociarse con el nombre de Naciones Unidas. En el plan de esta conspiración estaba previsto que la participación integral de Franco en las operaciones de guerra sería diferida hasta el momento en que se decidiera de común acuerdo.


La Asamblea General



Convencida de que el gobierno fascista de Franco en Es­paña, que fue impuesto por la fuerza al pueblo español, con la ayuda de las potencias del Eje, a las que prestó asistencia material durante la guerra, no representa al pueblo español y hace imposible la participación de este pueblo en los asuntos internacionales dentro de la Organización de las Naciones Unidas.


Recomienda:



Que el Gobierno de Franco de España sea excluido de to­dos los organismos internacionales establecidos por las Na­ciones Unidas, o relacionados con la Organización en con­ferencias u otras actividades organizadas por las Naciones Unidas o por los organismos citados, hasta que se consti­tuya en España un nuevo Gobierno que pueda ser aceptado.


La Asamblea General, además:



Recomienda que todos los miembros de las Naciones Uni­das retiren inmediatamente de Madrid a sus embajadores y ministros plenipotenciarios acreditados en esa capital.


La Asamblea General recomienda asimismo que,



Si dentro de un período razonable no se ha establecido en España un Gobierno cuya autoridad derive de la voluntad de sus ciudadanos, el Consejo de Seguridad reconsidere de sus nuevamente la adopción de medidas adecuadas, con el fin  de remediar la sltuación que prevalezca.


La Asamblea General recomienda además

A 1os  Estados miembros que den cuenta al secretario general y a la próxima Asamblea de las medidas que hayan tomado para ejecutar esta recomendación.
Ésos no son más que algunos elementos que demues­tran que el ambiente internacional era favorable a la de­mocracia española.

¿Qué hubiese ocurrido si esa sítuación internacional favorable al antifascismo español hubiese estado acompaña­da de un potente movimiento de lucha dirigido por un gobierno o comité que representara .al pueblo español?

¡Que cada uno saque sus conclusiones! En cuanto a las mías, consisten en que 1945-1946 fueron los años decisivos para resolver el problema de la liquidación del régimen franquista. Aquél fue el momento para volcar en España todo lo que era posible en hombres y material; era el mo­mento para colocar a la democracia mundial ante sus responsabilidades, de dar argumentos a nuestros amigos de todos los países para exigir de sus gobernantes y dirigen­tes que, aniquilados Hitler y Mussolini, no había derecho a que su criatura, Franco, no se hundiese con ellos.

Ése era el momento para pedir a nuestros camaradas que ya estaban en el poder en diferentes países de Europa que nos ayudasen como era su deber hacerlo.

Hasta ese período, y hasta bastante después, el Gobier­no y autoridades franceses no nos ponían obstáculo para nuestra actividad en Francia y, sobre todo, a lo largo de la frontera con España.

En cuanto a yanquis e ingleses, las repetidas declara­ciones y tomas de posición demuestran que no estaban nada seguros en cuanto a la dirección que podían tomar los acontecimientos en España, y si ellos hubiesen visto que estos tomaban la vía del desarrollo de la lucha arma­da, se hubiesen dado prisa en favorecer una salida de tipo republicano para que las cosas no fuesen más lejos que lo que a ellos les convenía.

Pero entre nosotros, en una tal situación, en vez de arreciar en el desarrollo de la acción guerrillera y de las demás formas de lucha, se prefirió que Carrillo pasase a ser ministro de un gobierno que estaba en contra de la  lucha guerrillera y de cualquier otra forma de lucha armada.Y la dirección del Partido, en vez de pedir a nuestros amigos que ya estaban en el poder en los diferentes países  europeos su ayuda para reforzar la lucha, lo que les pidió fue que reconocieran al Gobierno en el que había ingresado Carrillo. Y la mayor parte de esos países lo hicieron, pero no la Unión Soviética, que estaba convencida de que eso no era más que una farsa.


Diego Martínez Barrio
No estará de más recordar que Carrillo fue nombrado ministro por el presidente Diego Martínez Barrio, el 1 de abril de 1946. De lejos le viene,  pues, a Carrillo su apetito ministerial. En esos años, Carrillo no tenía ninguna prisa en la salida democrática para España. Los máximos dirigentes conocidos del Partido eran otros, y en una situación de desarrollo normal del Partido, él no tenía ninguna posibilidad de llegar a la Secretaría General. Él lo sabía, y por eso lo que le interesaba era ganar tiempo y posiciones con el método maniobrero que le es propio, ir deshaciéndose del máximo de futuros oponentes a sus planes.

¿Para qué sirvieron esos Gobiernos? Para nada útil. ¿A qué fue Carrillo a ese Gobierno? ¿A combatir para que adoptase una línea de lucha, de reconocimiento y apoyo a las guerrillas y a las otras formas de verdadera lucha en el país? ¡Ni hablar! Carrillo utilizó el movimiento guerrillero para conseguir sus objetivos personales y no la victoria del pueblo. En la época de las guerrillas consiguió ser ministro de un Gobierno que no quería ni oír hablar de la lucha guerrillera. En esos años, 1945-1946, cuando lo que hacía falta era volcar en la lucha armada el máximo de medios posible, todo lo que preocupaba a Carrillo es ser un buen chico en un puesto de ministro del Gobierno republicano. Ahora aspira a algo más «elevado», a ser ministro en un Gobierno de derechas.

En 1945, al encontrarnos en Francia los cuadros diri­gentes del Partido -separados desde 1939-, pudimos, y debimos, hacer el análisis que no se hizo en 1939, agregan­do a ese examen el del período comprendido entre 1939-­1945. Si lo hubiésemos hecho así, quizá habríamos com­prendido cuál era la situación del problema español en aquel momento y qué podíamos y debíamos hacer y, sobre esa base elaborar una línea política correspondiente a esa situación.

En aquel momento hubiese sido lógico examinar la actividad del Partido durante esos seis años, lo mismo en España que en toda una serie de países en los que teníamos núcleos importantes de camaradas. Y hubiera sido obliga­torio, asimismo, un examen de cómo había cumplido cada miembro de la dirección del Partido con sus deberes en los lugares en que había trabajado durante los seis años de separación.

Entonces se hubiese visto que la conducta y el compor­tamiento político y moral de la inmensa mayoría de los militantes de nuestro Partido, lo mismo en Europa que en América, en Africa y sobre todo en España, había sido ejemplar, mientras que la conducta y el comportamiento de una parte de los dirigentes en la emigración había de­jado bastante que desear. Dolores Ibárruri, Carrillo, Mije, Antón, Delicado, son buenos ejemplos de lo que decimos, aunque no eran los únicos.

Si un tal examen se hubiera hecho, a más de uno se le habrían bajado los humos de gran señor, entrando en la nueva etapa con una conducta política y moral a tono con lo que debe ser un dirigente del Partido. Nada de eso se hizo y así marcharon las cosas.

Todo examen serio fue ahogado. Había muchas cosas sucias, muchas cobardías que los que debían hacer el examen tenían interés en ocultar. Y, lo mismo que luego, la alianza para la conspiración del silencio se hizo a costa del Partido.

Sí, debieran haber sido examinadas muchas cosas y conductas, algunas de las cuales no hago más que apuntar aquí, pero que un día, cuando se haga la verdadera historia del Partido, habrá que tratar con toda la profundidad que merece y hacer sobre ellas toda la claridad necesaria.



Pleno de Toulouse

Durante los días 5, 6, 7 y 8 de diciembre de 1945 se celebró en Toulouse (Francia) la llamada «reunión plenaria del Partido Comunista de España», siendo su característica principal la agitación y el triunfalismo. Los plenos del Par­tido celebrados en Francia no tenían carácter ni de reunio­nes de Comité Central ni de conferencia del Partido, aunque hábilmente eran presentados como tales. En la práctica, eran plenos de nuestra organización en Francia. El de 1945 fue, como digo, del más puro triunfalismo, demagógico y de escamoteo de todo examen de los verdaderos problemas. Pero tuvo algo más grave; y es que en ese pie no se sentaron las bases de toda la política oportunista y revisionista que, pasando por las etapas de la «reconciliación nacional», del «pacto por la libertad» y otras, había de ir deshaciendo el Partido y convirtiendo el poderoso movimiento comunista español en ese revoltijo de «partidos» y «partiditos», grupos y «grupúsculos», «oposiciones de izquierda», «organizaciones unitarias» y muchas cosas más que hoy existen.


<<El pleno del CC del PCE de 1945 fue del más puro triunfalismo, demagógico
y de escamoteo de todo examen de los verdaderos problemas>>.
(En la foto, de izquierda a derecha, E. Líster, F. Antón, S. Carrillo,
D. Ibárruri y J. Comorera)
A raíz de ese pleno se acordó, a propuesta de Carrillo, que D. Ibárruri escribiera una carta a toda una serie de dirigentes de los partidos y organizaciones antifranquistas españoles proponiéndoles una consulta al pueblo. Se acordó asimismo visitar a aquellos de esos dirigentes que fue­se posible. Se examinaron nombres de los posibles visita­dos y de los posibles visitadores. A mí me tocó visitar a Casares Quiroga, Portela Valladares y, sobre todo, a Largo Caballero, pues se consideraba que podría ser a mí al úni­co que estuviera dispuesto a recibir, pues era, de entre todos, también el único que no había empleado la navaja cabritera contra él.

Las entrevistas con Casares Quiroga y Portela Vallada­res fueron fáciles, pues ya existían relaciones entre noso­tros por pertenecer los tres al Frente Nacional Gallego, que funcionaba en Francia en esa época.

Conseguir el encuentro con Largo Caballero a través de su secretario Aguirre tampoco fue difícil. La entrevista fue cordial. Le expliqué nuestras opiniones y puntos de vista sobre la situación y nuestras propuestas. Él me explicó las suyas. Entre otras cosas me habló de sus planes para unir a los socialistas y de las dificultades con que tropezaba en esa tarea. Dijo que «son muchas y muy profundas las he­ridas que tus amigos me han causado; pero es mucho más importante la tarea que tenemos ante nosotros de liberar a nuestro pueblo del fascismo». Y agregó que podríamos vernos todas las veces que yo quisiera.

La entrevista fue, repito, francamente cordial, y lo que menos yo podía imaginarme es que a ese hombre, que vi lleno de energía y planes de lucha, había de despedirle unos meses más tarde llevado por una muerte cruel que venía a cerrar una larga vida de dignidad y de lucha por la gran causa del socialismo.

Se recibió una cierta cantidad de respuestas –cuyos originales conservo yo-  a la carta de D. Ibárruri, aunque todas ellas rechazando la propuesta. Respondieron: el dirigente gallego A. R. Castelao, Portela Valladares, Luis Jiménez de Asúa, Luis Fernández Clérigo. Todos ellos tenían una posición más avanzada en cuanto a la salida democrá­tica para España que la que, en esa época, comenzaba ya a tornar la dirección del PCE.

Las cartas estaban firmadas por D. Ibárruri, pero el ins­pirador del contenido era Carrillo. Lo que pasa es que, en aquella época, Carrillo era mucho más cauteloso de lo que lo es hoy. Por ejemplo, en un mitin dado en la piscina de Toulouse el 1 de abril de 1945, lanzó por primera vez la consigna de «huelga general política», pero tuvo buen cuidado de agregar «que apoyará la insurrección nacional».

Con el tiempo, la «insurrección nacional» había de quedar reducida a «huelga nacional pacífica».

Carrillo, desde su llegada a Francia, había venido reali­zando su propia política a espaldas del Partido, como de­ muestra, entre otros muchos ejemplos, ese par de párrafos de la carta respuesta de 22 de diciembre de 1945 del políti­co Miguel Maura:



El programa de acción que usted me propone en su car­ta coincide casi punto por punto con el que hube de tra­zarme hace doce meses. Las diferencias que entre los dos existen son más de procedimiento que de finalidad o de doctrina.
En el mes de diciembre del pasado año tuve ocasión de departir con los representantes del Partido Comunista que, con el señor Carrillo, me visitaron. Largamente les expuse mis puntos de vista, que coinciden, como digo, casi a la letra con los que usted expone en su carta.


Y así, con el famoso pleno como tapadera, pero sin ha­ber hecho un verdadero análisis de la situación de la que habíamos salido, emprendimos la nueva etapa cojeando de los dos pies. Y cojeando marchamos hasta octubre de 1948. en que, después de los consejos de Stalin, introdujimos en nuestra política los cambios a que me referiré a conti­nuación.

Pero esto lo hacíamos, una vez más, sin un verdadero análisis de la etapa que acabábamos de recorrer, y sin un estudio de los errores que habíamos cometido. Y presen­tamos al Partido la idea de que habíamos introducido cam­bios no porque estuviéramos llevando una política equivo­cada, sino porque había un cambio en la situación. De esta forma le servimos al Partido, en 1948, unos cambios de situación que habían tenido lugar -lo mismo en España que a escala internacional- en 1944 y 1945. Es decir, mar­chábamos a remolque de los acontecimientos con varios años de retraso.

Un verdadero análisis de la situación nacional e inter­nacional en 1945, colocando las diferentes formas de lucha -entre ellas la lucha guerrillera- en ese marco y escu­chando las opiniones de los representantes de la mayor parte posible de unidades guerrilleras y de los que dirigían en el país las diferentes formas de lucha, nos hubiese lle­vado, sin duda de ninguna clase, a conclusiones y medidas muy diferentes a las que se tomaron. Pero lo que querían Carrillo y sus patrones es lo que se hizo, pues las guerri­llas no eran para él otra cosa que un medio en sus mane­jos hacia la jefatura del Partido.



Capítulo III



MOVIMIENTO GUERRILLERO EN ESPAÑA (1936-1939)



Desde hace bastantes años asistimos a una. labor sistemá­tica de Carrillo y 'sus socios no sólo por minimizar la im­portancia de la lucha guerrillera en España sino, sobre todo, por desprestigiarla y por disminuir o hacer desapa­recer el papel de los comunistas en esa lucha.

No es mi intención tratar aquí con la amplitud que requiere este aspecto de la lucha del pueblo español, pues no cabe en un capítulo de un libro. Pienso hacerlo en un libro aparte para poder dedicarle toda la importancia que tiene y el espacio que requiere. Aquí me limitaré, pues, a trazar algunos rasgos principales de esa forma de lucha y mis opiniones sobre ello.

El 1 de abril de 1959 apareció un documento del CC del PCE con motivo del XX aniversario del fin de la guerra es­pañola y de balance de las actividades de la oposición a la dictadura franquista. De las 94 páginas que contiene el fo­lleto, al movimiento guerrillero se le dedica exactámente una página, y toda ella en plan llorón y de disculpa, como puede verse por los siguientes párrafos:



La propaganda oficial, con fines fácilmente comprensi­bles, ha tratado de contraponer nuestra política de recon­ciliación a la ayuda que en un período prestamos al movi­miento guerrillero. Nada más falto de fundamento.
El movimiento guerrillero no fue una creación del Par­tido Comunista, sino una de las secuelas de la guerra civil, y su mantenimiento a lo largo de casi diez años, fruto del bárbaro terror gubernamental.
Al final de la guerra, centenares de combatientes repu­blicanos hubieron de optar entre ser fusilados -como lo fueron decenas de miles- o refugiarse en las montañas para defender sus vidas. Así nació el movimiento guerrille­ro, que durante la década del 40 fueron engrosando otros antifranquistas fugitivos de la represión.


              ¿Sólo fugitivos? ¿Y los voluntarios incorporados en Es­paña misma y los que fueron del extranjero?

En uno de los Cuadernos de Educación Política publi­cados por la dirección carrillista en junio de 1969 y titula­do «¿Qué es el Partido Comunista?», se dice:



El Partido Comunista de España, por ejemplo, en un pe­ríodo de treinta años ha tenido que modificar su táctica en diferentes ocasiones: lucha pacífica primero; participación en la insurrección de Asturias en 1934; lucha pacífica electoral en 1936; lucha armada contra el fascismo de 1936 a 1939; lucha clandestina; movimiento guerrillero contra el fascismo desde 1944 hasta 1947-1948.    


  Como puede verse, en el primer documento se reconoce que el «movimiento guerrillero se mantuvo casi diez años», lo que ya disminuye la cifra pues fueron algunos más; pero puestos a quitarle importancia a la lucha guerrillera, en el segundo documento ya lo reducen a cuatro años. Pero lo más importante es que se niega que hayan sido los comunistas los principales organizadores y sostenedores de las guerrillas. Si se tratara de un acto de modestia, podría tener una cierta disculpa; pero de lo que se trata es de renegar de esa página de lucha como reniegan de muchas más cosas.



Las guerrillas durante nuestra guerra (1936-1939)



Durante la guerra nacional revolucionaria del pueblo espa­ñol se daban todas las condiciones para la existencia de un potente movimiento guerrillero en la retaguardia fran­quista. En las zonas ocupadas por los sublevados existía una base inicial para su organización con los miles de patriotas que se echaron al monte, pero esas condiciones no sólo no fueron aprovechadas por los diferentes Gobiernos republicanos, sino que sus ministros de la guerra, salvo Negrín y ciertos altos jefes militares, se opusieron siste­máticamente a toda ayuda. Esas gentes fueron enemigas encarnizadas de la organización de la guerra de guerrillas en la retaguardia enemiga. Se negaron de manera sistemá­tica a toda ayuda en cuadros, material y dinero a los des­tacamentos que se habían organizado espontáneamente. Sancionaban a los jefes militares y perseguían a las orga­nizaciones políticas que hacían algo para organizar esta forma de lucha. Encarcelaban, cuando regresaban del cam­po enemigo, a los hombres que habían ido a cumplir mi­siones guerrilleras o a ponerse en contacto con los guerri­lleros que combatían en la retaguardia franquista.

Decenas de delegados de destacamentos guerrilleros de Andalucía, Extremadura, Galicia, León y otros lugares lle­gaban a la zona republicana para pedir material, directri­ces, etc., y en cuanto los diferentes ministros de la guerra y sus subordinados los cogían por su cuenta, hacían todo lo posible para desmoralizarlos y dar largas, continuando firmemente su política de sabotear las guerras de guerrillas.

Desde las primeras semanas de la guerra, en el 5.° Regi­miento nos planteamos la necesidad de prestar atención a esta forma de lucha, y; primero directamente y después a través de determinadas unidades militares, tomamos cier­tas medidas prácticas para organizarla a espaldas de los que se oponían a tal tipo de lucha. A espaldas, pues, de ministros y jefes militares profesionales creamos algunas escuelas guerrilleras para completar los conocimientos prácticos adquiridos en la lucha. Los cursos intensivos du­raban de seis a ocho semanas y en ellos, además de la tác­tica de guerrillas, se enseñaban elementos de táctica de infantería, de explosivos, de topografía, de tiro y de cono­cimientos políticos.

Al ocupar Negrín el Ministerio de la Guerra, se pudo ya trabajar más libremente, y entonces se constituyó el 14 Cuerpo de Guerrilleros bajo el mando de Domingo Hun­gría y del comisario político Peregrín Pérez. Formaban el cuerpo cuatro divisiones, que operaban en la retaguardia enemiga de los frentes de Extremadura, Andalucía, Centro y Aragón.

No se trata de relatar aquí las hazañas realizadas en aquel período por los destacamentos que espontáneamente se habían creado y operaban en Galicia, León, Zamora, An­dalucía, Extremadura y otros lugares. Su lucha y las ac­ciones de los combatientes del 14 Cuerpo de Guerrilleros organizado en tierra republicana obligaron a Franco a mo­vilizar muchas decenas de miles de hombres con la misión exclusiva de proteger sus comunicaciones Y sus industrias de guerra contra los audaces golpes de los guerrilleros. Mu­chos falangistas fueron castigados y centenares de patriotas salvados de la muerte que les preparaban los fascistas sublevados.

Pero todo eso era una ínfima parte de lo que se podía y debía haber hecho. Ni los gobernantes ni otras gentes quisieron comprender ni admitir que, en una guerra como la nuestra, era obligatoria la combinación de la guerra «normal» entre ejércitos regulares, en frentes organizados, con la guerra de guerrillas.

Pero ¿qué ha hecho el BP del Partido, qué médidas ha tomado, qué medios ha empleado, de los muchos que te­nía, para ayudar en el aspecto guerrillero durante los 32 meses de guerra a los camaradas y organizaciones del Partido en la zona ocupada por los fascistas?

¡Cuánto heroísmo malogrado y qué formidable ayuda pudo haber representado para los ejércitos republicanos un potente movimiento guerrillero en la retaguardia ene­miga!





Las guerrillas a partir del final de la guerra (1939-1951)

Con la derrota de la República en 1939, empezó para las fuerzas antifranquistas y democráticas el período más duro de su existencia. Con la implantación del régimen franquis­ta en todo el territorio nacional, millares de hombres se echaron al monte, encontrándose en muchos lugares con los que ya andaban por las montañas desde el comienzo de la sublevación fascista. A pesar de que estos hombres estaban bajo la impresión de la derrota; a pesar de que se encontraban acorralados por las fuerzas de represión del enemigo, sin puntos de apoyo Y moviéndose entre una población aterrorizada por el salvajismo falangista; a pe­sar de todos los defectos y debilidades, muchos de esos guerrilleros fueron el elemento principal que en muchas zonas de nuestra patria sostenían en alto la moral de nuestro pueblo y le daba confianza para resistir y no darse por vencido.

Durante un período, las acciones propiamente guerrilleras casi no existieron. Los guerrilleros se vieron obligados a defenderse de las persecuciones de que eran objeto por parte del régimen franquista, limitándose únicamente a ac­ciones cuya finalidad era conseguir medios para subsistir y conservar la vida.

Los comunistas hicieron grandes esfuerzos para dar un contenido antifranquista a las actividades de los millares de combatientes que habían buscado en el monte refugio a las persecuciones del terrorismo franquista.

Así comenzó a tomar de nuevo un contenido combativo y político el movimiento guerrillero que, además de haber alimentado en el pueblo durante esta etapa la confianza en la reconquista de la libertad, contribuía poderosamente a la lucha del pueblo español para evitar que Franco arras­trara a España a la guerra al lado de Hitler.

Durante todo el período de la segunda guerra mundial y varios años después de terminada ésta, las agrupaciones guerrilleras de Galicia-León, Asturias-Santander, Levante­-Aragón, Andalucía-Extremadura y el Centro combatieron constantemente contra las fuerzas armadas y de orden pú­blico franquistas; atacaron cuarteles y centros de suminis­tros, nudos de comunicaciones, trenes militares y centrales eléctricas; ejecutaron a centenares de fascistas que se dis­tinguían en la represión.

Ello obligó a la dictadura franquista a mantener en con­tinua movilización a gran parte de sus fuerzas militares durante la segunda guerra mundial. De esta forma los gue­rrilleros españoles impidieron que esas fuerzas pudieran ser utilizadas en la lucha al lado de las potencias fascis­tas. Basta decir, a título de ejemplo, que los quinientos hombres con que llegó a contar la Agrupación de Levante y Aragón tenían en jaque, en las provincias de Valencia, Cuenca, Castellón de la Plana y Teruel, a unos 40 000 hom­bres de las unidades armadas del franquismo.

Los españoles, con su lucha guerrillera durante la se­gunda guerra mundial, le crearon a Franco obstáculos para arrastrar a España a la guerra al lado de Hitler. Contribu­yeron modestamente, es cierto, pero contribuyeron a la vic­toria sobre los ejércitos fascistas. Los guerrilleros españo­les creían que la derrota de las fuerzas fascistas en el plano internacional arrastraría tras de sí el régimen franquista. Pero no se dedicaron a esperar pasivamente esa caída, y después de la victoria aliada no abandonaron la lucha, sino que la reforzaron con más ardor aún para llevar al pueblo al levantamiento armado.

Después de la derrota de la República en 1939, la lucha guerrillera ocupó -en el conjunto de la lucha del pueblo español- un lugar de primer orden, y durante cierto pe­ríodo, un lugar decisivo en algunas regiones.

En las montañas de España Y en algunas ciudades, gru­pos de patriotas abnegados se batieron heroicamente durante años. Eran los guerrilleros la vanguardia aguerrida y ofensiva del pueblo español, organizados en una red de destacamentos de combate que, con sus luchas heroicas Y sus golpes audaces a los representantes Y defensores del régimen franquista, despertaban el entusiasmo de amplios sectores de la población, levantaban la moral del pueblo y le daban la confianza en un mañana de libertad. En ese período sólo existía libertad entre los guerrilleros.

Con la visita de los guerrilleros, muchos pueblos vivían unas horas o unos días de libertad; veían ondear en la to­rre de la iglesia o del ayuntamiento la bandera republica­na, que les daba confianza en que el franquismo no sería eterno y que la República volvería.

Los guerrilleros eran la continuación de la lucha que libró el pueblo español durante 32 meses de guerra nacional revolucionaria contra los sublevados franquistas y los invasores nazifascistas por la soberanía del pueblo y la independencia nacional de España. Eran el destacamento armado de la resistencia española.

En ese destacamento hubo de todo. Hubo unidades dis­ciplinadas, con una alta moral política y combativa, cuyas operaciones tenían un verdadero contenido antifranquista. Hubo otras que no dieron totalmente el salto de «huido» a verdaderos destacamentos guerrilleros. Pero en todo mo­mento la lucha guerrillera desempeñó un gran papel revo­lucionario, manteniendo la confianza del pueblo en la conquista de la libertad.

Los años en que combatieron las guerrillas fueron años terriblemente duros para el pueblo español. De ahí ese importante papel de los guerrilleros.

Una estadística elaborada sobre la base de las propias fuentes del régimen a mediados de 1946, muestra que en aquella, época habían en las cárceles 234 419 españoles.

Según declaraciones de un funcionario del Ministerio de Justicia franquista, el corresponsal de la Prensa Asociada Charles Foltz, entre abril de 1939 -fin de la guerra­- y julio de 1944 fueron ejecutadas en España 192 682 penas de muerte. Muchos fueron asesinados por su participación en la guerra; pero otros lo fueron por seguir manteniendo encendida la llama de la lucha en el suelo de España y alentando la fe en el pueblo, por seguir testimoniando al mundo que la democracia española no se rendía.

Contra los guerrilleros, el régimen franquista ha empleado lo más escogido de sus fuerzas represivas. El Cuerpo de la Guardia Civil, de 27 000 hombres que tenía durante la República fue aumentado a 100 000, Y las escuelas funcionaban a todo rendimiento, preparando nuevas promociones de guardias; y esta fuerza, casi íntegra, se em­pleaba contra los guerrilleros. Más de veinte escuelas anti­guerrilleras funcionaban en diferentes puntos de España, con la tarea de preparar, con hombres escogidos entre la Guardia Civil, Legión y Regulares, destacamentos antigue­rrilleros que, lanzados a las zonas guerrilleras y haciéndo­se pasar por guerrilleros, descubrían a los que los apo­yaban. .

Franco recurrió a todas las violencias para aniquilar las guerrillas. Empleó toda clase de fuerzas y armas, desde las divisiones del Ejército hasta contrapartidas guerrille­ras, poniendo en juego criminales recursos de provocación, sobre todo en el campo. Arrasó pueblos y despobló comar­cas enteras.

La aviación de reconocimiento y bombardeo fue emplea­da en muchas zonas guerrilleras contra las que se sostuvo una feroz guerra de tierra quemada, desalojando a los cam­pesinos de sus casas, obligándolos a dejar la aceituna pu­drirse en los árboles y las cosechas en las tierras, incen­diando los bosques y los campos donde creían se cobijaban los guerrilleros.

El camino recorrido por las guerrillas había sido largo y lleno de sacrificios y heroísmo en la lucha implacable contra el enemigo fascista, al que habían asestado duros golpes, conquistando la admiración y el cariño de las am­plias masas de nuestro país.

Regado de sangre generosa, cimentado sobre las vidas de muchos centenares de los mejores hijos de los pue­blos de España, se había forjado ese magnífico movimien­to guerrillero que sacaba de quicio a Franco y a los fas­cistas.

  En aquel período el Partido Comunista reforzó su apoyo a1 movimiento guerrillero con el envío de hombres, mate­rial y dinero desde fuera, pero ese esfuerzo no fue hecho en la medida necesaria y posible.

  Es sobradamente conocido que los guerrilleros viven del apoyo que encuentran en la población civil; pero no es menos cierto que ese principio no debe tomarse en forma absoluta. Existen toda una serie de medios técnicos y de elementos de combate de muy difícil adquisición sobre el terreno y que, al ser recibidos de otros lugares, facilitan la capacidad combativa de las guerrillas.

El reclutamiento tiene una importancia vital para la vida y continuidad de las guerrillas. Pues bien, en la época a la que nos referimos había una verdadera afluencia de voluntarios que pedían su incorporación al combate. He aquí lo que dice un último jefe de las guerrillas de Galicia sobre las posibilidades de reclutamiento existentes en aque­lla época:

«La lucha era dura y no precisamente por falta de la ayuda del pueblo sino, y sobre todo, por la carencia de armas y municiones. Ya no éramos hombres escapados; éramos combatientes antifranquistas. Las puertas se nos abrían más fácilmente. Cada vez teníamos más hombres y más necesidades. Estos jóvenes (pues eran jóvenes los que luchaban en primer lugar en el llano y al ser descubiertos subían a las guerrillas) pedían armas y municiones. No pocas fueron las decepciones al ver lo mal armados que es­tábamos. "Queremos armas", nos decían muchos, "dadnos armas y subiremos, no sólo uno, sino por destacamentos enteros".»

Esos y otros testimonios, que se podrían aportar en abundancia, permiten apreciar cómo a las guerrillas no les faltaba el apoyo entre la población y, principalmente, en­tre los campesinos. Lo que faltó fue la ayuda técnica de fuera y que el Partido pusiera al servicio de esa forma de lucha todos los medios y los hombres que era posible poner.

Se prestó poca atención a la creación y ayuda a los destacamentos guerrilleros de ciudad; que si bien es cierto que su lucha era más expuesta y difícil, no lo era menos el que sus golpes audaces tenían una gran repercusión en el pueblo.

En aquellos años, y después de haberse batido contra las fuerzas hitlerianas y reaccionarias en la segunda guerra mundial, en Francia, en la Unión Soviética, en África y en otros campos de batalla, volvieron a España decenas de camaradas con misiones de dirección y de mando de las unidades guerrilleras. Antes de salir para el país, estos ca­maradas asistían a unos cursillos político-militares donde se compenetraban con la situación nacional e internacio­nal y la política del Partido y en cuestiones concernientes a la acción guerrillera, teniendo en cuenta lo que las re­cientes luchas habían aportado a esta forma de combate.

La selección de esos hombres era tarea fácil, pues si para desempeñar la jefatura de las guerrillas no basta un nombramiento, se requiere, por el contrario, toda una se­rie de condiciones personales: saber mandar, valor, sere­nidad, carácter, simpatía, aptitud para captar situaciones que a otros se les escapan, etc. Características que sólo se descubren en el campo de lucha y que quienes más fácil­mente las descubren en los que las tienen son los mismos compañeros de combate, los subordinados. El Partido te­nía a su disposición centenares de camaradas que habían demostrado ya reunir las cualidades requeridas.

Pero no eran centenares sino miles los que podían y de­bían volver al país, los que podíamos y debíamos haber vuelto, pues estamos hablando de hace cuarenta y tantos años, cuando el Partido contaba con miles de miembros con una gran experiencia de lucha armada y en plena ju­ventud. Era en España donde estaba nuestro puesto en aquellos momentos, pero Carrillo tenía otros objetivos: querer ser el dirigente máximo del Partido para llevarlo a donde ahora está, y por eso no le convenía una solución rápida del problema español porque el Partido habría es­capado a su control. Por eso se ha opuesto sistemáticamen­te a toda proposición de envío, en la cantidad que era posible, de camaradas a los diferentes puntos del país don­de existían todas las condiciones para incorporarse a la lucha guerrillera.

En cuanto al material, si bien es cierto que los enlaces con el país, los «hombres de pasos» -como se los llama­ba-, fueron auténticos héroes y establecieron desde el Pi­rineo hasta lo más profundo del país decenas de depósitos de armas y municiones donde se abastecían los guerrille­ros, no es menos cierto que ello era muy poco comparado con lo que se pudo y debió hacer.

España, frente a los 667 kilómetros de fronteras con Francia, tiene 3 114 de fronteras marítimas. A las costas españolas se podía llegar no sólo desde Francia por los dos mares, sino también desde el norte de África y desde otros lugares.

Todo lo que pude conseguir después de mucho batallar, fue la compra de un barco -a lo que me ayudó el cama­rada del Partido francés Octavio Rabaté-, barco que lue­go fue muy poco empleado.

Pero, además, ¿a quién hemos pedido ayuda? Sólo a los camaradas yugoslavos, y eso cuando ya estaba a punto su ruptura con el Buró de Información.



Viaje a Belgrado

Ante mis insistentes planteamientos en el Buró Político, por fin conseguí que una delegación nuestra se trasladase a Belgrado para pedirles a nuestros camaradas yugoslavos que nos ayudaran para abastecer con diferentes medios a ciertas zonas guerrilleras. La delegación la componíamos Carrillo y yo, y el 11 de febrero de 1948 salimos de París para Belgrado. Nos recibieron inmediatamente Tito, Ran­kovich, Jilas y Kardel. Escucharon nuestra petición y nos preguntaron si habíamos hablado de ello con los soviéti­cos. Respondimos que no y nos llamó la atención las mi­radas que se cruzaban entre ellos y las sonrisas. Ello se debía, claro está, a que la ruptura en el Buró de Informa­ción ya estaba prácticamente hecha y ellos se daban cuenta de que nosotros no conocíamos nada. Nos prometieron estudiar la cuestión con sus técnicos Y nos invitaron a que visitásemos algunos puntos del país. Estuvimos allí quince días y la respuesta fue que no les era posible ayudarnos ni por aire ni por mar. Los argumentos técnicos que daban eran muy poco sólidos y se los fui rebatiendo uno por uno. Claro que no habíamos de tardar en enteramos de que las causas de no ayudarnos no eran técnicas sino políticas. Nos dieron una ayuda en dinero de 30 000 dólares, y regresamos a París.





La disolución de las guerrillas

En septiembre de 1948 una delegación del Partido, compuesta por Dolores, Carrillo y Antón, visitó a Stalin. Al regresar a París informaron al BP que, entre otros conse­jos, Stalin había dado el de disolver las guerrillas. Al mes siguiente se celebraba una reunión conjunta del Buró Polí­tico del Partido, del Comité Ejecutivo del PSUC, un redu­cido número de delegados de algunos destacamentos guerrilleros y camaradas del aparato, y tomando como base o argumento lo que se nos había informado como consejo de Stalin, se decidió disolver las guerrillas.

Estuve de acuerdo con las opiniones que se nos trans­mitieron como de Stalin, y no simplemente porque fueran de él y tuvieran un gran peso sobre mí, sino porque coin­cidían con la conclusión a que yo mismo había llegado hacía tiempo. Mis puntos de vista sobre las guerrillas eran bien conocidos por los demás miembros del Buró Político. Yo había venido defendiendo machaconamente, durante años, la necesidad de prestar un apoyo mayor a las guerrillas, dedicarles más medios materiales y humanos.

Fracasados todos los intentos de conseguir que se dedicasen a la lucha guerrillera los medios que era posible dedicar, pensaba desde hacía ya tiempo que lo mejor sería disolverlas antes de que las liquidara el enemigo.

Estuve, pues, de acuerdo con la decisión de disolver las guerrillas. No lo estuve, ni lo estoy, con la forma en que esa decisión fue llevada a cabo.

En vez de darle un contenido político a la disolución, se prefirió disolverlas a escondidas, introduciendo en los destacamentos la intriga, las rivalidades y la provocación para encontrar la justificación de la liquidación. La des. composición de las agrupaciones guerrilleras se organizó desde París, desde donde Carrillo envió a miembros de su aparato especializados en esos menesteres.

Una de las enseñanzas más negativas y más tristes de la lucha española es que las guerrillas y la lucha guerrille­ra, u otras formas de la lucha armada, no deben ser empleadas en aras de la especulación política ni para escalar puestos políticos, como ha hecho Carrillo. Si se decide pasar a la lucha guerrillera, a la lucha armada, debe dedicarse a ella todos los medios con que se cuenta, todo lo que se puede conseguir.

Para Carrillo las guerrillas no eran más que uno de los medios en sus manejos hacia la jefatura del Partido.

Otra cosa que no se puede hacer es introducir en las guerrillas el fermento de la desmoralización, como hizo en muchos casos Carrillo, sembrando la duda sobre unos y denunciando a otros como enemigos, cuando no lo eran. Esa línea dio lugar a cosas terribles, a la pérdida de hombres honestos y entregados a la causa del Partido y del pueblo, sobre todo en los años 1948-1949; las liquidaciones sobre todo en la Agrupación de Levante-Aragón, se contaron por docenas. Allí envió Carrillo a Romero Marín y a José Gros, especialistas en las ejecuciones de las senten­cias ordenadas por él.

El guerrillero, órgano de los guerrilleros de Galicia, se siguió publicando hasta 1951, y en su número de febrero de 1950 apareció lo siguiente:

«Mandato imprescindible, mandato de un caído frente al enemigo y cuyo grito de muerte resuena como una llamada al combate, como una orden permanente de lucha en la Galicia pescadora y marinera, orden y mandato que se­rán cumplidos sin vacilaciones cobardes por todos los que sienten palpitar un corazón de hombre libre en un pecho de patriota...» (Dolores Ibárruri, Pasionaria.)



¿Qué juego era ése? Dos años después de haberse to­mado la decisión de liquidar el movimiento guerrillero y cortarle toda ayuda, se le sigue incitando a que continúe la pelea...

Sería falso pretender que a partir de 1946 se daban las condiciones en el país para generalizar la lucha armada como forma principal.            .

Las guerrillas pudieron ser un elemento decisivo en la liquidación del franquismo en los años 1945-1946. A partir de ahí, en el plano internacional y sobre todo europeo, se fueron produciendo acontecimientos cada vez más favora­bles al franquismo y desfavorables a las fuerzas democráticas.

Comenzó la guerra fría con rupturas, persecuciones y todo lo que arrastró tras de sí.

Pero entre otras formas de luchas de masas y la lucha armada guerrillera no había, en las condiciones de España en los años 1947 y 1948, contradicción alguna. Lo que hacía falta era aplicar la lucha guerrillera en el plano principal que le correspondía, en aquellas regiones y comarcas donde efectivamente, era, y con mucho, la forma principal de lucha.

Al no hacerlo así, lo correcto hubiera sido no esperar a ultimos de 1948 para tomar la decisión de disolver las guerrillas y luego haberlo hecho en la forma que se hizo, a escondidas.

La lucha guerrillera constituyó la más efectiva respuesta popular a la política terrorista del régimen franquista, siendo un formidable factor revolucionario, decisivo en todo un período y en determinados puntos del país. Pero era necesario y posible sincronizar la lucha de los obreros, campesinos y guerrilleros para golpear al régimen en la mayor cantidad posible de puntos, obligándole a dispersar sus fuerzas, Y como estímulo para incrementar la lu­cha popular antifranquista.

Tomada la decisión de poner fin a la lucha guerrillera, se debía haber hecho una declaración pública explicando por qué se hacía, y haber tomado las medidas pertinentes para salvar de la represión a los guerrilleros y personas que podían ser perseguidas por colaborar con ellos. Por la forma en que se aplicó la decisión de disolver las guerri­llas, éstas comenzaron a recibir golpe tras golpe, y los franquistas se fueron apuntando victorias ante el pueblo, haciendo ver que se debían a su fuerza.

Y a los que quieren demostrar la justeza de la decisión tomada en 1948 y de las medidas para su aplicación, sa­cando a relucir la descomposición que se produjo en cier­tas agrupaciones y destacamentos guerrilleros, no estaría de más recordarles que eso pasó precisa y principalmente después de octubre de 1948. Un ejemplo, entre otros mu­chos, de las falsificaciones carrillistas es un libro «escrito» por un plumífero a sueldo de Carrillo y publicado en 1970 por la Editorial Ebro. Ese libro constituye un verdadero insulto a la lucha heroica de las guerrillas de España, pues su autor ensucia y calumnia canallescamente a auténticos héroes caídos en el combate o frente a los piquetes de eje­cución franquistas. La verdadera historia de las «Guerrillas españolas del siglo XX», la que se hizo a tiros y bombazos, esta escrita con la sangre generosa de miles de héroes para que ningún Carrillo o sus obedientes «escritores» la pue­dan manchar con sus sucios relatos.



Capítulo IV

  PERSECUCIONES, REPRESIÓN, TERROR. CRÍMENES EN EL PARTIDO



En el período 1947-1951 las cosas se van agravando cada vez más. Las persecuciones en el Partido van en aumento y las detenciones en España de los camaradas que vienen de Francia también. Pero no era esto sólo, sino, tal como habíamos de enterarnos más tarde, se venía aplicando el asesinato como método de dirección y de represión en el Partido. ..

A comienzos de 1948 preparé un informe para el BP en el que exponía mi preocupación por las repetidas deten­ciones de camaradas. Hacía en ese informe un estudio de toda una serie de detenciones, una por una, mostrando que en ciertos casos podía deberse a indiscreciones de los camaradas mismos; en otros, a fallos en el aparato de en­víos; pero que otros sólo se podían explicar por la presencia de agentes del enemigo en el aparato, en la dirección o cerca de ésta, pues había casos de camaradas que eran esperados por la policía a su llegada al país. Carrillo y Antón se pusieron furiosos y se esforzaron en rebatir mis argumentos, y maniobraron en el Secretariado para que me fueran retiradas ciertas tareas que tenía, pasándoselas, junto con los archivos, a sus colaboradores, F. Romero Marín y Esteban Vega, respectivamente.

Por esa misma época Francisco Abad, miembro importante del aparato -responsable de comunicaciones por ra­dio desde Francia con el país-, en una reunión de los miembros del mismo muestra a su vez su extrañeza ante las continuas detenciones que se producen en España con los camaradas que llegan de Francia y expresa sus temores de que la policía franquista puede tener agentes suyos en el aparato mismo. Con esas dudas Abad acababa de condenarse a muerte. Unos días más tarde se da cuenta de los preparativos de su liquidación y se refugia en casa de una amiga, F. A., de donde se niega a salir hasta cuatro meses más tarde que, desengañado Carrillo de la impo­sibilidad de liquidarlo, lo deja marcharse para la Unión Soviética.

Al llegar a Moscú, Abad hace un informe de 120 páginas para la dirección del PCE en el que hay un relato de la actividad del aparato de Carrillo hacia el país y acusacio­nes muy graves sobre el funcionamiento de ese aparato y la actividad y conducta del propio Carrillo y de sus más cercanos colaboradores. Según toda una serie de datos y elementos expuestos por Abad y de las conclusiones a que él llega, la policía franquista está incrustada en el aparato de Carrillo.

Abad entrega ese informe en Moscú a Dolores Ibárruri y Fernando Claudín, y éstos, en vez de plantear la necesi­dad de una investigación, se dedican a aterrorizar a Abad para que retire su informe. Y con amenazas y ofrecimien­tos de ventajas materiales, logran neutralizar a Abad y el informe no es entregado a los miembros del Buró Político. Pero el informe está en los archivos del PCE en Moscú, si Carrillo y Dolores Ibárruri no lo han hecho desaparecer, y debe ser uno de los documentos que deberá tener en cuen­ta la comisión que se encargue de investigar en su día ese período de la vida del Partido Comunista de España.

En este período las medidas represivas que se venían aplicando en nuestro Partido llegaron a un grado inimagi­nable. Estaba a la orden del día el método de las persecu­ciones de tipo policíaco, la «espionitis», los interrogatorios y procesos con verdaderos sumarios. De esos procesos fue­ron víctimas muchos camaradas de los que, abandonados por el Buró Político en 1939 en España y Francia, salvaron el honor del Partido con un comportamiento que rebasa toda idea que se puede tener del heroísmo y del espíritu de sacrificio.

Esos camaradas tan cobarde y miserablemente abandonados por algunos de esos dirigentes en 1939-1940, y que tan digna y heroicamente habían defendido y conservado el honor del Partido, fueron luego calumniados, acusados y perseguidos, más cobarde y miserablemente aún, por esos mismos dirigentes que habían desertado de sus puestos de dirección para vivir la gran vida a muchos miles de kiló­metros de donde esos militantes combatían, sufrían y muchos de ellos morían.

Por ejemplo, en Francia, sobreponiéndose al trato recibido por las autoridades francesas y al abandono en que los dejaban los dirigentes del Partido que tenían la misión de ocuparse de ellos, esos camaradas se dedicaron a orga­nizar el Partido en los campos de concentración y, junto con otros combatientes y refugiados no comunistas, a or­ganizar la vida y la continuación de la lucha allí lo mejor posible.

No es mi intención ni me es posible describir todo lo que ha habido de innoble en el trato dado a los españoles que buscaban refugio en Francia en 1939. Los campos de concentración, el trato inhumano, bestial, quedará en la historia de Francia como una de sus páginas más deshon­rosas. No, no es posible describir tanta infamia, ni la noble respuesta que luego habían de dar las víctimas de ello.

Cuando los combatientes del Ejército de la República española se vieron obligados a retirarse sobre el suelo fran­cés, fueron tratados por el Gobierno y las autoridades como bandoleros y fueron metidos en campos de concen­tración en condiciones tales que muchos de esos héroes en decenas de batallas dejaron en ellos sus vidas, aniquilados por el hambre y las enfermedades. No existen humillacio­nes, por odiosas que sean, a las que no hayan sido someti­dos en los campos de concentración franceses los comba­tientes de la guerra de España que tuvieron la desgracia de verse obligados a replegarse a Francia con la esperanza, la mayor parte, de poder trasladarse a la zona central don­de la guerra continuaba.

Y es triste recordar que, excepto una minoría que tuvo la posibilidad de salir de Francia para otros países, los de­más fueron testigos de cómo los ejércitos nazis conquistaron Francia en unas semanas.

El pueblo francés pagaba entonces las traiciones de sus gobernantes, no sólo hacia la República española, a la que habían dejado sacrificar miserablemente, sino también con­tra la propia Francia.

Pero a los soldados de la República española el hecho de haber recibido tal trato no les hizo olvidar sus convic­ciones antifascistas.

Millares de nuestros soldados, a pesar y por encima de los sufrimientos que habían pasado en suelo francés, se decicaron desde el primer día a organizar la lucha contra el invasor nazi y contra los colaboradores vichistas. Con ello mostraron una vez más que ellos eran, por encima de todo, verdaderos combatientes antifascistas.

Desde los primero días de la ocupación nazi, combatientes españoles comienzan a participar en la resistencia contra los invasores y los fascistas franceses. Más tarde esa participación española en la resistencia francesa va tomando cada vez formas más organizadas y más propias. Comienzan a surgir los destacamentos de guerrilleros es­pañoles. En noviembre de 1942 tiene lugar una reunión, conocida como de «Grenoble», de representantes de las di­ferentes fuerzas antifascistas españolas, y de ella surge un organismo político denominado «Unión Nacional Espa­ñola».

En esa época también los diferentes destacamentos de guerrilleros que habían ido surgiendo en algunos lugares se dan una dirección única, y así surge la «Agrupación de Guerrilleros Españoles en Francia». A los destacamentos formados por exiliados en las zonas boscosas del Ariège, del Aude, en la cuenca minera del Gard y en las regiones montañosas de la Saboya, vienen a juntarse los surgidos en los Pirineos Orientales, Tarn y Garona, Puy de Dôme, el Cantal y otros lugares.

Al mismo tiempo, otros muchos españoles combatían en destacamentos Y grupos de sabotaje franceses a lo lar­go de todo el país.

La Agrupación de Guerrilleros Españoles llegó a tener seis divisiones, compuestas por más de 12000 combatien­tes perfectamente armados y mandados por jefes, que dieron pruebas de su valor y capacidad militar derrotando en numerosos combates a fuerzas nazis muy superiores en número y armamento.

Después de la victoria en Francia, muchos de esos guerrilleros fueron a España a continuar la lucha, en la que cayeron no pocos de ellos, y entre éstos Cristino García, José Vitini, Antonio Medina, Manuel Castro, fusilados en diferentes puntos de España en los años 1945-1947.

En la organización de la Agrupación de Guerrilleros –como de los maquis y de la reunión llamada de Greno­ble- tuvieron el papel más destacado, fueron el alma de esa organización, consolidación y desarrollo, los miembros del Partido Comunista de España. Comunistas eran la mayoría de sus componentes, de sus mandos, de los que luego fueron a los chantiers y a continuar el combate en España. Pero en las guerrillas no había sólo comunistas; ahí están también socialistas, cenetistas, republicanos y otros demócratas españoles.

Pero las víctimas de los campos de concentración fran­ceses no combatieron al nazismo solamente en Francia. Di­seminados por decenas de países, 25 000 españoles se enro­laron en los ejércitos aliados. En los fjords de Noruega, en Narvik, donde combatían a las órdenes del general Béthouart, quedaron sepultados ochocientos cadáveres de es­pañoles. Quienes escriban la verdadera historia de la epo­peya antihitleriana, se encontrarán españoles luchando al lado de los aliados en África, en Italia, en Francia, en la URSS, en Alemania. Se los encontrarán en Bir Hakheim y en Gau-Gau; se los encontrarán en Túnez, en el desembarco de Normandía, en los bosques de Bielorrusia, en Crimea en Ucrania, en la defensa de Leningrado, en la histórica batalla de Stalingrado y entrando victoriosos con las uni­dades del Ejército soviético en Berlín. Todos ellos eran los mismos que durante treinta y dos meses habían defendido esa misma causa antifascista sobre los campos de batalla de España.

Permítaseme recordar también que ex combatientes de España -españoles e interbrigadistas extranjeros- fue­ron ejemplo de combatividad y heroísmo en los comandos americanos del Pacífico.­

El primer oficial nazi muerto en París, lo fue por los disparos de un ex voluntario de España, el coronel Fabien. Y en Italia los «garibaldinos», que tan magníficamente se habían batido en España, fueron el alma de la creación del potente movimiento guerrillero que había de ajusticiar a Benito Mussolini.

Decimos esto sin el menor afán de disminuir los méri­tos de los combatientes de otros países en la lucha general contra el fascismo; simplemente con el ánimo de valorizar lo que significó, como enorme experiencia de combate, la guerra nacional revolucionaria de España.

Desgraciadamente, aún no ha sido recogida histórica­mente la lucha, no menos heroica, de los españoles en los campos de concentración hitlerianos. En algunos libros ya publicados aparecen fragmentos emocionantes de esa lucha, demostrativos de un espíritu admirable, de una dignidad que nada pudo quebrar, de una solidaridad antifascista a toda prueba. DIEZ MIL ESPAÑOLES FUERON INMOLADOS EN LOS CAMPOS HITLERIANOS DE LA MUERTE. La casi totalidad de ellos eran ex combatientes de la guerra de España y fueron enviados allí por su participación en la resistencia.

La actividad de los miembros del Partido Comunista de España fue decisiva en la organización y actuación comba­tiva de los guerrilleros españoles, que tan destacado papel desempeñaron en la resistencia en muchas regiones y departamentos de Francia y en su liberación.

¿ Dónde están una gran parte de los que, después de la liberación de Francia, recibieron con entusiasmo a los miembros de la dirección del Partido Y de las JSU, que unos años antes los habían abandonado, y pusieron en sus manos un gran partido y unos importantes medios materiales? Unos, separados; otros, expulsados, y no pocos, muertos o desaparecidos en condiciones más que sospe­chosas.

Tal como digo en otro lugar, la casi totalidad de los miembros del Buró Político y del Comité Central que es­taban en Cataluña, al pasar la frontera, en vez de volver a España, decidieron quedarse en Francia para ocuparse -decían- de los militantes del Partido. A ellos vinimos a sumarnos otros de los que estábamos o habíamos ido a la zona centro-sur, después de la pérdida de Cataluña. Pues bien, terminada la guerra de España, estos mismos dirigentes, que habían quedado en Francia para ocuparse de nuestros militantes y de los refugiados, fueron los primeros en marcharse de Francia, principalmente hacia América.

Claro que, para evitar que algún miembro del Comité Central tomase en sus manos la dirección de nuestra orga­nización en Francia al marcharse ellos, tuvieron buen cui­dado en hacerlos salir, así como a otros cuadros del Par­tido, teniendo que encargarse de la dirección del Partido en Francia la camarada Carmen de Pedro, que hasta ese momento había sido mecanógrafa en el Comité Central. Esta camarada, que realizó un gran trabajo, fue luego acusada calumniosamente por Carrillo de espía franquista y americana y llevada al borde del suicidio.

Verdaderamente innoble, cobarde e inhumana en esos procesos fue la conducta de Manuel Azcárate que, habién­dose pasado en Suiza todo el período de la guerra y de la ocupación nazi de Francia, acusó luego a Carmen de Pedro de todo lo que Carrillo quiso. Entre esas acusaciones había la de estar al servicio del «espía» americano Field, con el que, en realidad, el que tenía relación en Suiza era el propio Manuel Azcárate. Claro que Carrillo había de premiar el servilismo de Azcárate llevándole algunos años más tarde al CC y luego al CE de su Partido.

Carrillo no les perdonó, por ejemplo, a los camaradas que volvieron de los campos de concentración nazis el no haber muerto allí como millares de otros, y ya que no podía arrebatarles la vida a todos, se dedicó a atacarlos en su honor de revolucionarios. Y así, en esa época era corriente el oírle decir a Carrillo: «Los que se han salvado es porque han hecho de kapos.»

He aquí lo que en la discusión del Buró Político de abril-mayo de 1956 decía Dolores Ibárruri, en una intervención del 12 de abril, sobre el período a que nos estamos refiriendo:



¿En qué condiciones hemos trabajado en Francia? ¿Cuál era el medio en que se desarrollaba nuestra actividad? ¿Por qué a pesar de las debilidades y las deficiencias que existían en la dirección del Partido la influencia de éste no disminuía y podíamos desarrollar un gran trabajo de propaganda que a veces nos hacía perder un poco la ca­beza?
Nuestro trabajo en Francia estaba favorecido por la situación. Era después de la victoria sobre el hitlerismo. En Francia se vivía un ascenso impresionante de las fuer­zas obreras y democráticas; el Partido Comunista francés participaba en el gobierno; teníamos libertad de acción y de movimiento y de todas partes recibíamos ayuda.
Es decir, marchábamos empujados por la ola ascenden­te de la lucha revolucionaria, con lo que se disimulaban nuestras flaquezas y nuestras debilidades. Y ni una sola vez -y esto fue una debilidad y un error- nos paramos a examinar hasta el fondo cuál era la verdadera situación del Partido y de nuestro trabajo, que suponíamos boyante, sólido y sin fisuras.
¿Cuándo empiezan a salir a flote nuestras debilidades? Cuando la guerra fría está en su apogeo; cuando los comu­nistas franceses son arrojados del Gobierno, cuando  comienzan las persecuciones contra nosotros.
Entonces se ponen de manifiesto las deformaciones del Partido como resultado de la ausencia por parte de la di­rección de un trabajo consecuente de educación y prepa­ración política y teórica del Partido.
Salió a relucir lo que pudiéramos llamar de manera eufemística «nuestro comunismo de guerra», que llevó a Antón, con un criterio selectivo policíaco, que no era sólo de él, sino también de otros de la dirección del Partido, a odiosas arbitrariedades, a expulsiones en masa de los que no se consideraban fieles porque en algún momento se ha­bían rebelado contra alguna polacada de los llamados ins­tructores, y querer sacar de Francia, con una precipitación llena de pánico, a todos los cuadros del Partido.
Había millares de comunistas honestos que pensaban que lo que se hacía era lo normal, porque no les habíamos enseñado otra cosa. No les habíamos enseñado más que obligaciones Y les habíamos impuesto una disciplina ciega, cuartelera, compañística, sin darles a cambio lo que tenía­mos la obligación de darles: una formación comunista. Los habíamos acostumbrado a que se les exigiese toda clase de sacrificios, mientras los dirigentes vivíamos a cubierto de las necesidades.


En esa intervención, aparte de que todo quedó en pa­labras y los defectos que criticaba continuaron mucho más agravados, Dolores Ibárruri se quedaba muy atrás de la realidad y de la verdad. Es de un liberalismo «enternece­dor» el llamar a los crímenes «polacadas» y el calificar de «vivir a cubierto de las necesidades» al lujo en que ella, Carrillo y otros cuantos vivían y continuaron viviendo.

En 1946 el Buró Político se había trasladado a París. Toulouse resultaba demasiado provinciano y demasiado indiscreto para el género de vida de grandeza que diferentes miembros del Buró Político querían seguir llevando. En unos casos se compran y en otros se alquilan espléndidas villas en los lugares elegantes de los alrededores de París.

Las guerrillas, el trabajo clandestino, las cárceles fran­quistas, geográficamente sólo estaban al otro lado de los Pirineos, pero mentalmente estaban muy lejos de las preo­cupaciones de los Dolores, Carrillo, Mije, Antón y com­pañía.

A mí se me ofreció una de esas residencias. La rechacé. Preferí para mí, mi esposa y mis dos hijos, una habitación, un reducido comedor, una minúscula cocina que, al mismo tiempo, hacía de cuarto de aseo; el retrete, en la escalera, para cinco vecinos, en un quinto piso de un viejo edificio enfrente del depósito de máquinas de la estación parisina de Lyon, dado generosamente por una camarada. Y no creo que eso tuviese ningún mérito ni sea, por mi parte, ningún acto de heroísmo, pues ésas, y aún peores, eran las condi­ciones en las que vivían los militantes de nuestro Partido en Francia. Vivir, como vivía el Partido, creo era lo nor­mal. Lo que resultaba injusto y hasta inmoral era vivir como grandes señores con el dinero que los militantes y simpatizantes daban para la actividad revolucionaria al Partido.

He aquí cómo se caracteriza a nuestros militantes de Francia en la Historia del Partido Comunista de España (p. 227), caracterización tomada del artículo de Carrillo aparecido en Nuestra bandera de junio de 1948:



La principal manifestación de oportunismo fue que, bajo la influencia de Jesús Monzón, en el MOVIMIENTO DE UNIÓN NACIONAL existente en la emigración españo­la en Francia, la cara del Partido Comunista, su personalidad, su actividad independiente quedasen casi anuladas. Dicho movimiento era una especie de «seudopartido». El Partido Comunista, siendo la fuerza principal, se diluía en un conglomerado amorfo de grupitos y personajes que par­ticipaban en la Unión Nacional.
Hubo también otras manifestaciones de oportunismo entre los militantes del Partido a los que más arriba nos hemos referido: subestimaban las acciones reivindicativas de la clase obrera y de otras fuerzas populares, lo que equivalía a dejar libre curso a las tendencias de pasividad, despreciando, en general, el papel de las masas como fuerza decisiva en la lucha contra el fascismo.
Se manifestaba igualmente la tendencia a disminuir el papel de las fuerzas obreras y democráticas en el movimiento de unidad, a preocuparse de buscar principalmente la colaboración con fuerzas de derecha, monárquicos, militares, etc.
El oportunismo en el terreno político se combinaba con el oportunismo en las cuestiones de organización. Este consistía en postergar a los militantes más firmes y de mayor conciencia de clase, en particular de origen obrero, y en elevar, en cambio, a cargos responsables a camaradas de escasa formación y débiles vínculos con las masas trabajadoras; a los menos capaces de resistir a la influencia de las ideas burguesas y oportunistas.


Al leer esos planteamientos, uno se creería que se refieren a la política impuesta por Carrillo al Partido luego,             y a sus libros, lo que sería justo.

Por el contrario, son completamente injustos y falsos aplicados a nuestros camaradas que en Francia. Hicieron un magnífico trabajo de unidad en los años 1940-1944. Por el contrario, en los años siguientes, y bajo el reinado de Carrillo y Antón, cientos de camaradas fueron perseguidos, maltratados, expulsados del Partido bajo acusaciones infames. Muchas familias de comunistas fueron deshechas; los

hijos enfrentados con los padres, y éstos, con los hijos. En Francia, los «delegados gubernativos» de Carrillo y Antón sembraron el terror en nuestras organizaciones con sus listas de camaradas a expulsar. Y cuando algún comité o camarada salía en defensa de los perseguidos, se les hacía callar dejando entender o diciendo abiertamente que había contra ellos pruebas muy graves de relaciones con el ene­migo, es decir, con los servicios policíacos y de espionaje franquistas, franceses, ingleses y yanquis, que era lo que se entendía en aquella época entre nosotros bajo ese tér­mino. Una acusación muy grave era, a partir de 1948, la de agente del «fascista» Tito.

¿ Cuántos camaradas han sido perseguidos o expulsados bajo estas acusaciones? ¡Muchos! Centenares y centenares en España, Francia y otros países. ¿Cuántos fueron asesi­nados? No pocos.

Carrillo y Antón ejercían un verdadero terror. Hubo ca­maradas que al pasar por los interrogatorios llegaron al borde de la locura y algunos, ante las infames acusaciones que se les hacía, al suicidio.



 El golpe policíaco de 1950 en Francia

 Al amanecer del 7 de septiembre (1950), destacamentos de la policía, como en tiempos de la ocupación alemana, alla­naban por toda Francia cientos de hogares de comunistas españoles, sometían a los detenidos a violencias físicas y morales y los conducían, esposados como vulgares malhechores, a la deportación en las montañas de Córcega o las regiones desérticas de África del norte.

            El pretexto utilizado para llevar a cabo estas odiosas persecuciones ha sido «que los comunistas españoles cons­piraban contra la seguridad de Francia». Los ministros en­cargados de firmar decretos y comunicados para <<justifi­car>> las medidas policíacas contra los comunistas españoles, eran el radical Pleven y el socialista Moch.

Para detener, maltratar y deportar, se repetían  las mismas calumnias que en 1939, cuando cientos de miles de españoles fueron encerrados en campos de concentración y cárceles francesas. En aquella época se encerraba a hom­bres que venían de luchar en España contra el fascismo y ahora se detenía a los combatientes por la liberación de Francia. Los que eran conducidos a la deportación dejaban en suelo francés centenares de tumbas de sus compañeros, y en no pocos casos de hermanos, padres, hijos, caí­dos en el combate por la liberación de Francia, y no pocos lucían en sus pechos la Legión de Honor y otras condeco­raciones ganadas en la lucha por la libertad de Francia.

Pero la invasión nazi no había pasado en balde. El pue­blo francés recordaba muy bien que los que en 1939 habían encerrado a los republicanos españoles en los campos de concentración, acumulando contra ellos calumnias pareci­das a las que se empleaban en ese momento, terminaron encerrando también en dichos campos a los patriotas fran­ceses, hundiendo a Francia en la guerra y la capitulación. Por eso, en esos momentos difíciles hemos encontrado por parte del pueblo francés una solidaridad muy superior a la de 1939.

Debo decir que el golpe policíaco de septiembre de 1950 no fue para nosotros ninguna sorpresa. Lo esperábamos desde julio. Yo llevaba más de un mes viviendo fuera de mi domicilio conocido por la policía. Además, el domin­go 6 a las 10 de la mañana, durante la fiesta de L'Huma­nité, el camarada Jacques Duelos me comunicó que el gol­pe era para el día siguiente a las 6 de la mañana. Yo tomé durante ese día una serie de medidas alertando no sólo a los camaradas de París, sino también a los que habían ve­nido de otros puntos de Francia.

En esa fecha el Buró Político del Partido se encontraba distribuido como sigue: D. Ibárruri y F. Claudín en Mos­cu; V. Uribe y A. Mije en Praga; Carrillo, Antón, Angel Álvarez (Angelín), Moix y yo en París. Á. Álvarez fue el único detenido de entre nosotros. Y por dejarse detener y por haber aceptado marcharse a Alemania Democrática -pues el acuerdo del BP era de que si alguno de nosotros éramos detenidos no escogeríamos ningún país-, fue excluido del BP y del CC.

Yo fui el más buscado y acusado de las cosas más tru­culentas, como puede comprobarse por las colecciones de los periódicos de esa época y por las reseñas de las discu­siones en el Parlamento francés, pues a toda una serie de diputados reaccionarios aún les parecía poco lo que el Go­bierno francés hacía con nosotros y no le perdonaban que no me hubiesen cazado a mí.

Yo continué cumpliendo las tareas que tenía en el BP, entre ellas la elaboración y publicación de la revista mili­tar, hasta abril de 1951, en que por decisión del BP salí, junto con los camaradas Moix y Luis Fernández, para Bélgica y de allí para Polonia. En Varsovia se quedó Luis Fernández; Moix se fue a Praga, y yo continué viaje para Moscú, desde donde, después de un mes de estancia allí, salí para Praga, donde residían Uribe y Mije, que además de otras tareas propias de miembros del BP dirigían el tra­bajo del Partido en los países socialistas.

Carmen y los chicos, que estaban en Hungría desde ha­cía casi un año, vinieron a reunirse conmigo.

Me incorporé al trabajo con Uribe y Mije, y mi primera misión fue ir a Polonia para recibir y distribuir en ese país, Hungría y Checoslovaquia a los camaradas que habían sido deportados por el Gobierno francés a Córcega y Argelia, y que estos tres países socialistas habían aceptado acoger, lo mismo que la RDA había acogido ya a otros anteriormente.

Cumplida la misión, regresé a Praga; Uribe y Mije me informan de la grave situación que había en el Secretaria­do del Partido, pero lo hacían sólo de aquellos aspectos que les pudieran ser más favorables a ellos. Una cosa, sin embargo, aparece clara para mí, por haberla vivido, y es que Carrillo y Antón se han aprovechado del golpe de sep­tiembre para hacerse los amos del Secretariado del Parti­do. Sólo más tarde había de conocer que, además, se ha­bían aprovechado para otras cosas más siniestras.

 

Reunión de Moscú, octubre de 1951

 Se intensifica el cruce de cartas entre Praga y Moscú y en­tre Praga Y París, y la lucha entablada en el Secretariado entre Uribe y Mije, por un lado, y Carrillo y Anton, por otro, estalla en conflicto abierto. Ante ello se decide hacer una reunión que tiene lugar en Moscú en octubre de 1951. Participamos en ella Dolores, Uribe, Mije, Claudín, Antón y yo. En esa reunión la conducta de Carrillo y Antón, sus abusos cometidos con los militantes de la organización del Partido en Francia, la más importante del Partido, fueron seriamente criticados. También se puso de relieve que Carrillo y Antón se habían aprovechado del golpe policíaco de 1950 para arreciar en los abusos y tomar todo en sus manos.

Las discusiones terminaron con algunas medidas. Una resolución que se publicó en folleto, como un discurso de Dolores ante un grupo de cuadros del Partido y otra reso­lución interna donde se hacía una seria llamada de aten­ción a Carrillo y Antón y se tomaban algunas medidas de organización. Entre éstas estaban la marcha inmediata de Uribe a Francia para hacerse cargo de la dirección del trabajo, y luego también la marcha de Mije al mismo lugar; yo me quedaba a residir en Praga para encargarme de la dirección del trabajo del Partido para los países so­cialistas.

En julio de 1952 el CE dirige una carta al Partido en nombre del CC. En esa carta se sacan algunas conclusiones de la situación y tareas del Partido, y hay en ella tímidos intentos de crítica y autocrítica.

Más tarde, Antón es expulsado del BP y del CC. En una resolución de julio de 1953 se decía: «Separar a Francisco Antón del BP y del CC del Partido Comunista de España. Continuar la investigación sobre la conducta política de Antón a fin de determinar origen y motivos de su labor antipartido y tomar las medidas de organización que en su caso hagan necesarias las conclusiones definitivas de la in­vestigación.»

En la reunión del Buró Político del 10 de abril de 1954, se acordó:



     1.°) Leerle la resolución y pedirle que conteste por es­crito a las preguntas que se le habían hecho.
     2.°) Que se ponga a trabajar.
     3.°) Queda como miembro individual del Partido teniendo la relación con él un miembro del Comité que este mismo designe.
Se encarga a Líster de ir a comunicar a Antón a Varso­via, donde reside, la presente resolución.


En las discusiones de todo ese período Carrillo se fue escurriendo, cargó sobre Antón, pero no muy fuerte. Carri­llo tuvo todo el interés de hacer del caso de Antón el cen­tro de toda discusión. De esta forma escamoteó una verda­dera discusión de la situación de la dirección del Partido, y de sus propias responsabilidades en esa situación. Por su parte, Antón reconocía todo lo que no podía negar, sin de­cir nada contra Carrillo y Dolores. De común acuerdo, Ca­rrillo y Antón hicieron un repliegue consiguiendo que uno de ellos quedase en la fortaleza para luego abrirle de nue­vo las puertas al otro, como así sucedió.

Carrillo y Antón estaban unidos por sus arbitrariedades, por sus abusos. ¿Pero sólo por eso? ¿En qué se basaba Dolores cuando en 1954 exigía que se averiguase el pasado de Antón, antes de venir al Partido, su ligazón con los je­suitas, etc.? ¿Y por qué Carrillo se esforzó en esa época en evitar que se hiciesen esas averiguaciones?

Esa discusión en octubre de 1951, la carta al Partido en 1952 y las medidas tomadas contra Antón, si bien no tuvie­ron la profundidad que la situación en el Partido y en el BP requerían, fueron, sin embargo, positivas, y a mí me permitieron enterarme de ciertas cosas que sólo conocía y manejaba el Secretariado.

            Pero sólo más tarde, a lo largo de los años, yo había de irme enterando de diferentes hechos que ponían de re­lieve el drama que venía atravesando el Partido en aquella época.

En 1958, cuando Carrillo se siente ya el amo del Parti­do, hace aprobar el 6 de noviembre de ese año, por el Buró Político, la siguiente resolución:



El BP decide hacer la siguiente comunicación a la dele­gación del CC en Praga; a la organización del Partido en Polonia y al camarada Francisco Antón personalmente:
El BP considera que la sanción impuesta al camarada Francisco Antón fue enteramente justa, como él mismo ha reconocido.
Hechas todas las investigaciones posibles, ha quedado de manifiesto que las causas de sus graves faltas y errores residen en sus concepciones personales sobre el Partido, caracterizadas por el burocratismo, por métodos antileni­nistas de dirección groseros y brutales, por la vanidad y la ambición.


La resolución es dura. Yo logré que se metiese esa frase de «posibles», pero la verdad es que la resolución le abría de nuevo a Antón las puertas de los órganos de dirección, como así sucedió, pasando a ser miembro del CC y asegu­rándose una alegre vida en Roma como representante de Carrillo, luego en París hasta su muerte en 1976. Mientras tanto las víctimas de los dos compadres siguen esperando la rehabilitación.





Algunos casos de persecuciones y crímenes en el Partido (Conversaciones con Uribe, junio de 1961)



Hubo diferentes momentos y ocasiones en que me fui en­terando de hechos pasados. Dos de esos momentos fueron: la reunión del BP que tuvo lugar en Bucarest y duró del 5 de abril al 12 de mayo de 1956, y, sobre todo, las conver­saciones con Uribe en Praga en 1961.

Estas conversaciones fueron tres y tuvieron lugar al pa­sar yo por Praga de regreso de Cuba, donde había estado cuarenta días invitado por los dirigentes de la Revolución cubana.

Mi familia y Uribe con la suya habitaban en la misma casa y en el mismo piso. Yo conocía a Uribe, personalmen­te, desde 1935. Desde e1 primer día sentí por él respeto y sus opiniones pesaron sobre mí durante muchos años. Este respeto comienza a perder fuerza a partir de 1945, al ob­servar ciertos aspectos de su conducta que no me gusta­ban. Su tendencia a la buena vida y la aplicación de méto­dos incorrectos aparecían cada vez más visibles. Más de una vez hubo discusiones fuertes entre los dos, y otras ve­ces yo participé en críticas que se le hicieron en el Buró Político.

Pero, pese a todo, ha existido entre nosotros, hasta su muerte, un respeto mutuo y una lealtad y honestidad com­pleta en nuestras relaciones. Uribe, a pesar de los efectos negativos que habían producido en él su paso por el Ministerio, su vida fácil en Méjico y luego en Francia, y a pesar de sus defectos de carácter, fue un comunista y sus características como tal estaban muy por encima de sus defectos, errores e insuficiencias.

Al día siguiente de mi llegada de Cuba, invité a Uribe a mi casa, le conté mis impresiones sobre el viaje. Al terminar, comenzó él a hablar y yo a ir de sorpresa en sorpresa, al escuchar las cosas que me contaba. Tuvimos tres largas conversaciones: esa primera, en mi casa; al día si­guiente, otra en el restaurante del hotel Alcron, donde co­mimos juntos; y una tercera, un día después, de nuevo en mi casa.

Según avanzábamos en esas conversaciones, yo iba com­prendiendo por qué Uribe me hacía esas confesiones. Un mes más tarde, al tener la noticia de su muerte, lo com­prendí aún mejor. Uribe sentía que su vida física se aca­baba, como se había acabado su vida política cinco años atrás.



                    El «caso» Comorera

 En relación con las medidas represivas y crímenes, me dijo Uribe, entre otras cosas:

«El examen y decisión sobre las eliminaciones físicas se hicieron siempre en el Secretariado, y el encargado de asegurar su ejecución era Carrillo, quien tenía los ejecuto­res en su aparato. Alguna vez la ejecución fallaba. Tome­mos, por ejemplo, el caso Comorera. Tú conoces toda la parte política del problema. Pues bien, Carrillo y Antón propusieron al Secretariado la liquidación física de Como­rera. La propuesta fue aceptada y Carrillo, encargado de organizar la liquidación. Carrillo designó dos camaradas para llevarla a cabo; pero Comorera decidió marcharse del país. A través del informador que tenía entre la gente de Comorera, Carrillo conoció la decisión de aquél y luego el lugar de su paso por la frontera y su fecha. Carrillo envió a sus hombres a ese lugar para liquidar a Comorera al ir a cruzar la frontera. Pero éste, que se sentía en peligro y vivía con una gran desconfianza, a última hora cambió el 1ugar del paso. Supimos que había cruzado la frontera cuando ya llevaba quince días en Barcelona.»


 <<Uribe, a pesar de los efectos negativos que habían producido en él su paso por el
 Ministerio, su vida fácil en Méjico y luego en Francia, y a pesar de sus defectos de
 carácter, fue un comunista y sus características como tal estaban muy por encima de
 sus defectos, errores e insuficiencias.>>


En 1971 y después de leer mi libro ¡Basta!, uno de los componentes del equipo que debía liquidar a Comorera me completó la información que me había hecho Uribe. El equipo lo componían seis, entre ellos el jefe del sector de pasos por donde Comorera debía cruzar la frontera. Este miembro del equipo me dio los nombres de los restantes componentes del mismo. Dos siguen con Carrillo, tres han roto con él, incluido el responsable del sector de pasos, y el sexto no sé lo que fue de él. Me dijo también que el tiempo que estuvieron en la montaña esperando el paso de Comorera fue de tres semanas.

Ante la imposibilidad de la liquidación física, Carrillo, como buen especialista de las acusaciones y denuncias del más puro estilo policíaco y provocador, se dedicó a la des­trucción moral por medio de calumnias infames. Dirigida por él, se abrió en nuestras publicaciones y en nuestra ra­dio una ofensiva de chivatería denunciando la presencia de Comorera en Barcelona.

He aquí algunas «perlas» de esas denuncias policíacas reproducidas de artículos de Santiago Carrillo y de otros:



La vista de los procesos contra los espías y agentes policíacos descubiertos en las democracias populares, así como el desenmascaramiento del verdugo del pueblo yugoslavo, el repugnante Tito, como viejo provocador al ser­vicio de la burguesía imperialista, ponen sobre el tapete, ante la clase obrera, y especialmente ante los comunistas, el problema siempre actual y candente de la vigilancia polí­tica de la lucha contra la provocación.
Para las castas reaccionarias españolas y sus actuales coayudantes ingleses y americanos, ni los socialistas ni los anarquistas representan peligro. Sus dirigentes están -ya no tienen ningún reparo en decirlo- al servicio del impe­rialismo americano, a cuyos intereses han sacrificado los vitales intereses de la clase obrera y del pueblo. A los so­cialistas y anarquistas se les permite, se les facilita su propaganda, su actividad, su trabajo. Por el contrario, el Partido Comunista y los comunistas en general son el ob­jeto del odio animal de los reaccionarios de todo pelaje, y contra los comunistas enfilan las baterías de sus campa­ñas calumniosas, de sus infundios, de sus ataques, de sus agresiones criminales y provocadoras.
De cada uno de estos miserables y de otros parecidos de hoy, por orden de los servicios policíacos de quienes de­penden, se cobijan bajo la bandera pirata del titismo, dig­nos cofrades del despreciable provocador que tan artera­mente engañó al pueblo yugoslavo, iremos dando algunos de sus rasgos característicos y de sus actividades, que co­nocemos muy de cerca y que harán comprender a los tra­bajadores, y muy especialmente a los comunistas, la razón que asiste al Partido cuando les llama a estar muy alertas y vigilantes contra las provocaciones.
No hace muchas semanas, la prensa francesa y la radio inglesa comunicaban que en Cataluña habían sido deteni­dos 22 comunistas e incautadas dos imprentas donde se hacían, según estos comunicados, Mundo Obrero, órgano del Partido Comunista, y Treball, órgano del PSUC. La co­media es finita, señores Molinero y Massip. Todas las de­tenciones de comunistas realizadas en los últimos tiempos en Cataluña son vuestra obra y la de Juan Comorera, al que denunciamos ante la clase obrera catalana como un agente policíaco. Y que no piensen Comorera y sus acólitos y comparsas, en la innoble farsa tan burdamente urdida, que van a hacer comulgar con ruedas de molino a los tra­bajadores catalanes. Juan Comorera y sus cómplices ten­drán que responder ante el pueblo catalán de sus activida­des provocadoras.
Obreros de Cataluña: Juan Comorera es un provocador, que durante nuestra guerra conspiró contra el Gobierno Negrín, de acuerdo con el cónsul francés que estaba en Barcelona, en la famosa crisis de la «charca». Juan Como­rera es un provocador cuyas actuales actividades es entre­gar a los comunistas a la policía, tanto en Francia como en Cataluña. Y nosotros sostendremos esta acusación de­lante de la clase obrera y del pueblo catalán. Juan Como­rera es un enemigo de la clase obrera y como tal hay que tratarle allá donde se le encuentre.


(De un comentario escrito por Santiago Carrillo para Radio España Independiente y publicado en Mundo Obrero del 15 de septiembre de 1951.)





El PSUC de Cataluña es depurado de los elementos co­rrompidos y traidores que se habían infiltrado en nuestras filas como agentes de la burguesía. Comorera, que hoy está abiertamente al servicio de la policía franquista cumplien­do el repugnante papel de delator de los militantes comu­nistas del interior del país.


(Transmitido por Radio España Independiente, 15 de noviembre de 1953.)



      Los imperialistas yanquis y sus satélites, por lo mismo que sostienen a Franco en el poder, combaten furiosamen­te a nuestro Partido. Contra nosotros y contra las demás organizaciones democráticas lanzan su carroña de chivatos entre los cuales figuran los perros titistas y comoreristas.
(De Mundo Obrero, 31 de diciembre de 1953.)



«El traidor y sus amos» (Mundo Obrero del 30 de junio de 1954):



Días pasados, la prensa franquista dio a conocer que se había «detenido» al traidor Comorera. Para que no faltase nada en la propaganda a la americana con que los fran­quistas han pretendido revestir esta «detención», un perió­dico de Barcelona incluso llegó a publicar una foto de Comorera en la comisaría conversando con los periodistas. Para muchos trabajadores revolucionarios que han pasado por las comisarías y han sido molidos a palos y torturados salvajemente, no ha pasado inadvertida la vil estratagema que persiguen los franquistas y su agente Comorera.
Para que los hechos queden en su verdadero lugar, fren­te a la inmunda leyenda que los servicios policíacos franquistas y otros extranjeros han hecho circular, es necesario decir que el traidor Juan Comorera se ha entregado a la policía después de haber estado viviendo durante años en Barcelona, a donde fue llevado para actuar como delator de los comunistas.
Habiendo sido denunciado por el Partido Socialista Uni­ficado de Cataluña y por el Partido Comunista de España como traidor al movimiento obrero, encontrando la mayor repulsa de los comunistas y trabajadores revolucionarios, ahora la policía franquista monta esa tramoya de la «de­tención» para hacer desempeñar a Comorera el papel de «resistente» y así poder pretender engañar a trabajadores y otros antifranquistas.
Los trabajadores y nuestro pueblo han podido comprobar la justeza de la medida tomada por el Partido Socialista Unificado de Cataluña al arrojar de sus filas al traidor Comorera por ser un enemigo de los trabajadores y un agente policíaco.
Esta experiencia debe servir para mantener bien despierta la vigilancia revolucionaria no sólo de los comunistas, sino de todos los trabajadores Y antifranquistas en general, y mostrarse implacables en la denuncia y en el aislamiento de perros policíacos al servicio de los enemigos, como el traidor Comorera.

 <<Carrillo y Antón propusieron al Secretariado la liquidación de Comorera.
 La propuesta fue aceptada y Carrillo encargado de organizarla.>>
 (En la foto, de izquierda a derecha, Colomer, Soliva y Comorera.)


¿Quienes son los delatores? ¿Comorera, que vive y lucha en Cataluña, o los que le acusan desde fuera?

Cuatro años vivió clandestinamente Comorera en Barcelona. Y después de otros cuatro en prisión, murió en el presidio en Burgos el 8 de junio de 1958. Murió dignamen­te, como dignamente había vivido, mientras sus acusado­res quedarán ante los verdaderos comunistas y ante el pueblo catalán y español como vulgares calumniadores.

Y no tratamos ahora de examinar las posiciones políti­cas de Comorera durante los años en que fue secretario general del PSUC. Sin duda, en la actividad de este cama­rada hay aciertos y también errores. Pero lo que denunciamos ante los comunistas y toda persona decente es el mé­todo carrillista para deshacerse de una persona honrada cuyo principal «delito» fue negarse a decir amén y a con­vertirse en un pelele de Carrillo y Antón.

   

                     El «caso» Monzón  

Otro caso al que se refirió Uribe y que debiera hacer refle­xionar a los que aún siguen creyendo en Carrillo y aprue­ban sus métodos, es el de Jesús Monzón, que si salvó la vida, lo debe a haber sido detenido por la policía en Bar­celona, cuando se dirigía a encontrarse con el que «tenía que sacarlo a Francia», pero que en realidad debía de con­ducirlo al lugar de su ejecución.

En 1950, Nuestra Bandera decía en su número 4, en un largo editorial escrito por Santiago Carrillo, y que en lo fundamental es la repetición de un artículo publicado por él en Nuestra Bandera de junio de 1948:



El caso Monzón
      El caso Monzón ha sido llevado a conocimiento del Par­tido en 1948. Pero entonces carecíamos de algunos datos, adquiridos posteriormente, que vienen a precisar más ciertos aspectos importantes.
Monzón incumple reiteradamente en 1939 las directivas de marchar hacia América, y contando con el apoyo de los servicios imperialistas, y probablemente de los franquistas, permanece en Francia.
Aprovechando la confusión de aquellos momentos, Mon­zón, con la ayuda de una militante que ha quedado encar­gada de ciertas tareas de solidaridad y emigración, utili­zando la personalidad adquirida en los tiempos en que fue gobernador de Alicante, inicia la lucha contra el Partido.
Hábilmente desplaza a los camaradas que han quedado con la responsabilidad de las tareas más serias del Parti­do. Una falta de iniciativa demostrada por éstos facilita la obra de Monzón. Una vez desplazados esos camaradas, Monzón crea su propia camarilla incondicional de elemen­tos turbios y agentes del enemigo, entre los que se encuen­tra el viejo provocador Gabriel León Trilla.
Contra todas las directivas del CC, Monzón se erige en dirección del Partido para «España y Francia».
¿Quién está detrás de Monzón? ¿Quién inspira su labor de falseamiento de la línea política del Partido coinciden­te, en el fondo, con la de Quiñones, en situar a aquél a la zaga de las fuerzas reaccionarias y monárquicas, y llegar a la disolución del Partido dentro de la Unión Nacional dirigida por los capitalistas y terratenientes monárquicos?
Detrás de Monzón están los servicios de espionaje nor­teamericanos, están los agentes carlistas españoles.
En el proceso de Budapest ha quedado demostrado cómo uno de los principales agentes de Allan Dulle, jefe de espionaje americano en Europa, un llamado Field, que en apariencia se dedicaba a la «filantrópica» función de repre­sentar en Francia, primero, y en Suiza, más tarde, al Uni­tariam Service, organización encargada de camuflar el es­pionaje americano so capa de la ayuda a los refugiados.
Field en persona es el hombre que en Francia se man­tiene en contacto con Monzón durante más de dos años; es eI hombre que enlaza a Monzón con los servicios de espionaje amertcanos.
Esto explica la enorme analogía en la «política» de Mon­zón y la de los bandidos titistas. Este hecho arroja toda la luz sobre la «inspiración» que movía a Monzón.
Simultáneamente, Monzón mantenía un contacto con los franquistas a través de los agentes carlistas que venían a visitarle desde España.
Traicionando al Partido, Monzón suministraba a Field, como está comprobado, informes con los datos más secre­tos de la organización de los comunistas en Francia y en todo lo que conoce de España, sobre la composición y fuerza de los destacamentos guerrilleros y los sabotajes y atentados contra los ocupantes alemanes, sobre los planes del mando guerrillero, etc. Suministraba a Field listas
con millares de nombres de militantes del Partido en Fran­cia, biografías, características, etc.
Monzón cubre su actividad más fácilmente que Quiñones. Su lucha contra el Partido, contra su línea y su CC, la cubre todas cuantas veces es preciso con declaraciones ver­bales de adhesión a los dirigentes del Partido, que están lejos en esos momentos, e imposibilitados de descubrirle y desenmascararle.
La lucha de Monzón contra el Partido es realizada por medios más cautelosos de los que utilizó Quiñones. Conociendo los planteamientos del CC sobre la política de Unión Nacional, los exalta y lanza su propia versión, es decir, la versión de los servicios imperialistas sobre la política de Unión Nacional. Así hace con cada una de las cuestiones que plantea el CC, ocultarla y falsearla.
De este modo, no sólo desvía al Partido del cumplimiento de su función de dirigente de la lucha antifranquista y revolucionaria, sino que se crea un pedestal de «genio», de hombre que se «anticipa» al CC, a los dirigentes del Par­tido en la comprensión de los planteamientos políticos. Monzón se traslada más tarde a España a seguir realizando sus funciones de provocador. Cuando es descubierto y desenmascarado ante el Partido en el interior, sólo entonces, la policía lo detiene en condiciones que se ve claro que su objetivo es revalorizarlo políticamente, rodearle de la aureola del martirologio, para que el Partido no entre en el fondo del examen de las consecuencias de su labor crimi­nal, para que el Partido no arremeta, por escrúpulos senti­mentales, contra el «monzonismo», y éste continúe produ­ciendo desastres dentro de nuestras filas en el interior del país.
Y si Monzón no ha tenido el final de Quiñones, se debe sin duda, a que los servicios franquistas e imperialistas aún conservan la esperanza de hacerle jugar un papel en la lucha contra el Partido; aún piensan en la posibilidad de utilizarlo, incluso lo utilizan hoy, para sembrar la con­fusión dentro de las prisiones franquistas por las que va pasando e intentando ganar a aquellos que no están bien informados o que vacilan.
Las consecuencias de las provocaciones de Monzón en el Partido han sido ya analizadas. Durante su período faci­litó y organizó la penetración en el Partido y en sus orga­nizaciones clandestinas, en los grupos guerrilleros, de los agentes del enemigo, de los provocadores.
Monzón y sus cómplices conocidos fueron separados; el Partido reaccionó unánimemente contra él y sus falsifica­ciones de la política y del carácter del Partido, se unió en torno al CC y a nuestra secretaria general, Dolores Ibá­rruri.
Ya es conocido cómo también en Africa del norte se produjo en el Partido un fenómeno parecido. Los militan­tes que se quedaron allí al frente del Partido se ligaron a los servicios americanos y pusieron varios miembros del Partido en contacto con esos servicios. Algunos responsa­bles de esta entrega fueron expulsados; otros, que rectifi­caron, enviados a la base del Partido. Pero toda esta expe­riencia nos enseña que la mala hierba no se arranca fácil­mente y que sus semillas se esconden y resurgen con faci­lidad cuando menos se espera.


Como se ha demostrado, todas esas acusaciones eran falsas de la primera a la última. y Carrillo lo sabía, pues todas estaban fabricadas por él y su aparato. Pero le sir­vieron en aquella ocasión para conseguir sus objetivos, como otras acusaciones del mismo estilo y tan falsas como aquéllas le han ido sirviendo luego en su marcha a la Se­cretaría General del Partido y le están sirviendo hoy en su funesta labor.

Monzón había cometido dos «crímenes» que no podía perdonarIe el Buró Político, porque constituían una acusa­ción a la propia cobardía de éste: haberse quedado en Fran­cia cumpliendo con su deber y haberse marchado luego a España para seguir cumpliéndolo. El delito de valentía es el que más han odiado siempre Carrillo y compañía. Mon­zón, durante sus numerosos años de cárcel y a pesar de las infames acusaciones de Carrillo, continuó siendo el mismo combatiente revolucionario, honesto y fiel a las ideas comunistas, que había sido siempre. Cuando después de sa­lir de la cárcel, y comprobada la falsedad de todas las in­fames acusaciones que se le habían hecho, se le propuso volver al Partido, respondió que no militaría jamás en el mismo Partido con calumniadores como Carrillo, Dolores Ibárruri y otros de la misma calaña.

 

               El «caso» Quiñones

 Otro caso que prueba con toda claridad que las acusacio­nes que se le han hecho por Carrillo son del mismo estilo que las hechas a Monzón, es el de Quiñones.

«Al terminar la guerra -escribe Carrillo- Quiñones queda en España con un plan preconcebido. Pasa por la cárcel. Ante los miembros del Partido presos con él en Va­lencia, Quiñones aparece como un hombre que ha sido bárbaramente torturado pero que se ha mantenido entero. Se crea una verdadera leyenda sobre la "firmeza" y el "heroísmo" de Quiñones.»

¿Qué crimen había cometido Quiñones contra el Parti­do? Mientras no se demuestre lo contrario, el de haberse quedado en España y haber dedicado todos sus esfuerzos a organizar el Partido y la lucha contra el franquismo. Qui­ñones, condenado a muerte, tuvo que ser llevado por dos soldados al lugar de ejecución, pues debido a las torturas recibidas ya no podía andar. A pesar de su estado físico, murió valientemente.

Yo he hablado con no pocos camaradas que conocieron a Quiñones en aquella época, lo mismo de su actividad en la calle que en la prisión, y no he escuchado de ellos más que elogios para Quiñones. Todos me han repetido lo mis­mo: «Si la dirección del Partido dice que fue un provocador, ésta tendrá las pruebas, pero a mí me es difícil creerlo.»

¿Dónde están estas pruebas? Y que Carrillo no nos ven­ga con el cuento de que las pruebas sólo las tendremos cuando tengamos en nuestro poder los archivos de la poli­cía franquista. Yo no tengo dudas de que los archivos de la policía franquista, y de otras, contienen secretos no sólo interesantes, sino sorprendentes; pero aquí se trata de un hombre que cayó bajo las balas de un piquete de ejecución franquista y al que se le acusa de ser un provocador al servicio de la policía. Y la acusación es clara y concreta, las pruebas no deben serlo menos. Así lo exige el honor de los comunistas y el de ese hombre, si se demostrase que las acusaciones son falsas, como yo hoy no dudo que así será.



                     El «caso» Trilla

 ¿Dónde están las prueb;as de que Gabriel León Trilla fuese ese «viejo provocador» que decía Carrillo en 1950? Gabriel León Trilla era un viejo dirigente del Partido Comunista de España, del que había sido representante en la Interna­cional Comunista. En 1932 fue expulsado del Partido por sectarismo, junto con otros miembros de la dirección. De ese grupo sectario formaba parte Dolores Ibárruri, que no fue expulsada porque se separó del grupo. Trilla y Etelvino Vega, otro de los cuatro expulsados, volvieron de nuevo al Partido, y durante nuestra guerra tuvieron un comporta­miento ejemplar. Vega fue uno de nuestros mejores jefes militares salidos del pueblo, llegando al mando de un cuer­po de ejército. Sublevados casadistas le detuvieron en Ali­cante, entregándolo a Franco, que lo hizo fusilar. En cuanto a Trilla, después de haber cumplido durante la guerra las misiones que el Partido le encomendó, al acabarse ésta continuó la lucha en la clandestinidad, hasta que en 1945 apareció muerto a puñaladas en Madrid en el Campo de las Calaveras.

Con el tiempo, Carrillo ha ido «perfeccionando» el su­mario de Trilla sirviéndose para ello de plumíferos sin es­crúpulos. Hace unos años que la editorial carrillista Ebro publicó un libro de uno de esos plumíferos a sueldo de Ca­rrillo, libro que constituye un verdadero insulto a la lucha heroica de los guerrilleros españoles contra el franquismo y el papel positivo que esa lucha desempeñó. He aquí lo que en ese libro se dice sobre Trilla:



Por aquellos días se ajusticia a Trilla. Cabriel León Trilla había sido un viejo militante antes de la guerra. Estuvo en el 30 en la dirección del Partido, junto con Adame y Bulle­jos. Pero luego fue expulsado. Actuaba por su cuenta, como un auténtico bandolero, representando además su labor un peligro para la organización clandestina y la «seguridad» de muchos comunistas. Por eso lo ajustició el grupo de Cristino García.


Así, con el cinismo y la perfidia que le son propios, va fabricando Carrillo la historia, cargando sobre otros la responsabilidad de hechos que él ha ordenado. En este caso, le cargó el muerto y la responsabilidad a Cristino García, auténtico héroe de la lucha política y armada en España antes y durante la guerra; en Francia, contra los ocupantes nazis y después, de nuevo en España, en las guerrillas. Cristino García había entrado en España en abril de 1945; mandó la Agrupación Centro de Guerrilleros, realizando diferentes acciones en las provincias de Ávila y Madrid; luego, en la capital misma hasta su detención a últimos de 1945. Fue condenado a muerte el 22 de enero de 1946 y ejecutado el 21 de febrero. Durante el juicio, como su defensor quiso presentarlo como un engañado, Cristino García le interrumpió diciendo que estaba orgulloso de su actuación y que lo que sentía era el no haber podido hacer más.

La decisión de eliminar a Trilla no fue de Cristino Gar­cía, sino de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri.

En 1971, en Sofía, Antonio Núñez Balsera (ex miembro del CC del PCE) me explicó cómo en junio de 1945 recibió en Toulouse, de boca de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, la orden que debía ser transmitida en Madrid a Cris­tino García de eliminar a Gabriel León Trilla. Dolores dijo a Núñez que Trilla era un viejo provocador. Me contó Nú­ñez cómo había cumplido la misión y también la negativa de Cristino García a ejecutarla él personalmente, como era la orden, diciendo que él era un revolucionario y no un asesino. Después de muchos forcejeos, Cristino designó a dos miembros de su destacamento para llevar a cabo la eliminación.

También en 1971, Antonio González me explicó en París, con toda clase de detalles, cómo la sentencia a muerte fue ejecutada -relatada a él en la cárcel por los ejecutores-, y cómo luego esos dos mismos ejecutores fueron a su vez asesinados a garrote vil por los franquistas, por su actividad de guerrilleros.

 

                    Luis Montero

 Vicente Uribe me había hablado también de la ejecución de Luis Montero. Su relato lo incluí en el manuscrito de la primera edición de ¡Basta! Pero Eduardo García puso mu­chos reparos a que publicara este caso. Tanto insistió que, no queriendo hacer de ello un problema, decidí sacarlo del libro. Pesquisas posteriores me dieron la clave de su opo­sición a publicar hechos que, sin embargo, no negaba. La ejecución de Montero tuvo lugar en el sector de pasos dirigido por E. García. y éste fue uno de los «méritos» (no el único, pues había otros de la misma índole, a los que vendrían a sumarse los posteriores) por los que Carrillo le llevó a su Comité Central y luego a su Comité Ejecutivo y a la Secretaría de organización.

Luis Montero fue un ferroviario asturiano que se portó como un héroe durante la guerra, en el Norte. Y así se portó en la resistencia francesa, y después, en el campo de exterminio de Mathausen. De él, escribe su compañero de deportación Jáuregui:



El camarada Montero... era un hombre de acción, incansable, verdadera alma del AMI (Aparato Militar Inter­nacional), cuya capacidad de organización, valentía y fir­meza fueron ejemplares... Trabajando en la armería, ese admirable Montero, a pesar del minucioso y severo con­trol de los SS, se las ingenió para sustraer algunas granadas, pistolas y municiones que introdujo en el campo... 6 de mayo de 1945. Amanece. Algunos responsables del PCE van a visitar nuestras posiciones, sobre el Danubio, punto neurálgico de defensa del campo. El auto es ametrallado con numerosas ráfagas... Sólo Montero queda indemne, y su presencia en la aldea, donde permanece hasta el final, refuerza la solidez de nuestro dispositivo... Valiente e in­fatigable, da instrucciones sobre el mejor emplazamiento de las armas automáticas... Junto con Espí, el joven jefe del destacamento que contuvo los primeros ataques, se en­cuentra siempre en los sitios especialmente amenazados, dirigiendo el tiro de las armas y exaltando con su presti­gio y valentía la moral y el entusiasmo de nuestros com­batientes.


Regresó Montero de la deportación con la salud que­brantada, como todos los que pasaron por aquel infierno. Pero Carrillo empezó a mandarle a Asturias con misiones para el Partido y los guerrilleros. En los años 1945-1948, cuando el movimiento guerrillero y el terror contra éste conocían momentos álgidos, Carrillo le envió una y otra vez, precisamente a Asturias, donde era conocido por su pasado de lucha. Y un buen día, Santiago Carrillo anunció a sus compinches de Secretariado que Montero había ca­pitulado ante la Guardia Civil. Lo mandó a buscar y unos kilómetros antes de la frontera francesa pereció.

Manuel Razola y Mariano Constante hablan en un libro repetida y elogiosamente de Montero en el campo de ex­terminio nazi: «Cuando fue creado el aparato internacio­nal (1944), el grupo español que tenía ya su organización militar, bien desarrollada y mandada por jefes militares, se puso a su disposición. En la organización de los grupos de combate españoles, el camarada Montero jugó un rol primordial... Montero, entrado en Francia en 1945, ha de­saparecido trágicamente durante una misión clandestina en España.»  ¿Qué conocen de las condiciones en que tuvo lugar esa desaparición trágica? ¿Por quién se han enterado de ella?

Pero ¿qué camaradas habían sido detenidos por culpa de Montero? ¿Quién le interrogó en el Partido y qué posi­bilidad le dieron de refutar las acusaciones de Carrillo? Incluso en el supuesto de que hubiese tenido un momento de debilidad ante la Guardia Civil, ¿quién era culpable? La respuesta es una: los que le enviaban una y otra vez a Es­paña, recién salido del infierno nazi, mientras ellos lleva­ban -primero en Toulouse y luego en París- una vida de ricachones, con chóferes, criadas, escoltas, «secretarias» y todo lo demás. Ninguno de ellos tendrá la osadía de decir que miento. Puedo dar los nombres de esos chóferes, de esas criadas, de esas escoltas, de esas «secretarias». Y de los hotelitos a orillas del Marne, en Saint-Germain-en-Laye o en las alturas de Champigny, donde Dolores lbárruri se bronceaba al sol mientras los militantes del Partido pasa­ban las calamidades de aquella época.

Carrillo no podía perdonar a Luis Montero -como no se lo perdonó a otros- que no hubiese muerto en los cam­pos de exterminio nazis. Y le arrebató también el honor.

¿Qué piensan de esto compañeros de cautiverio de Mon­tero, españoles y de otros países, hoy defensores incondi­cionales de Carrillo, Ibárruri y sus secuaces?



                      Jesús Hernández

 En 1975, me relató G. cómo en diciembre de 1946 recibió de Carrillo y Antón la orden que le comunicaban en nom­bre de «la dirección» de salir para Méjico y organizar allí la ejecución de Jesús Hernández.

Le dieron, además del billete de avión hasta Caracas, vía Río de Janeiro, 5000 dólares. Llegó normalmente a Ca­racas, pero allí no pudo conseguir el visado para Méjico. Entonces hizo venir a Caracas a Felipe M. Arconada, res­ponsable de la organización del PC en Méjico. Con éste planeó la liquidación de Hernández y le dio los nombres de los miembros del Partido que la «dirección» había de­signado para cumplir la misión.

Partió Felipe para Méjico, pero no pudo, o no quiso, conseguir el visado para G. ni que los designados para cum­plir la misión la aceptaran. G. comunicó todo esto a París y recibió la orden de regresar, llegando en abril de 1947.



                     Otros casos

 Me contó también G. cómo en 1950 fue liquidado un cama­rada del aparato de Carrillo conocido por Lino. Fue ente­rrado en una villa cerca de Saint-Germain-en-Laye. El tra­bajo de albañilería lo realizó el mismo G.

Por esa época Carrillo hizo liquidar a otro miembro de su aparato, guía de pasos entre Francia y España y cono­cido por José el Valenciano.

José San José (Juanchu), de Portugalete. De la JC antes de la guerra. Estuvo en la Escuela del Partido en Méjico. Enviado a España por el Partido en 1944. Carrillo le pre­paró el proceso y lo hizo liquidar en la frontera.

¿Y cómo murió el Manco, y su grupo de la Agrupación Guerrillera de Levante?



              Y  una pregunta a María Eugenia Yagüe

 En marzo de 1977, al leer una biografía de Carrillo hecha por María Eugenia Yagüe, publiqué en Mundo Obrero -rojo- una carta dirigida a esta señora y en la que, entre otras cosas, decía:



Escribe usted (p. 37), refiriéndose a la salida de Carrillo de España en 1939: «Detrás quedaban su mujer y su hija. Se habían casado en 1936, cuando los dos tenían 20 años. El Partido no le dejó volver a buscarlas, era un riesgo im­posible de correr. ¡Qué ejemplo de firmeza política! Obe­decer la orden del Partido de no exponer su preciosa vida por salvar a su mujer y a su hija.» La falla de tan enterne­cedora y dramática prosa estriba en no compaginar con la realidad... Su mujer y su hija salieron de España con él -como salieron con Mije y Giorla las suyas-, y el día 11 de febrero de 1939 yo me encontré con todos ellos, más Antón, principescamente instalados en el hotel Regina de Toulouse.
Y un poco más adelante (p. 49), prosigue usted el dra­matismo: «La primera mujer de Santiago Carrillo había conseguido salir de España, pero hacia un campo de con­centración francés. Su hija muere a consecuencia de tantas vicisitudes y miserias. La madre puede por fin llegar a la Unión Soviética, donde vive en la actualidad con el sistema nervioso destrozado y su estado físico lamentable.»
Perdone, señora Yagüe, ¿Carrillo le ha hecho ese relato, o se lo ha imaginado usted? Los hechos son muy diferen­tes. He aquí los puntos principales, pues los detalles los encontrará usted en la segunda parte de mis memorias.
La esposa y la hija de Carrillo salen con él de España el 8 de febrero de 1939. Se van juntos a la Unión Soviéti­ca, donde quedan hospedados en el hotel Nacional, que no en el Lux como afirma Carrillo, hasta que, en unión de Juan Comorera, salen hacia América a través  de Japón. Van a Nueva York y de allí a La Habana, donde poco des­pués muere la niña. Es, por lo tanto, en la capital cubana, y no en un campo de concentración francés, donde muere la niña. De Cuba a Méjico, para ir después a Buenos Aires y de la capital argentina a Montevideo. Del Uruguay sale Carrillo en 1944 hacia Lisboa, dejando allí a su mujer, con orden expresa a Giorla de que no le permita emprender viaje hacia Europa;  pero el 29 de abril de 1945, «Choni», que era el diminutivo por el que todos conocíamos a la es­posa de Carrillo, y cuyo nombre era Asunción Sánchez Tudela, desembarca en Toulouse.
Y aquí pongo punto, aunque la historia no termina así. Y Carrillo le ha mentido a usted, si le ha afirmado que su mujer estaba en la Unión Soviética.
Ni la señora Yagüe ni el señor Carrillo respondieron una palabra a lo por mí escrito. ¿Lo harán ahora? Me ale­graría, para completar mi relato, pero estoy seguro que, por lo menos Carrillo, no lo hará.



Preparación del asesinato de Modesto y Líster.

 En el libro Mañana España, refiriéndose a una entrevista con Stalin en 1948, Carrillo escribe: «Nos dijo (Stalin) algo muy curioso: "Parece ser que Líster no siente mucho ca­riño por la Unión Soviética." Yo no sabía a qué se refería, pero Dolores sí lo sabía, y dijo: "Se está haciendo más prudente."»

La verdad es muy otra. ¿ Qué había sucedido? Séame permitido entrar en algunos pormenores antes de llegar a esa entrevista y a las palabras de Stalin.

En la reunión del Buró Político, que del 15 de abril al 12 de mayo de 1956 tuvo lugar en Bucarest, y a la que me refiero en otros lugares de este libro, expliqué lo que el 21 de febrero de 1952 me dijo Mije en Praga.

Mije me había relatado que en una reunión donde es­taban Uribe, Carrillo, Antón y él. Antón planteó que, debi­do a mis relaciones con los yugoslavos, yo tenía que ser relevado de mis cargos y debía examinarse qué otras me­didas más graves era preciso adoptar. Agregó Mije que, posteriormente, en diferentes conversaciones, esas «medidas más graves» fueron apareciendo más claramente como mi liquidación física. Respondí a Mije que todo eso lo con­sideraba una infamia, pues todas las relaciones que había tenido con los yugoslavos, o con camaradas de otros paí­ses, habían sido siempre con el acuerdo del Buró Político, al que siempre le había tenido al corriente, como él mis­mo sabía.

La noche del día en que había expuesto este asunto en la reunión de Bucarest, tuve una conversación con Carrillo a petición suya. En ella me planteó que no tenía ninguna duda en que Mije me había contado lo expuesto por mí sobre las intenciones de Antón de liquidarme físicamente y que él no descartaba que Antón tuviese esas intenciones. Pero que debía comprender en qué situación colocaba al BP. Que no se trataba solamente de la situación entre Mije y yo, sino que esta cuestión desviaba la atención de los miembros del BP del examen de los problemas fundamen­tales que estaban en discusión, y que lo mismo iba a pasar en la reunión del CC, de lo que ya era ejemplo la interven­ción de Claudín.

(En efecto, éste había dicho: «En su intervención, el camarada Líster ha planteado una cuestión de suma gra­vedad: que el camarada Mije, en 1952, le informó que An­tón se proponía su liquidación física. Si Mije tenía funda­mentos para ello, es de suma gravedad en relación con Antón. Si no tenía fundamentos, es de una ligereza incon­cebible por parte de Mije. Creo que esto es necesario acla­rarlo hasta el fin. Si se trata de una ligereza de Mije, de carácter intrigante, debe de reconocerlo. De paso debo de­cir que para mí no está clara la conducta de Mije en la discusión que estamos realizando.»)

Argumentó Carrillo, además, que si yo insistía en plan­tear ese problema, lo más seguro es que habría que sacar a Mije del BP y que ello iba a aparecer como una escabe­china de los veteranos, pues las medidas que había que tomar con Uribe y las críticas a Dolores ya hacían bien di­fícil la situación.

Carrillo me propuso entonces que hiciera una declara­ción en la que podía seguir sosteniendo que era cierto que Mije me contara lo que yo había dicho en la reunión, pero que no podía estar seguro de que existía tal plan de liqui­dación física. Pensando en la unidad de los órganos de di­rección del Partido, acepté el chantaje de Carrillo.

En las conversaciones con Uribe en 1961, a las que ya me he referido, éste me dijo:

«Lo que te contó Mije es cierto, pero no era sólo Antón el que quería tu liquidación física, sino también Carrillo; y no se trataba sólo de ti, sino también de Modesto.

»Este plan, que venían madurando desde 1947, recibió un nuevo impulso al producirse la ruptura con Yugoslavia. Este hecho venía a reforzar los argumentos de Carrillo y Antón en cuanto a la necesidad de vuestra liquidación fí­sica, por vuestras relaciones anteriores con los yugoslavos. Incluso, Carrillo y Antón no tuvieron escrúpulos en mez­clar en este "asunto" a dirigentes de otros partidos her­manos, a los que atribuyen serias desconfianzas hacia Modesto y hacia ti.

»Para esa liquidación se habían barajado dos variantes: un atentado y echarle la culpa a los anarquistas o a los franquistas; o un "accidente" en uno de nuestros chan­tires  al examinar alguna arma o explosivo.

»Si vuestra liquidación física no se llevó a cabo -pro­siguió Uribe- se debe a Stalin. Cuando en septiembre de 1948, una delegación del Partido, formada por Dolores, An­tón y Carrillo, visitó a Stalin, éste les preguntó: "¿Cómo van Líster y Modesto?" Dolores respondió: "Bien, Líster forma parte del BP y Modesto del CC, y los dos están tra­bajando bien." Y Stalin agregó: "Me alegro, pues aquí tam­bién hicieron los dos un buen trabajo."

»Esto -me añadió Uribe- os salvó la vida, pues ante esa opinión de Stalin, Carrillo y Antón dieron marcha atrás en la liquidación física, aunque continuaron con otras medidas.»

A Modesto le siguieron el proceso por las relaciones con los yugoslavos y le agregaron que tenía relaciones con una mujer que venía enviada por los servicios de espionaje franquista; le quitaron todos los cargos que tenía en Fran­cia y, en 1949, le enviaron a Praga, donde ya no volvió a tener ninguna tarea de Partido hasta diciembre de 1959, en que fue nombrado para formar parte de la comisión en­cargada de redactar la Historia de la Guerra, y de la que luego le sacó Carrillo. El encargado de montarle todo el proceso a Modesto fue Romero Marín, cumpliendo órde­nes de Carrillo.

            Me recordó Uribe la historia del famoso «complot de Moscú».

En 1947 Carrillo fue a Moscú y volvió con el «descubri­miento» del famoso «complot» contra Dolores, inventado de todas piezas por él, pero matando dos pájaros de un tiro: aparecer como un decidido defensor del secretario general del Partido y, principalmente, intentar ensuciar toda nuestra emigración en la Unión Soviética, calumnian­do y golpeando a toda una serie de camaradas que habían pasado con honor, al lado del pueblo soviético, todas las tremendas dificultades de la guerra, mientras Carrillo y otros «acusadores» dirigentes del Partido estaban viviendo tranquilamente la gran vida al otro lado del «charco».

Al regresar de Moscú, Carrillo informó al secretariado de su «descubrimiento» de un «complot» montado por Jesús Hernández contra Dolores y Antón, en el que, según él, ha­bíamos participado Modesto y yo.

Durante semanas se nos interrogó para hacernos reco­nocer nuestra participación en un tal «complot». Modesto y yo rechazamos indignados las acusaciones y dijimos que nuestras discrepancias con Antón, por los métodos intole­rables de dirección que había empleado y por su conducta inmoral, eran conocidas de todo el mundo, en primer lugar del propio Antón y Dolores a los que se las habíamos di­cho por escrito y de viva voz.

Una "de las cuestiones contra la que habíamos protes­tado Modesto y yo en una carta enviada a Dolores a Ufa en 1942, era el método de Antón de montar en los colec­tivos españoles unos servicios de espionaje para los que, además, escogía a los tipos más inmorales. Antón y Dolo­res enviaron esta carta a Dimitrov, con otra de ellos en la que se pedía poco menos que nuestras cabezas. En un via­je mío a Moscú en junio de 1942, Dimitrov me enseñó las dos cartas y me preguntó qué era lo que pasaba. Se lo ex­pliqué y él dijo que, efectivamente, tales métodos no eran correctos.

En esa conversación me preguntó Dimitrov quién creía­mos, Modesto y yo, que debía ocupar el puesto de secreta­rio general del Partido vacante por la muerte de José Díaz tres meses antes. Le respondí que esa cuestión ya la ha­bíamos hablado Modesto y yo, y que nuestra opinión era que debía ser ocupado por Dolores. Que existía en contra la funesta influencia de Antón sobre Dolores, y su papel de secretario general consorte, pero que se podía resolver en­viando a Antón en misión lo más lejos posible.

Me respondió Dimitrov que ésa era también la opinión de ellos, es decir, del Secretariado de la Internacional Comunista, y que ya se estaba estudiando el envío de Antón a un país de América latina.

En 1943, al llegar a Moscú, Modesto y yo fuimos a visi­tar a Dolores en su despacho. Allí estaba Antón, y en la habitación contigua varios camaradas, entre ellos, E. Cas­tro, Mateo, Segis Alvarez. Al meterse Antón en la conver­sación que Modesto y yo teníamos con Dolores, le dijimos todo lo que pensábamos de él, de sus métodos, de su con­ducta, y eso lo oyeron no sólo Dolores, sino también los otros camaradas que se encontraban en la habitación con­tigua y cuya puerta estaba abierta. Modesto y yo no podía­mos ocultar la repugnancia que nos merecía toda la con­ducta de Antón y, sobre todo, la forma en que había salido de Francia para la Unión Soviética.

La historia de esa salida, que sólo algunos conocíamos, es la siguiente: Dolores, que no se preocupaba en absoluto por la situación de los centenares de miles de españoles metidos en los campos de concentración en Francia -y menos aún por los de España-, pedía insistentemente que Antón fuese llevado a Moscú. Dimitrov y el Secretariado de la IC, de acuerdo con José Díaz, se hacían los sordos, pues consideraban que ésa era una buena ocasión para ter­minar con el arribismo de Antón. En esta situación, Antón es detenido en Francia, y entonces las peticiones de Dolo­res adquieren un verdadero tono de histerismo. Ante ello, hay la famosa frase de Stalin: «Bueno, si Julieta no puede vivir sin su Romeo se lo traeremos, pues siempre tendre­mos por aquí un espía alemán para canjearlo por Antón.» Y así fue como salió en 1940 de una cárcel francesa y llegó a Moscú.

Durante los interrogatorios llevados a cabo por Carrillo y Antón, puse como testigos de mi conducta al camarada" Dimitrov y a la propia Dolores. Recordé, entre otros ejem­plos, el siguiente:

En abril de 1944, estando Modesto, Cordón y yo en el frente ucraniano con el Ejército polaco, recibimos la or­den de ir a Moscú. La primera visita que hicimos fue a Dolores, la cual nos informó de las noticias que habían llegado de Méjico sobre la situación del Partido allí. Según esas noticias, Hernández había desencadenado una lucha abierta contra Dolores y Antón y aseguraba que toda una serie de camaradas residentes en la URSS, entre ellos Modesto y yo, estábamos de acuerdo con él. Dolores nos dijo que Dimitrov quería hablar con nosotros dos.

Al día siguiente, Dolores, Modesto y yo pasamos el día con Dimitrov, examinamos las cuestiones y redactamos un telegrama para Méjico en el que se rechazaban las afirma­ciones de Hernández.

En la reunión del BP de abril y mayo de 1956, a la que ya me he referido y me referiré más adelante, dije: «Yo rechazo que en Moscú haya habido un complot contra el Partido. Yo no acepto que las discrepancias de opiniones de este u otro camarada que estábamos en Moscú, pasen a la historia del Partido como "el complot de Moscú". En­tre nuestra emigración en la URSS ha habido un gran des­contento contra Antón y contra sus métodos, de los que su conducta posterior no fue más que una continuación. Unos camaradas expresaban este descontento de una for­ma y otros, de otra. Y una parte de esos descontentos iban a quejarse a Hernández de los métodos de Antón. ¿ Qué había en esto de particular? Hernández era más antiguo que Antón en el BP. Había desempeñado cargos más im­portantes que Antón y para toda la emigración aparecía teniendo más responsabilidad que Antón, incluso en las cosas de la emigración en la Unión Soviética. ¿Que Her­nández tenía otras miras? Eso no quiere decir que los que iban a quejarse a él participaran en un complot, y ni si­quiera que tal complot existiese.

»Yo planteo esta cuestión con la esperanza de que cuen­to con las suficientes garantías para que las cosas se pon­gan en claro. Yo creo que la cuestión lo merece, pues no podemos dejar que toda una serie de camaradas sigan con el sambenito de participantes en un complot contra el Par­tido. Y vosotros, camaradas Uribe, Claudín y Carrillo, no teníais ningún derecho a ir a Moscú a desencadenar una campaña de calumnias contra camaradas del Partido, del Comité Central y del Buró Político.

»Vosotros no teníais ningún derecho ni siquiera a abrir una discusión política donde se fuese a juzgar la conducta de miembros del Comité Central y del Buró Político, por­ que no estabais autorizados para ello ni por el Comité Central ni por el Buró Político. Esos acuerdos los habéis tomado, sin duda, en reuniones de Secretariado, pero el Se­cretariado no tiene ningún derecho a tomar tales acuerdos.»



Carrillo había dejado montado en Moscú todo el esce­nario para sostener contra una serie de camaradas toda una campaña indecente de calumnias y desprestigio, para continuar la cual fueron enviados allí Vicente Uribe y Fer­nando Claudín, que quedó allí varios años como fiel ejecu­tor de las opiniones de Carrillo, como antes lo había sido en otros lugares y luego había de continuar siéndolo hasta 1962 en que chocaron entre ellos.

En cuanto al tan manoseado asunto de que lo que que­ría Jesús Hernández era la secretaría general, nada más lejos de la verdad. Jesús Hernández era lo suficientemente inteligente para comprender que él no tenía ninguna posi­bilidad de ser el secretario general del Partido. Pero lo que no quería Jesús Hernández, como no lo queríamos nin­guno de los que estábamos al corriente de la cuestión, era tener un secretario general consorte. No queríamos a An­tón como secretario general del Partido y a Dolores como tapadera. Yo sé, porque me lo dijo el mismo Uribe, que Hernández, al llegar a Méjico, le había hablado de ese pe­ligro y le había dicho que la única forma de evitarlo era que Uribe fuese secretario general del Partido.

¿Complot? ¡Ni complot ni centellas! Lo que había era descontento general de la inmensa mayoría de los camara­das, que veían que mientras ellos vivían, trabajaban y lu­chaban en las terribles condiciones de la guerra, Dolores y Antón no cumplían en absoluto su misión de dirigentes, dedicándose a disfrutar su cómoda vida.

He aquí algunas cifras que hablan del heroísmo y del cumplimiento del deber, al lado del pueblo soviético, de nuestra emigración en la URSS.

Al producirse la agresión hitleriana (22 de junio de 1941) había en la URSS 4221 españoles. La mayoría, cerca de 3000, eran niños que habían sido evacuados allí duran­te nuestra guerra, y una parte de los cuales ya se habían convertido en jóvenes entre los 15 y 18 años. El resto de nuestra emigración allí estaba compuesta por camaradas que habíamos desempeñado durante la guerra cargos polí­ticos, militares y de otro tipo, y familiares que componían casi la mitad de parte de esos camaradas. En total éramos 900. Había, además, un grupo de 122 maestros, maes­tras y auxiliares llegados con los niños; un grupo de 157 aviadores que el fin de nuestra guerra cogió instruyén­dose en la URSS y 69 marinos de algún barco español que había ido a buscar material. Posteriormente se agregaron a la emigración 56 españoles más de la División Azul, que se quedaron en la Unión Soviética.

Al producirse la agresión, los españoles estábamos dis­tribuidos por diferentes puntos de la Unión Soviética. Los niños en casas donde personal español y soviético se ocu­paban de su enseñanza. El resto trabajaba en fábricas, en la construcción, etc. Algunos pensionados debido a su edad, un grupo en una escuela política, otro de 28 en la Acade­mia militar Frunze y otro de 6 en la Academia Militar de Estado Mayor.

Participaron en la guerra junto al pueblo soviético, bien en unidades militares o en destacamentos guerrilleros, 614 emigrados y 135 jóvenes de los llegados como niños.

De ellos murieron en la lucha 138 mayores y 66 jóvenes. Los españoles incorporados en el Ejército soviético participaron en la heroica defensa de Leningrado, en la histórica batalla de Stalingrado, en los frentes de Moscú, el Cáucaso y otros lugares de la Unión Soviética.

Participaron en unidades de guerrilleros en la retaguar­dia de los ejércitos hitlerianos: en Ucrania, Bielorrusia, Crimea, en la región de Leningrado, donde se combatió a las fuerzas fascistas de la División Azul.

No faltó en los combates de la aviación soviética la par­ticipación de los pilotos republicanos españoles. Tomaron parte con el Ejército soviético en la liberación de Polonia, de Checoslovaquia, Alemania y otros países, pagando esa participación con sus vidas no pocos españoles.

El Gobierno soviético, destacando la participación de la emigración republicana española en la gran guerra patria del pueblo soviético contra el fascismo, ha concedido a gran cantidad de combatientes españoles numerosas con­decoraciones.

No acaba aquí la lucha, pues muchos camaradas, al ter­minar la segunda guerra mundial y desde la Unión Sovié­tica, se incorporaron clandestinamente a España para pro­seguir luchando contra el fascismo con los camaradas que ya lo venían realizando desde 1936, unos, y desde 1939, en que terminó la guerra de España, los otros. Por su activi­dad, unos han sido fusilados, otros cayeron en el combate guerrillero y no pocos han sufrido largos años de prisión.

Estos son los hombres que, con la historia del «com­plot», calumniando a nuestra emigración en la Unión Soviética, como se había hecho y se seguía haciendo con nuestros camaradas de España, Francia y otros lugares, eran convertidos de víctimas -los únicos que tienen derecho a ser acusadores- en acusados. Lo que se quería era castigar a los que en el pasado no se habían sometido, e inutilizar a los que en el futuro harían lo mismo. Por des­gracia, la operación de Carrillo no fracasó totalmente, pues

por ahí andan no pocos de esos hombres y mujeres some­tidos al carrillismo.

El día 21 de marzo de 1942 muere José Díaz. Sobre su muerte se han hecho y se hacen especulaciones para todos los gustos. Mi firme convicción es que nadie le empujó ma­terialmente a tirarse por la ventana, aunque no puedo afir­mar lo mismo en el aspecto moral.

José Díaz estaba gravemente enfermo. El cáncer le iba deshaciendo el estómago. Lo habían operado varias veces, pero ninguna de esas operaciones cortó el mal.

Al lado de los males físicos estaban los morales. Habíamos perdido la guerra, el Partido estaba distribuido por medio mundo y la parte fundamental bajo el terror de los triunfadores. En estas condiciones, en 1940, José Díaz, Dolores Ibá­rruri, Jesús Hernández y Enrique Castro, con la ayuda de

Togliatti, preparaban un informe sobre la situación en Es­paña después de la guerra y las tareas del Partido en esa situación. José Díaz, en nombre de la dirección del Partido Comunista de España, da lectura al informe ante el Secretariado de la Internacional Comunista. Luego toman la palabra los miembros del Secretariado de la IC y van destruyendo uno a uno los planteamientos que hay en el informe.

Hernández, Castro y Togliatti se callan, pero Dolores toma la palabra para dar la razón a los que critican el informe y para acusar a José Díaz de «individualista» en el trabajo, de que no tiene en cuenta las opiniones de los demás. Con eso se acaba la reunión, pues a José Díaz hay que sacarlo entre dos personas. El ataque brutal de Dolores viene a agravar su mal -estado físico.

¿Qué dejó José Díaz escrito antes de suicidarse? Cuando se lo pregunté a Dolores Ibárruri, ésta me contestó que sólo había dejado unas cuartillas que ni se podían leer, pero no me las enseñó. Estoy convencido que José Díaz escribió un verdadero testamento político en el que, entre otras cosas, estampa sus opiniones sobre los diferentes miembros de la dirección del Partido, y en primer lugar, sobre Dolores Ibárruri.


 <<Dolores odia ferozmente a Carrillo, pero después de 1956 le ha cogido miedo
 y no está dispuesta a enfrentarse con él. Prefiere ir tirando y figurando en el grado
que Carrillo la deje, que cada vez será menos>>
Las conversaciones con Uribe y sus confesiones fueron para mí un golpe terrible y dejaron en mi ánimo una pro­funda amargura. Con ellas se derrumbaban en mí creen­cias, ideas y opiniones sobre cosas y personas que habían ocupado un lugar muy importante en mi vida de militante revolucionario. El cuadro que me iba describiendo Uribe de aspectos que yo desconocía de la vida de la dirección de nuestro Partido, de cosas que se habían venido haciendo, de métodos que se habían venido empleando, eran, en unos casos, completamente nuevos para mí y, en otros, rebasa­ban en mucho lo que yo conocía, mis sospechas y temo­res. Según él me iba hablando, ante mí aparecían, como en una película, escenas terribles, entre ellas los cuerpos de camaradas ejecutados en las montañas pirenaicas cuan­do, llenos de ilusiones, marchaban al país a cumplir tareas del Partido o regresaban a informar a la dirección de cómo las habían cumplido.

Ante mí aparecían las figuras de los ejecutores de las sentencias dictadas por Carrillo y Antón y aprobadas o consentidas por otros. A algunos de esos ejecutores yo los conocía personalmente, y si bien entre ellos los podía ha­ber que estaban dispuestos a matar sin importarles quién era la víctima, no tengo dudas de que otros al ejecutar las sentencias creían sinceramente que estaban defendiendo al Partido de terribles enemigos.

Los equipos de ejecución fueron creados por Carrillo en 1944 y en esa época las sentencias que debían ejecutar eran las que Carrillo dictaba sin dar cuenta a nadie. Esos equipos operaban no sólo en Francia, sino que iban tam­bién a España y otros países.

Aparecían también con claridad los objetivos liquida­cionistas de Carrillo y Antón de querer destruir al máximo nuestra organización en Francia. En ella había muchos tes­tigos de las cobardías y otras cosas de algunos miembros de la dirección del Partido y de las JSU, entre los que es­taban en primer línea, precisamente, Carrillo y Antón. Sa­bían éstos que entre nuestros militantes de la organización de Francia encontrarían muchos y muy serios opositores a la política que pensaban imponerle al Partido (y que Ca­rrillo ha venido imponiendo a los que aún le seguían).

El relato de Uribe se refería a hechos ocurridos funda­mentalmente en los años del terror franquista en que se asesinaba diariamente a antifascistas españoles y en que los servicios policíacos de la dictadura enviaban sus espías a las organizaciones antifascistas. Luchar contra ellos era un deber; aplastarlos cuando eran descubiertos era una necesidad. Pero Carrillo y Antón se aprovechaban de esa lucha justa para deshacerse de auténticos comunistas; de hombres que no habían cometido más delito que el de te­ner entre sus camaradas un prestigio ganado en la lucha o que sabían demasiado sobre las actividades de los dos com­padres, que no se doblaban ante las exigencias de ellos o a causas aún más inconfesables.

Al final del relato, Uribe me dijo: «Todo lo que te he contado explica por qué a Carrillo le fue posible mi liqui­dación política. Yo era el responsable de la dirección del trabajo, en parte, de los años en que se cometieron esas fechorías y esos crímenes, y aunque muchas veces no es­taba de acuerdo me faltaba el valor para oponerme a ellas, y así me fui comprometiendo y hundiéndome cada día más. Carrillo me ha acusado de no estudiar, y de ir aban­donando el trabajo. Es cierto. Carrillo sabía todo eso y lo fomentaba, porque ésa era la forma de irme liquidando. Cuando me di cuenta era demasiado tarde, había perdido toda confianza en mí mismo y todo hábito de trabajo sis­temático y organizado. Así es como Carrillo me pudo golpear a mansalva; porque sabía que yo no me defendería. Y lo mismo le pasaba a Dolores. Ella ha aprobado en unos casos y tolerado en otros muchas de las injusticias y crímenes que se han cometido. Carrillo la tiene agarrada por ese pasado y cada vez la aislará más de los camaradas más sinceros y la irá rodeando de sus propios incondicio­nales. Irene Falcón es un ejemplo de ello. Dolores odia ferozmente a Carrillo, pero después de 1956 le ha cogido miedo y no está dispuesta a enfrentarse con él. Prefiere ir tirando y figurando en el grado que Carrillo la deje, que cada vez será menos.»


 <<Lo único que Carrillo dejó al lado de Dolores
 es ese ser funesto que se hace llamar Irene Falcón,
 que informa a Carrillo de todo lo que hace y dice Dolores>>
Me explicó Uribe las causas de la tirantez permanente que existía entre Dolores y él. Dolores no había perdonado nunca a José Díaz, a Pedro Checa y a él las severas críticas que le habían hecho durante la guerra por su vida fa­miliar. Uribe agregó: «Esto es conocido por Carrillo, que lo aprovechó para envenenar aún más las relaciones entre Dolores y yo, acusándome de querer ocupar la Secretaría General, mientras quien iba a por ella era el propio Carrillo.»

En el editorial de Nuestra Bandera a que me he refe­rido anteriormente escribía Carrillo algunas otras cosas que nos deben hacer pensar sobre el propio Carrillo, pues, según ellas, parece como si se estuviese retratando a sí mismo.



Pero el enemigo no utiliza sólo a estos elementos -escribe Carrillo al referirse a Monzón y otros-. Los servi­cios de provocación del enemigo se esfuerzan también especialmente en introducir sus agentes en nuestro Parti­do. Estos intentos criminales del enemigo no son nuevos. Analizando casos como el de Jesús Hernández y Enrique Castro, no es posible contentarse con la explicación de que han degenerado y se han podrido en estos últimos años. Un grado tal de maldad, de hipocresía, de bajeza, no pue­de ser producto de una evolución tan rápida hacia el mal. Un verdadero revolucionario no se convierte en perro po­licíaco de la noche a la mañana.

Hay que llegar a la conclusión -continúa Carrillo-, quizá algún día con los archivos en la mano, como ha su­cedido en el caso de Raj y Kostov, lo podremos compro­bar, que hombres como Jesús Hernández y Enrique Castro fueron enviados a las filas del Partido por el enemigo, que, trabajando con perspectivas, los mantuvo camuflados has­ta que consideró llegado el momento de que se arrancaran el antifaz. Y lo que en otro tiempo fue considerado en ellos como máculas, faltas más o menos graves, que no entra­ñaron sanción decisiva, eran actos conscientes de lucha para desacreditar y desprestigiar al Partido.

Es evidente que al principio de nuestra guerra de libe­ración contra el fascismo, los falangistas se esforzaron por enviar a nuestras filas a sus agentes. Y a pesar de la vigi­lancia revolucionaria es indudable que algunos consiguie­ron introducirse. No importa que fuesen casos aislados, por contraste con las organizaciones sindicales y anarquistas, que les abrieron y les abren hoy de par en par las puertas. Un caso aislado, uno sólo de esos elementos, en un parti­do revolucionario como el nuestro, puede hacer mucho daño.



¡Y tanto! Y cuando Carrillo lo afirmaba con tanta segu­ridad no hacía más que retratarse a sí mismo.

Hasta 1970 era mi firme propósito de que muchas de las cosas, sino todas, que me dijo Uribe, como otras que fui conociendo más tarde, fueran conmigo a la tumba. Pero en esa fecha y ante la situación a que Carrillo y sus segui­dores estaban llevando al Partido, tomé la decisión de plantearlas ante el pleno del CC que tuvo lugar en agosto de ese año. Carrillo y sus incondicionales no me lo permi­tieron. Simón Sánchez Montero, que presidía, acató sumi­samente la orden de Carrillo de no dejarme hablar y, en­tonces, no me dejaron más camino que el de callarme cobardemente o hacer públicas las cosas que allí no pude exponer. Escogí este último camino por considerarlo el del deber, y publiqué el libro ¡Basta!

A lo largo de los años, Carrillo se ha ido deshaciendo hábilmente de camaradas que más tarde podrían oponer­se a su política cuando ésta apareciese con más claridad.

A unos los echó, a otros los domesticó y los alineó, a otros les fue dando de lado, disminuyendo su papel. Y a no po­cos los hizo asesinar o los envió a una muerte segura.

En el Comité Central y otros órganos del Partido hay no pocos miembros que después de haber sido echados del Comité Central y puestos de rodillas por Carrillo, fueron recuperados luego gracias a la «magnanimidad» de éste.

En vez de examinar en cada ocasión franca y abierta­mente, y empleando el método de la crítica y la autocríti­ca, las fallas, los errores, lo criticable de la conducta y la actividad de este u otro dirigente, Carrillo ha practicado el método del escamoteo. Con ello perseguía y consiguió un doble objetivo: ocultar sus propias faltas, sus propios errores, todo lo que hay de criticable en su propia conduc­ta y en sus métodos y tener en sus manos a otros cama­radas que también tienen cosas criticables. Así se ha ido

creando una identidad de intereses y así ha ido forjando Carrillo contra cada uno el arma de chantaje que emplea­rá en cada ocasión concreta contra el camarada que no marche derecho por la línea que le señala.

Con ese método, Carrillo tiene agarrado por el cuello a más de uno de los que más chillan en su defensa; de los que están siempre dispuestos a aprobar o condenar, con el mismo entusiasmo y sin pedir ninguna explicación, todo lo que Carrillo quiera que se apruebe o se condene.

En cuanto a Dolores misma, a partir de Toulouse en 1945, Carrillo la fue sometiendo, alineando, con un trabajo paciente. Con el método jesuítico que le es propio, al mis­mo tiempo que le iba comprometiendo en sus propias fe­chorías y empujándola en sus debilidades, la separaba de todos los camaradas que eran sinceros y leales con ella e imponiéndole a la vez las relaciones con sus propios incon­dicionales. Lo único que Carrillo dejó al lado de Dolores es ese ser funesto que se hace llamar Irene Falcón, que informa a Carrillo de todo lo que hace y dice Dolores. ¿Es que Dolores no se da cuenta de todo eso? Claro que se da cuenta, pero en vez de decir «¡Basta!», se lamenta, llora, repite una y otra vez que se va a tirar por una ventana, etc. Y mientras tanto, Carrillo ha continuado su trabajo de li­quidación del Partido.

Estos defensores del llamado «socialismo humano» y de la democracia en otros partidos, en el suyo son verda­deros Torquemadas en la aplicación de condenaciones y excomuniones a diestra y siniestra contra todo el que no dice «Amén» sin rechistar a cuanto sale de la boca o de la pluma del jefe y de algunos privilegiados que con él com­parten el secreto de la verdad absoluta.

Lo que yo he venido pidiendo en el CE es que se for­mase una Comisión de Investigación que examinara la conducta política y moral de todos los que hemos sido miembros del CC y del BP o del CE, desde 1936 acá.

Otra cosa que yo he pedido es que esa Comisión inves­tigara toda una serie de casos de camaradas acusados, sancionados, perseguidos, «desaparecidos», detenidos y mu­chos fusilados en España, etc.

He pedido también que esa Comisión investigara cómo se aplicó la decisión de disolver las guerrillas, qué medi­das se han empleado, etc.

¿Por qué ese miedo de Carrillo y otros miembros del CE carrillista a una tal investigación? Porque sabían que les sería fatal. Carrillo y sus incondicionales necesitaban tiempo para llevar hasta el fin su plan de transformar un partido revolucionario en un conglomerado capaz de prac­ticar la colaboración de clases, como partido de la clase obrera, en representación de la clase obrera y traicionan­do a la clase obrera.

No puede haber duda que Carrillo y sus compañeros de tinglado han logrado ganar tiempo con la trampa, la persecución, el chantaje, las expulsiones, la corrupción y el asesinato dentro del Partido. Es claro también que con la compra de plumíferos en periódicos y revistas y con la compra en ciertos casos de gruesos paquetes de acciones de determinadas revistas y periódicos españoles, que pre­sumen de independientes, el carrillismo goza de una abun­dante propaganda. A todo ello deben agregarse los medios puestos a disposición del carrillismo en el plano interna­cional por los capitalistas y determinados Estados llama­dos socialistas. El carrillismo no tiene nada de común con la lucha del pueblo español por sus derechos, es una em­presa netamente al servicio de los peores enemigos de la clase obrera y del pueblo español.

Y para terminar con este triste capítulo, quiero llamar la atención de aquellos a los que puedan parecerles dudo­sos los datos que doy recogidos de Uribe, por tratarse de un desaparecido, que no olviden que los camaradas ejecu­tados o enviados a la muerte de los que habló Uribe tienen un nombre y que en vida están otros camaradas que los conocían. Entre estos camaradas los hay que conocen las circunstancias de la muerte de más de uno y que están dispuestos a decir todo lo que saben ante una Comisión de Investigación.

En las organizaciones carrillistas son cada vez más los camaradas que hacen a los enviados de Carrillo la pregunta: «Si lo que dice Líster no son más que calumnias, ¿por qué Carrillo no ha aceptado la discusión sobre los métodos y el nombramiento de la Comisión de Investigación, como Líster proponía antes del pleno y en el pleno mismo?» Esa es la cuestión.

En su obsesión por desacreditar ante los comunistas al campo socialista y presentarse así como un ingenuo o un incauto, Carrillo ha empleado con frecuencia la demagogia: «Siempre hemos ignorado lo que sucedía en esos países.»

«Nos era realmente difícil comprender en los años 40 al 50 cómo destacados dirigentes checoslovacos, consi­derados hasta entonces como excelentes comunistas, po­dían transformarse de la noche a la mañana en agentes del imperialismo, en agentes de Tito, en traidores a la cau­sa del comunismo.»

Tales declaraciones en boca de Carrillo son el colmo del cinismo, ya que en aquella época fue uno de los que prac­ticó con más frecuencia esas acusaciones de «traición» contra camaradas de los que se quería deshacer.

Carrillo no sólo ha sido el inspirador y el organizador del terror contra los comunistas honestos; ha sido, ade­más, el principal «teórico» de esa praxis. Por eso, cuando leemos, en numerosas declaraciones hechas por Carrillo es­tos últimos tiempos, alusiones a los «malos métodos» que han existido en las democracias populares, no sabemos si indignarnos o morirnos de risa. Carrillo es un «teórico» de la espionitis, de la delación y del terror contra los miem­bros del Partido que no han querido someterse a sus pre­tensiones hegemónicas.

Existen pruebas materiales irrefutables de la responsa­bilidad directa, personal, de Carrillo en la práctica del te­rror en las filas del Partido. Y si la práctica es la materia­lización de una teoría determinada de las cosas, tiene que admitirse que la teoría de la espionitis, la delación y el te­rror en el Partido fomentada por Carrillo estaba destinada a estimular y justificar ese terror en nuestras filas y la desaparición «misteriosa» de muchos camaradas honestos.

Veamos, aunque sea brevemente, uno de los aspectos de esa «teoría» carrillista sobre la espionitis y la delación. Nada más llegar a Francia, en 1944, en una Conferencia para cuadros del Partido, contestando al tema «¿Cómo debe ejercerse la vigilancia dentro del Partido?», Carrillo desarrolló las siguientes tesis:



...Allí donde el trabajo del Partido no marche, allí don­de hay pasividad y el trabajo del Partido tiene debilidades graves, donde se discute una vez, dos veces y hasta tres, y, sin embargo, sigue reinando la pasividad y el trabajo no marcha, allí es donde hay que poner el ojo vigilante del Partido con la seguridad (!) de que en la mayoría de los casos (!) están metidos los provocadores falangistas.

...Es muy típico el método de esos camaradas que infor­man magníficamente sobre todo el mundo, y que dicen: «Fulano de tal es un militante muy bueno y excelente com­pañero. Es cierto, por desgracia, que no comprende la política de Unión Nacional; es cierto también, por desgracia, que este compañero tiene un carácter muy extraño; es cierto que las masas no quieren a este compañero, no confían en este compañero; es cierto también que no sabemos exactamente de dónde ha venido este compañero, ni sus antecedentes. Pero es un excelente camarada, lleno de voluntad, dispuesto a trabajar. Sólo necesita que se le ayude.»

Así pueden infiltrarse en nuestro Partido ciertos elementos turbios al servicio de la Falange, que vienen a apuñalarnos por la espalda. Estos camaradas que informan tan irresponsablemente sirven inconscientemente al enemigo, y hay que ver si en algunos casos, en lugar de inconsciente­mente, no pertenecen a esa categoría de perros de que hablaba antes.

Tened en cuenta que donde existen tendencias manifiestas de pasividad anda probablemente (!) la mano del enemigo.

            ...¡Seguid de cerca el desarrollo de cada uno de nuestros cuadros!

            ...Un buen olfato comunista distingue en seguida (!) ese tipo de perros de que yo hablaba.

            ...Se distinguen con mucha facilidad (!) a poco que se observen.

...Nosotros estamos vigilando ya así, estamos encon­trando al enemigo, pero cada uno de los cuadros y militantes tiene que ayudarnos a encontrarlos mucho más rápidamente.

...Y esta labor hay que llevarla a Unión Nacional Es­pañola. Si algunos perros se han infiltrado en nuestro Par­tido, en UNE se han infiltrado con más facilidad. Hay que descubrirlos también por su trabajo. Es claro que no va­mos a utilizar en UNE los métodos duros y directos que se utilizan en nuestro Partido; tenemos que ser un poco más diplomáticos.



Como puede verse, ese planteamiento del problema de la vigilancia revolucionaria no tiene nada de comunista, se trata de una verdadera apología de la espionitis, un llama­miento a la delación y a la desconfianza entre militantes del Partido.

Si se tiene en cuenta que en esa época se planteaban toda una serie de problemas muy complejos (Unión Nacio­nal, tentativas por sentar las premisas para crear el Par­tido único del proletariado, etc.), se comprenderá que re­sultaba muy difícil acusar de «enemigo del Partido» a cualquier camarada que tenía dudas o no comprendía tal o cual cuestión. Si alguien piensa que esa praxis policíaca está dictada por las condiciones del momento (1944) y que eso la justificaba, yo afirmo que nada está más lejos de la verdad. Ni la necesaria lucha contra los provocadores, ni el momento (1944), ni el lugar (Francia) eran las razo­nes que determinaban esa práctica policíaca elaborada y aplicada por Carrillo y Antón. Eran los objetivos que am­bos perseguían.

¿Qué tienen que ver los métodos carrillistas con la con­cepción y los métodos preconizados, por ejemplo, en un período mucho más difícil para nuestro Partido (1937) por el secretario de organización de aquella época, Pedro Che­ca? Veamos cómo, en período tan complicado como fue 1937, aborda un problema similar el leninista Checa:



Necesitamos conocer a fondo nuestro Partido, necesita­mos conocer, uno por uno, a todos nuestros militantes, co­nocerlos personalmente, conocer lo que son capaces de hacer, sus dotes, sus actividades, su historia, sus caracte­rísticas, para saber en todo momento aplicarlos al trabajo para el que son útiles.

...Este trabajo de promoción de cuadros no quiere de­cir que no debamos redoblar la vigilancia en el seno de nuestro Partido. Por lo general ocurre que, allí donde se tiene mucho miedo, allí donde existe mucho temor a llevar a los militantes nuevos a puestos de dirección, es donde con más facilidad se introducen elementos indeseables. Por el contrario, donde se practica una política más audaz, más abierta, más flexible y de más comprensión, allí es donde menos facilidad encuentran los elementos indeseables para introducirse en los puestos de dirección.

...Siempre se habla de que tal camarada es relativamen­te de confianza: de que tal camarada no puede ser incor­porado a puestos de dirección; de que tal otro puede ser utilizado, pero sin darle toda la confianza. Esto debe cesar radicalmente en nuestro Partido. Todo militante, aunque esté recién incorporado, por el hecho de militar en el Par­tido merece la confianza íntegra de todos los miembros del mismo. Toda persona reconocida digna de estar en nuestro Partido es también digna de figurar en puestos de dirección, sea militante nuevo o viejo, si tiene aptitudes para ello. De otra manera, crearemos un divorcio entre es­tos camaradas que ahora vienen al Partido y los viejos miembros, y de este modo jamás llegaremos a fusionar a los viejos y los nuevos de nuestra organización.



El lector puede darse perfecta cuenta de la diferencia radical existente entre la forma carrillista de abordar la cuestión de la seguridad en el Partido y la concepción que tenía Pedro Checa. y esa diferencia está determinada por los objetivos, también diametralmente opuestos, que per­seguía el leninista Checa y los que ha perseguido el aven­turero Carrillo.

A Pedro Checa le movía el afán de fortalecer el Parti­do, hacerlo crecer, para lo cual llamaba a llevar a cabo una política audaz de cuadros, a tener confianza en todos los camaradas, a practicar una coexistencia armoniosa en­tre militantes veteranos y nuevos camaradas, a hacer «ce­sar radicalmente» la tendencia a la desconfianza.

La tesis de Carrillo encierra todo lo contrario: obrar de manera que en las filas del Partido reine la desconfian­za permanente, obligar a los camaradas a ver enemigos y traidores por todas partes, fomentar la delación y la fobia del espionaje. Y todo ello con el objetivo de que los cama­radas recién venidos al Partido se aparten de él. En resu­men: en 1944, al llegar a Francia Carrillo empezó conscien­te e implacablemente a poner en práctica su plan de ir destruyendo el Partido Comunista de España, para ir fabri­cando otro tipo de partido adecuado a los propósitos que siempre le animaron: decapitar a la clase obrera española, ponerla a remolque de la burguesía, castrarla de su conte­nido revolucionario, privándole del instrumento esencial de su lucha de clase, el indispensable destacamento revo­lucionario.

Ese plan, como digo, lo inició Carrillo en 1944 y lo ha culminado actualmente. Pero los hechos demuestran que sus cálculos han fallado porque los comunistas españoles no hemos permitido que nuestra clase se quedara sin su Partido, y hemos sabido encontrar fuerzas, audacia y de­terminación para reorganizar y desarrollar el destacamen­to comunista de la clase obrera española, el Partido Co­munista Obrero Español.



Capítulo V

 LA LUCHA ENTRE DOS CONCEPCIONES  DEL PARTIDO



V Congreso

 En noviembre de 1954 celebramos en un lugar cercano a Praga el V Congreso del Partido. Aunque en los trabajos del mismo cuestiones importantes siguieron sin ser exami­nadas, ese Congreso representó un serio paso en poner un poco de orden en el funcionamiento del Partido.

La preparación misma del Congreso fue un alto ejem­plo para nuestro Partido del empleo de la democracia. En el mes de mayo fue publicado el siguiente comunicado:



El Buró Político del Comité Central del Partido Comu­nista de España presenta al examen y discusión de todos los comunistas los proyectos de Programa y Estatutos del Partido.
La necesidad del Programa y de los Estatutos del Par­tido está dictada por la situación política en España y por las tareas que en relación con esa situación debe realizar nuestro Partido.
Las más diversas fuerzas políticas y sociales de Espa­ña, incluyendo importantes sectores de las clases dominan­tes que apoyaron el régimen franquista, reconocen la cri­sis de éste.
Las fuerzas democráticas y patrióticas, con la clase obrera a la cabeza, luchan por una salida democrática que haga posible la renovación y reconstrucción de España so­bre las bases de la libertad, el progreso y la independencia nacional.
En estas condiciones es necesario que el Partido de la clase obrera, el Partido que es guía y organizador del mo­vimiento progresivo y revolucionario del pueblo español presente ante todo el pueblo un programa que dé solución a los graves y complejos problemas que España debe re­solver en este período crucial de su historia, en el período de las luchas decisivas por el derrumbamiento del franquismo, de la caída de éste y de la instauración y consoli­dación de la democracia en nuestro país. Esta es la finali­dad que persigue el Proyecto de Programa que sometemos al estudio y discusión de todo el Partido.
La realización de las tareas que el Programa entraña, la organización y dirección de la lucha del pueblo español por el derrocamiento del franquismo, por la democracia y la independencia nacional, exigen el reforzamiento polí­tico y orgánico del Partido. Estos serán la base para elevar en los militantes y cuadros la comprensión de lo que es el Partido, de su gran misión histórica, de los principios que rigen su organización, del funcionamiento de éste en las difíciles condiciones de clandestinidad en que actualmente se desenvuelve el Partido.
El Buró Político llama a todos los militantes y organi­zaciones del Partido a estudiar y discutir libre y profundamente los proyectos de Programa y Estatutos, y a enviar sus proposiciones y sugerencias a la dirección del Partido para ser tenidas en cuenta en la elaboración definitiva de ambos documentos.
Esta amplia y libre discusión debe contribuir a esclare­cer ante todo militante y organizaciones del Partido los problemas de la revolución española en su etapa actual, los problemas de la línea política, de la táctica y estrategia del Partido, las cuestiones de la organización del Partido.
El Buró Político espera que todos los militantes y or­ganizaciones del Partido comprendan la gran importancia que el Programa y los Estatutos del Partido tienen para el fortalecimiento de éste y para el desarrollo de la lucha por la victoria en nuestro país de la causa de la democracia, la paz y la independencia nacional.

El Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de España.
15 de mayo de 1954.


Tal como se dice en el comunicado, se sometió a todo el Partido un Proyecto de Programa y Estatutos que los militantes pudieron estudiar y discutir ampliamente antes de dar sus opiniones para la elaboración definitiva de esos documentos por el Congreso, el cual tuvo lugar del 1° al 15 de noviembre de ese mismo año; como se hizo público en un amplio comunicado de esa fecha, en el que asimis­mo se publicaron los nombres de los camaradas elegidos a sus organismos de dirección.

¿Qué dicen a eso los que en los años 60 al 70 negaban la posibilidad de hacer un Congreso con la democracia que los militantes pedían? ¿Es que las condiciones nacionales e internacionales habían mejorado o empeorado en rela­ción a 1954? Creo que, en lo nacional los cambios eran evi­dentes. En 1954 la dictadura franquista era una dictadura fascista en todo su apogeo de poder y de terror. Hacía sólo un año que habían recibido el visto bueno del imperialis­mo norteamericano con la firma de los acuerdos militares, económicos y políticos. En cuanto a la situación interna­cional, era el período álgido de la guerra fría.

¿En qué quedamos? ¿Avanzábamos o retrocedíamos en cuanto a la situación del régimen franquista y de nuestro Partido? ¿El imperialismo era en esos años más fuerte o más débil que en 1954?

 

El XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (febrero de 1956)

 Asistimos a él, como delegados del Partido Comunista de España, Dolores lbárruri, que residía en Moscú, Uribe, Claudín y Mije, llegados de París, y yo, de Praga. Duran­te varios días, el Congreso se desarrolló normalmente como suele decirse, y sólo hacia el final se nos comunicó a los delegados extranjeros que la sesión del día siguiente sería únicamente para los delegados soviéticos.

Uribe y yo, que estábamos alojados en un apartamento especial del Comité Central (Mije y Claudín vivían con sus familias, que residían en Moscú), nos dedicamos ese día a pasear por la ciudad y a encontrarnos con amigos. Nos acostamos a medianoche, y como un par de horas más tar­de, serían las dos de la madrugada, vino Uribe a mi habi­tación y me entregó un librito, diciéndome que lo acababan de traer y que como estaba en ruso viese yo de qué se trataba. Me puse a leerlo y a ir de sorpresa en sorpresa. Pensé en una provocación, en un golpe de Estado. Leí y releí hasta las cinco de la mañana, en que me fui a la ha­bitación de Uribe y le expliqué lo que se decía en ese libri­to. La sorpresa de Uribe no fue menor a la mía. Decidimos llamar a Dolores, Mije y Claudín. Dolores había recibido un librito igual al nuestro. Mije y Claudín no conocían nada. Acordamos reunirnos una hora más tarde en casa de Dolores.

El «librito» al que me estoy refiriendo no era otra cosa que lo que se conoce hoy día en el mundo como El infor­me secreto de N. Jruschov, relativo al problema del «culto a la personalidad». Sobre este informe (su contenido real, la forma en que fue leído, etc.) se ha escrito mucho y es­peculado mucho más. También ha sido y sigue siendo ma­teria de especulación la forma mediante la cual fuimos puestos al corriente de este informe los delegados extran­jeros al XX Congreso.

J. Elleinstein, uno de los principales ideólogos del PC francés, en su versión sobre el «informe Jruschov» escri­be: «Los Partidos comunistas extranjeros fueron informados muy tarde sobre el contenido del informe Jruschov; en el caso del PC francés solamente al día siguiente recibieron el texto, que tenían que devolver por la noche, prometiendo no decir nada.» Según otra versión de otro histo­riador francés -F. Robrieux, ex secretario general de los estudiantes comunistas de Francia-: «...Thorez fue con­vocado por los soviéticos. Le hicieron entrar en una sala donde le dieron una copia del informe y le encerraron con un inspector de la policía. Tenía dos horas para enterarse del contenido del texto.»

Yo no puedo decir cuál fue la forma exacta en la que cada delegación extranjera fue informada del «informe Jruschov», pero sí puedo atestiguar que en lo que se re­fiere a nosotros nadie nos pidió no decir nada sobre este informe como declara Elleinstein, pues el título de informe «secreto» era suficiente, que no nos encerraron en ningún cuarto y que no había ningún inspector de policía al lado nuestro. Ésos son puros inventos policíacos de los autores citados más arriba, inventos destinados, por lo visto, a dar­le un cierto «picante» a la narración.

Aunque mi opinión sobre el «informe Jruschov» es de sobra conocida, quiero repetirla aquí.

Pienso que Stalin es uno de los más grandes revolucio­narios de todos los tiempos; opino que no es ni el dios que hemos adorado durante muchos años ni el monstruo que ha descrito Jruschov. Stalin -además de ser un hombre con sus virtudes y defectos- fue el dirigente máximo del Par­tido del primer Estado socialista que tuvo que dirigir la construcción del socialismo, la lucha contra los enemigos internos y exteriores, la industrialización, colectivización, la revolución cultural, la segunda guerra mundial, etc., en las terribles condiciones en las que las llevó. Pienso que con el tiempo Stalin ocupará en la historia del movimien­to revolucionario -y sobre todo comunista- el lugar que realmente le corresponde ocupar. Ni más ni menos.

 <<Pienso que Stalin es uno de los más grandes revolucionarios de todos los tiempos; opino que no es ni el dios que hemos adorado durante muchos años ni el monstruo que ha descrito Jruschov>>












En cuanto a la forma que adquirió la «crítica» de Jrus­chov (y de los que le han apoyado) a los excesos de Stalin, me parecen no sólo contraproducentes, sino cobardes y de­magógicos. Stalin había muerto, el nuevo equipo dirigente tenía el poder, es decir, todas las posibilidades de castigar, rehabilitar, corregir injusticias, sin necesidad de toda esa publicidad demagógica. En realidad, esa publicidad no fue más que la cortina de humo, detrás de la cual se han es­forzado en esconderse los que en vida de Stalin no sólo aprobaban lo que éste hacía, sino que ejecutaban sin re­chistar lo que él ordenaba.

En todo caso, los comunistas españoles tenemos nues­tra propia amarga experiencia. Si se consultan todas las publicaciones del Partido Comunista de España hasta 1956 y de ese año acá, se podrá ver que los histéricos «antista­linistas» de hoy fueron los más «stalinistas» de ayer. Yo desafío a quien sea a que encuentre en toda la literatura del PCE algo más elogioso y adulador hacia Stalin que los escritos de Santiago Carrillo de los años 40 al 50. ¡Pero si no fuese más que un problema de literatura! Por desgra­cia, hay los métodos de «dirección» empleados por Carri­llo. En este terreno, el hoy día muy «liberal» y «abierto» Santiago Carrillo ha sido un fiel seguidor de los malos mé­todos de Stalin, en todo lo que había de peor y conde­nable.

            Es posible que a alguien le parezca paradójico que un hombre como yo, que vengo luchando desde 1945 en la dirección del Partido y denunciando públicamente, desde 1970, las fechorías de Carrillo, intente justificar o defender a Stalin. Como digo más arriba, la historia tendrá que pronunciarse todavía sobre el verdadero papel de Stalin.

Considero que a la hora de hacer historia y analizar los hechos y acontecimientos de una época dada, hay que evi­tar caer en las comparaciones mecánicas. Las comparacio­nes deben servir para mejor ilustrar, mejor argumentar la opinión que uno tiene sobre tal o cual cuestión. ¿Cuál es, por ejemplo, la diferencia de fondo entre un historiador marxista y de un burgués respecto al período de la llama­da «dictadura jacobina» de la revolución francesa? La di­ferencia de apreciación consiste en que un hombre de derechas tratará de reducir ese período al mero terror, a la guillotina; un hombre de izquierdas -y con más razón un marxista-, al mismo tiempo que mantendrá una acti­tud crítica respecto al engranaje del terror jacobino, al círculo vicioso que representaba el grado e intensidad a que llegaron las ejecuciones, no olvidará tener en cuenta dos factores fundamentales a la hora de analizar este pro­blema: ¿Cuál era la situación en que se encontraba la jo­ven República Francesa? ¿El terror era empleado por Ro­bespierre, Saint-Just y otros en función de qué objetivos?

No cabe duda que, rodeados por toda la Europa feudal y amenazados por la contrarrevolución interna, los jacobi­nos pusieron en marcha una máquina de terror capaz de cortarle las ganas a todo enemigo interno de actuar con­tra la nación.

Es decir, como señalo más arriba, dos factores funda­mentales contribuyeron de forma decisiva a que la «dicta­dura jacobina» tomase las formas que tomó: el cerco de la Europa feudal y el peligro que representaban las diver­sas variantes de los enemigos internos.

Por lo tanto, evitando caer en comparaciones abusivas y paralelismos mecanicistas, a la hora de analizar el pro­blema de Stalin, es indispensable, ante todo, plantearse cuestiones tales como: ¿Cuál era la situación de la URSS? ¿Cuál era la situación interna? ¿Todo lo que hizo Stalin lo hizo para consolidar y hacer avanzar la revolución o para traicionarla?

Lo mismo debe hacerse a la hora de abordar el proble­ma de la actividad de Carrillo. Y entonces veremos que la situación del PCE no justificaba en absoluto el empleo del terror. En cuanto a los objetivos perseguidos por este se­ñor, nada tienen que ver con los intereses de la revolución española. Se trataba del empleo del terror con vistas a ir eliminando a verdaderos comunistas, apoderarse de la di­rección del Partido con el objetivo de cambiar su contenido leninista Y dotarlo de una línea política e ideológica re­formista.

Por lo tanto, no existe similitud alguna ni en lo concerniente a la situación ni, sobre todo, a los objetivos perse­guidos en el caso de Stalin y en el de Carrillo.

 

                  Entrada de España en la ONU. Discusiones en Moscú y Bucarest

Desde unos días antes de comenzar el XX Congreso del PCUS y durante el desarrollo del mismo hemos aprovecha­do el tiempo que teníamos libre para llevar a cabo una discusión entre nosotros sobre los desacuerdos en la direc­ción de nuestro Partido en relación con la entrada de España en la ONU.

La discusión entre los miembros del BP sobre cuál de­bía ser la línea política del Partido en relación con esta cuestión duraba ya varios meses.

Una declaración del CC sobre este problema había sido preparada en Bucarest en diciembre de 1955. Con ella estábamos de acuerdo y habíamos participado en su elabo­ración: Dolores, Mije, Uribe, Gallego y yo. Estaban en contra: Carrillo, Delicado, Claudín y Cristóbal. Aunque los que habíamos elaborado la declaración constituíamos la mayo­ría con el secretario general a la cabeza, decidimos dejar en suspenso la aplicación de la declaración y continuamos discutiendo y confrontando los puntos de vista en presen­cia. Así estaban las cosas cuando nos llega a Moscú el nú­mero 15 de Nuestra Bandera, con un artículo de Carrillo en el que, bajo el título «Sobre el ingreso de España en la ONU» exponía sus propias opiniones totalmente contrarias a la declaración de la mayoría del BP, colocando a

este ante el hecho consumado. Ante ello decidimos dar por terminadas las discusiones en Moscú y reunir el BP en su conjunto. Yo fui encargado de preparar la reunión, que tuvo lugar del 5 de abril al 12 de mayo de 1956 en Bu­carest.

En esa larga reunión, de más de un mes, la discusión llegó hasta donde Carrillo quiso. En ella hizo condenar la declaración presentada en nombre del CC sobre la entrada de España en la ONU y aprobar su artículo como la posi­ción oficial del Partido. Gallego se había pasado a su lado, con lo cual Carrillo tenía la mayoría en el BP; cinco contra cuatro. En esa reunión; en relación con esa cuestión, yo dije:

-Quiero volver a referirme a algunas cuestiones que ya traté en Moscú. En relación con la publicación del ar­tículo de Santiago, continúo considerando que se han em­pleado métodos no correctos. Y el hecho de que los plan­teamientos que se hacen en el artículo pueden llegar a ser considerados justos no pueden justificar lo incorrecto de esos métodos, yo estuve de acuerdo con la propuesta de Do­lores de suspender «por ahora» la publicación del docu­mento que habíamos preparado la mayoría del BP, porque esa cuestión era de cajón ante las discrepancias surgidas. Pero no podía estar de acuerdo con la publicación de otro documento, artículo de Santiago, sin antes confrontar esas discrepancias. Y repito que el hecho de que los plantea­mientos hechos por Carrillo en su artículo pueden demos­trarse justos no disminuye, según mi opinión, lo incorrec­to del método y el peligroso precedente que sienta en la dirección del Partido.

Defendiéndose de las acusaciones de trabajo fraccional que significaba la publicación de su artículo y las reunio­nes tenidas por él en París con miembros del BP y del CC y las opiniones que en ellas había dado, Carrillo dijo que se trataba de opiniones personales. Sobre ello dije:

«Repito, asimismo, que eso de las opiniones personales tampoco me convence. Son opiniones personales dadas en una reunión, colectiva, como son todas las opiniones que damos en todas nuestras reuniones, donde cada uno da­mos la nuestra. Pero, además, yo no comprendo el porqué de esa insistencia en negar, pues considero la cosa más natural del mundo que si una parte del Buró Político re­cibe un documento elaborado por otra parte del Buró Po­lítico, se reúna, lo examine y dé su opinión. Lo que ya no me parece correcto es que a esa reunión asistan camaradas que no son del BP y rechazo el argumento de que eso puede hacerse porque "se trata de un camarada del Comité Central de mucha confianza, con condiciones para ser del Buró Político". No es eso lo que está en discusión: lo que se discute es, si cuando surgen discrepancias en el Buró Político sobre una o unas determinadas cuestiones, una parte del Buró Político tiene derecho a hacer conocer sus discrepancias a camaradas que no son del Buró Político.»

Claro que esa participación de un miembro del Comité Central en dicha reunión tiene una explicación. Con ella Carrillo igualaba las fuerzas: cinco contra cinco.

Eso sí que fue un verdadero trabajo fraccional. Carrillo organizó un verdadero grupo y lo levantó contra el Secre­tariado General del Partido, enfrentándose con éste en las publicaciones del Partido.

¿Qué pensaba Carrillo en aquella época sobre esas cuestiones en discusión? He aquí algunos extractos de una de sus intervenciones en las discusiones de abril-mayo de 1956, en el Buró Político" a que ya me he referido.

En las críticas hechas por Carrillo al camarada Uribe, podrá encontrarse el lector todo lo que Carrillo ha hecho luego y que por criticársele se ha acusado a miles de camaradas de trabajo fraccional.

Este cuadro que Carrillo da de Uribe y de sus méto­dos, es su propio retrato y son sus propios métodos, aumentados hasta lo inimaginable. Por cierto que de las 167 páginas del acta de la reunión, 59 pertenecen a una sola intervención de Carrillo, y de ellas, 30 están dedicadas a demoler a Uribe y enfrentar a Dolores con él y darle jabón a ésta.

Sobre el papel del Secretariado del Comité Central, la dirección colectiva, el caciquismo, etc., decía Carrillo:

«No es casual que en Moscú, en octubre del año pasa­do, cuando estábamos reunidos con Dolores, Líster hiciera ciertas advertencias al reconstituir el Secretariado, para no caer en los vicios del período anterior, temiendo que se repitiera de nuevo el hecho de que el Secretariado suplantara en la práctica el papel del BP.

»Cuando vino el golpe del 7 de septiembre en Francia, y nuestra ilegalidad, coincidiendo con la estancia fuera de Francia de una parte de los miembros del BP, Antón y yo seguimos la práctica establecida y de hecho resolvíamos nosotros dos todas las cuestiones fundamentales.

»Estamos aquí para decir nuestra opinión. La mía, expresada con toda sinceridad, es que dentro del BP, el hom­bre que, a pesar de otras virtudes, encarnaba y encarna esos defectos, es el camarada Uribe. El camarada Uribe, aunque él crea otra cosa, ha demostrado ser muy poco permeable a los hechos y a las opiniones; muy poco per­meable a las lecciones que nos da el desarrollo mismo del Partido.»

Leyendo las acusaciones de egolatría, autoculto, etc., de Carrillo hacia Uribe en 1956, uno está viendo retratado de cuerpo entero al propio Carrillo, pues ha rebasado todo lo conocido en cuanto a esas cuestiones.

«El camarada Uribe, sobre todo en los últimos años, se caracteriza por un enfatuamiento, por una egolatría que le ha llevado a establecer un verdadero culto a la perso­nalidad. No pierde ocasión de realzar su propio papel, la importancia decisiva de su actividad, el papel de sus ideas en la dirección del Partido. Esto lo hace entre nosotros, en todas las reuniones: con una inmodestia y una falta del sentido del ridículo verdaderamente lamentables. Cuando Uribe realza su papel, rebaja el del BP y el del Secretario General del Partido sin ningún respeto para ellos.»

En lo que se refiere a defender el derecho a la crítica, Carrillo lo empleó ferozmente contra Uribe. Y su cinismo no tiene límites cuando se refiere a los malos métodos. Hi­pócritamente se coloca en el plan de pobre víctima, de perseguido, de calumniado, cuando él es el autor número uno de esas fechorías que critica y, cuando, además, está liquidando a Uribe, alineando a Mije y Gallego y dando un paso decisivo en el asalto a la Secretaría General del Par­tido. Este trabajo de enfrentar a Dolores con Uribe es una de las actividades más pérfidas de Carrillo. Por lo que yo he presenciado a lo largo de los años, la conducta de Uribe hacia Dolores ha sido siempre de lealtad y sinceridad. Es claro que en la conducta y métodos de Dolores había co­sas Con las que Uribe no estaba de acuerdo; pero se lo de­cía directa y lealmente y, al mismo tiempo, le daba todo su apoyo y ayuda, lo que no hizo nunca Carrillo. Pero vea­mos por sus propias palabras hasta dónde es capaz de lle­gar Carrillo en su hipocresía.

«¿Por qué planteo estas cuestiones? ¿Por abrumar a Uri­be? No. Porque es preciso liquidar entre nosotros los ele­mentos del culto a la personalidad, de vanidad, de enfa­tuamiento.»

 

Pleno del CC. Junio de 1956 (RDA)

 El BP acordó reunir al Comité Central en el mes de julio quedando yo encargado de preparar la reunión. Tenía que resolver el problema de dónde celebrarla. Fui a ver a la dirección del Partido de la República Democrática Alema­na y quedó resuelto el problema.

Recibí, asimismo, el encargo de reproducir las actas de las reuniones en el BP de abril-mayo, dividiéndolas en dos partes: discusión política y cuestiones de organización del Partido. Así lo hice, pero, antes de comenzar la reunión del Comité Central, Carrillo hizo aprobar por el BP la de­cisión de no dar a los miembros del CC nada más que la primera parte de las actas. En cuanto a la segunda, los miembros del CC tuvieron que conformarse con la versión que les dio Carrillo en su informe.

Esta reunión del Comité Central marchó por los cauces establecidos por Carrillo.

De esas discusiones en el BP y CC Uribe salió totalmen­te liquidado, Mije y Gallego alineados a Carrillo; Dolores, más solitaria de lo que estaba, y yo conservando mis opi­niones y defendiéndolas en el BP. Aunque no servían más que para poner nervioso a Carrillo, pues él contaba con la mayoría para imponer su política, y de esas dos reuniones salió siendo -en la práctica- el jefe del Partido. Como digo más arriba, la discusión había sido provocada por Carrillo y se cortó en los límites en que Carrillo quiso. A partir de ahí, eso había de convertirse en una norma en el funcionamiento del Comité Ejecutivo. Carrillo provoca­ba las discusiones que le convenían y las cortaba al lle­gar al límite que servía sus objetivos.

Después de esas discusiones de 1956, la situación de Do­lores es cada día más triste. Está en Moscú, lejos del país y del centro de dirección; recibe las informaciones que Carrillo quiere mandarle y, además, de tarde en tarde. Cada vez que hay un pleno del Comité Central causa ver­dadera pena ver cómo el proyecto de informe preparado por ella es echado abajo y se nombra una comisión para preparar un nuevo informe que ella leerá. Y eso, una y otra vez. El nerviosismo de Dolores aumenta de día en día. Ha­bla frecuentemente de tirarse por la ventana. En el verano de 1958 la visitamos, en Sochi (URSS), Carrillo, Semprún y yo. Carrillo aprovechó la entrevista para ejercer una gran presión sobre Dolores en el sentido de que se dedicase a escribir una historia de la guerra. Dolores, que se daba perfectamente cuenta -como todos nosotros- que lo que quería Carrillo era la Secretaría General, expresó la opinión de crear el puesto de secretario general adjunto y que lo ocupara Carrillo. Pero no era eso lo que éste que­ría. Carrillo quería ser el secretario general plenamente y la entrevista se terminó sin ningún acuerdo. Carrillo salió de la reunión furioso contra Dolores, y contra Semprún y contra mí por no haberle apoyado en sus planteamientos. Incluso llevó la cuestión de nuestra falta de apoyo a una

reunión del Buró Político al llegar a París.

Ante este fracaso, Carrillo se dedicó a preparar mejor su ofensiva hacia la Secretaría General. Aprovechándose de la preparación del VI Congreso, propuso ante el núcleo del Buró Político, que trabajaba con él, modificar las es­tructuras de la dirección del Partido, cambiando la denominación de Buró Político por la de Comité Ejecutivo, y creando el puesto de presidente del Partido (que en este

caso había de convertirse en un puesto completamente honorífico). La maniobra de Carrillo triunfó, Y en 1959, en Moscú, cuando varios camaradas del Buró Político visitamos a Dolores para examinar con ella la celebración del VI Congreso, ésta dio su acuerdo a los cambios. Lo que representaba su abandono de la Secretaría General.

 

VI Congreso (diciembre de 1959)

Del 25 al 31 de diciembre de 1959 tiene lugar en Praga el VI Congreso del Partido. En él se continuó el mismo mé­todo del escamoteo. Las cuestiones planteadas más elaboradas, más redondeadas que en el V Congreso, pero el esca­moteo de cuestiones fundamentales continuó, lo que no había de tardar en tener sus repercusiones en los órganos de dirección del Partido.

En ese Congreso se cambió el nombre de Buró Político por el de Comité Ejecutivo y se estableció el puesto de presidente del Partido, que pasó a ocupar Dolores Ibárru­ri, pasando Carrillo al de secretario general. Se hicieron también algunas modificaciones en los Estatutos.

Pero lo más sobresaliente de ese Congreso, aparte de que Carrillo ya veía cumplida su aspiración de ser el se­cretario general, fue que la casi totalidad de los delegados venidos del país fueron detenidos a su regreso. La policía franquista, con gran habilidad (pero ¿sólo «habilidad»?) fue deteniendo a los delegados uno a uno, según iban llegando, sin decir una palabra sobre las detenciones.

Yo había alargado mi estancia en Praga, después del Congreso, para resolver diferentes cuestiones de Partido. Entre esas cuestiones, las había relacionadas con el traba­jo de la delegación de nuestro Partido en Praga, compues­ta por Santiago Álvarez, José Moix, A. Cordón, J. Bonifaci, S. Zapiraín y J. Modesto. Me reuní con ellos inmediata­mente después del Congreso. Entre las cuestiones que planteé estaba la que yo consideraba fallos muy serios co­metidos durante el Congreso. Sobre todo por Santiago Ál­varez y que tenían relación con la seguridad del Partido. Vulnerando la decisión de la dirección, toda una serie de delegados desfilaron por casa de Álvarez, donde se encon­traron con miembros no sólo de nuestra emigración en Pra­ga, sino con representantes de otros partidos que trabaja­ban en la Revista Internacional y que vivían en la misma casa que Álvarez.

Poco después de estas primeras discusiones comienzan a llegar las noticias de las primeras detenciones de los de­legados que regresaban al país. Recibí también la noticia de que había sido creada en la dirección del Partido en París una comisión de investigación. Me reúno de nuevo con los mismos camaradas y les planteé la necesidad de ayudar al esclarecimiento de todo lo relacionado con estas detenciones. Informé a Carrillo de estas reuniones, dándo­le mi opinión sobre toda una serie de debilidades que ha­bían tenido lugar en Praga mismo durante el Congreso y de la necesidad de examinarlas. ¿Qué resultó de todas las investigaciones.? ¿Dónde están las conclusiones de la comi­sión? Misterio... ¿Por qué? ¿Es que no se confirmaban mis denuncias de 1947 y las de Abad un poco después de que la policía franquista estaba incrustada en el aparato carri­llista? En tal caso, la actitud de Carrillo, ante hechos de tal gravedad con la seguridad del Partido, fue no la de exa­minar con seriedad las posibles vías de fuga de los secre­tos del Partido, sino la de enterrar el asunto, cosa que le encargó al propio Alvarez.

 

Comisión de historia

 Entre otros acuerdos del VI Congreso estaba el de publicar una historia de la guerra nacional revolucionaria del pueblo español (1936-1939). Para elaborar esa historia el Congreso eligió una comisión presidida por Dolores Ibá­rruri e integrada por M. Azcárate, L. Balaguer, A. Cordón, I. Falcón. J. Sandoval, J. Modesto, M. Márquez y por mí.

La comisión trabaja en Moscú, pero Cordón, Modesto, Márquez y yo formaríamos una subcomisión que, bajo mi dirección. trabajaría en Praga, donde residían estos tres camaradas.

De esta cuestión, de escribir una historia de la guerra, ya habíamos hablado en Sochi, en 1958, Dolores, Carrillo, Semprún y yo. Pero cuando en el Congreso Carrillo me expuso su opinión de que yo debía formar parte de la comi­sión, le expliqué lo difícil que eso iba a ser teniendo en cuenta que yo residía y trabajaba en París. Carrillo me respondió que eso no era ningún obstáculo serio, pues yo podía ir a Praga de vez en cuando y quedarme allí unas semanas trabajando con el resto de la subcomisión. Acep­té y nos pusimos al trabajo.

Tuvimos una primera reunión de toda la comisión al completo en Moscú, donde examinamos el contenido que debía tener la obra que se nos había encargado, planes de elaboración, reparto de tareas, etc. En esa primera reunión, sobre ciertas cosas hubo puntos de vista diferentes, cosa natural, pero sobre lo fundamental hubo acuerdo com­pleto.

Durante un año y medio trabajamos en estrecho con­tacto los núcleos de la comisión de Moscú y Praga, y, aun­que lentamente, el trabajo fue avanzando. Yo hice varios viajes a Praga y alguno a Moscú, y trabajé con la subco­misión varias semanas en cada uno de los viajes. Al mismo tiempo, le dedicaba en París todo el tiempo que me era posible a esa cuestión.

Hay que señalar que, desde el comienzo del funciona­miento de la comisión, comenzaron las discrepancias entre Carrillo y yo en relación con el contenido que debiera tener esa historia, así como sobre mi propio papel dentro de la comisión. Carrillo quería y esperaba que yo cumpliese dos funciones dentro de la comisión: defender las opiniones (en acuerdo con la teoría de la «reconciliación nacional») propias a Carrillo sobre la guerra civil española; que yo fuese su informador personal de todo lo que pasaba y se hacía en la comisión. Como es natural me negué a lo uno y a lo otro.

A cumplir la función de «informador» me negué por la sencillísima razón de que nunca me sentí atraído por este género de trabajo (si a una tal cosa se le puede llamar «trabajo»). Se ve que Carrillo me había confundido con una Irene Falcón, M. Azcárate, Santiago Alvarez, Romero Marín o algo semejante.

En cuanto al contenido mismo de la historia, la cosa era ya más compleja. No se trataba, claro está, ni de un problema de gustos, ni menos todavía de disputa entre los «veteranos» que concebían cada uno las cosas según el puesto de mando que habían ocupado durante tal o cual batalla. Se trataba de algo más serio.

Una de las cosas que siempre me han hecho reír, al leer ciertas obras «históricas», ha sido la tendencia a de­fender sus autores el contenido. «objetivo» de las mismas. En materia de la ciencia histórica, el término «objetivo» me ha sonado siempre como algo similar en lo político cuando se pronuncia la palabra «neutral».

Estamos acostumbrados a oír hablar de la «última pa­labra» pronunciada por la historia sobre tal o cual acon­tecimiento o personaje histórico. Ello no es una casuali­dad, dado que cada generación (o equipo dirigente) necesi­ta reinterpretar la historia en función de sus propios inte­reses. Un ejemplo. Muchos camaradas de nuestro Partido (PCOE) se han indignado por el hecho de que en la última edición de la Gran Enciclopedia Soviética haya desapare­cido mi nombre, que desde la guerra de España aparecía en ella, al mismo tiempo que José Díaz y Dolores Ibárru­ri. Cada vez que he tenido que explicarles a estos camara­das el «secreto» de una tal medida, me he esforzado en mostrarles que ésta era lógica, si se puede decir, pues se inscribía en los esfuerzos de reconciliación Carrillo PCUS, que culminó en octubre de 1974 con la firma del famoso comunicado PCUS-Partido carrillista que al final no sirvió para nada, pues Carrillo continuó haciendo anticomunis­mo y antisovietismo.

¿Cuál era la diferencia de fondo entre Carrillo y yo so­bre la historia de nuestra guerra? Carrillo quería una his­toria al servicio de su teoría de «reconciliación nacional». Esto iba quedando claro para mí según íbamos discutiendo sobre el problema. Es más, estas discusiones sobre la historia contribuyeron seriamente a que yo fuese percatán­dome de los verdaderos objetivos y fines que se perseguía con la política de «reconciliación nacional».

En una reunión del Comité Ejecutivo, en diciembre de 1961, dije: «Que al final llegaríamos a esa situación de li­quidación de la subcomisión y de mi salida de la comisión. Estaba yo convencido desde hace tiempo. Desde el momen­to, Santiago, en que tú mismo te has convencido de que yo no estaba dispuesto a desempeñar el papel de informar­te a ti de lo que se hacía en la comisión ni defender en ella tus opiniones sobre la guerra para hacer una historia a tu gusto y conveniencia.

»Me negué a ser el transmisor de tus opiniones y me negué a jugar el papel de ser tu informador, porque te­niendo la comisión un presidente, que es, además, el presidente del Partido, considero que debiera ser éste el que informara cuando así lo creyese necesario; y que en cuan­to a mí u otro miembro de la comisión, debíamos informar cuando se nos encargase hacerlo. Así es como entiendo yo la lealtad hacia el presidente del Partido Y hacia mis ca­maradas de la comisión.»

Frente a lo que quería Carrillo, sostenía yo que una his­toria de la guerra escrita por el Partido no podía ser el relato episódico de la lucha, sino que debía ser, sobre todo, el estudio de los hechos, el análisis de los aciertos y de los errores en todos los aspectos, así como las conclusiones, experiencias, enseñanzas que de ellas deben sacarse.

Sostenía yo que una verdadera historia de nuestra guerra, escrita por el Partido, debiera tratar de la actividad del Partido durante la guerra de forma no sólo crítica al analizar la actividad de otras fuerzas, sino también auto­crítica al referirse a la actividad del Partido, de su política, de sus órganos de dirección, de los comunistas en to­dos los escalones y actividades.

Por ejemplo: el Buró Político -directamente en unos casos y a través de la Comisión Político-militar en otros­ creaba problemas, provocaba conflictos entre mandos mi­litares del Partido, para luego poder intervenir y repartir certificados de buena conducta a unos y de mala a otros.

La Comisión Político-militar era el refugio de toda una serie de miembros del Partido que se las daban de grandes estrategas, pero que no asomaban jamás el morro por el frente donde se combatía.

Como experiencia negativa de cómo no se deben escri­bir «historias» teníamos ya la Historia del PCE, que se cae de las manos por mala, injusta, parcial. Se ignoran etapas y hombres de los que el Partido debiera sentirse orgulloso, y se dan nombres que mejor sería que durmie­ran en el más completo olvido. En otros casos se dan nom­bres que sirvan de tapadera a otros que nada tienen que hacer en una verdadera historia del Partido.

Claro que entre Carrillo y yo había otro motivo de dis­crepancia irreconciliable, que si no salía en las discusio­nes, no era desconocido de algunos camaradas.

Me refiero a que, pasados unos pocos meses de la crea­ción de la comisión, Carrillo hizo incluir en ésta a Ramón Mercader.

Por todo lo mencionado más arriba, cesé de participar en los trabajos de la comisión, considerándome separado de todas sus actividades. Se insistió para que mi nombre apareciese entre los autores de esa historia. Me negué. Pero en diciembre de 1965 pasé por Moscú para tomar el avión en dirección a La Habana y me enteré que estaba próximo a salir el primer tomo y que mi nombre aparecía como miembro de la comisión. Visité a Dolores y al resto de la comisión y les dije que o se retiraba mi nombre o hacía una declaración pública diciendo que yo no formaba parte de esa comisión ni estaba de acuerdo con su contenido. Mi nombre fue retirado.

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